Capa de Juncos

03.01.2011 01:01

 (Cuento Inglés )

Había una vez un caballero muy rico que tenía tres hijas, de las cuales estaba muy orgulloso. Era bueno y espléndido con ellas, aunque un poco egoísta y vanidoso; nada le producía tanta satisfacción como las alabanzas y lisonjas.

Un día, ansioso por halagar su vanidad, llamó a sus tres hijas y preguntó a la mayor:

—Hija mía, ¿qué tanto me amas?

—Te amo tanto como a mi vida contestó la joven. —Bien —respondió el padre a su vez—, es lo que esperaba oírte decir.

Preguntó después a la segunda:

—Hija mía, ¿qué tanto me amas?

—Te amo más que a ninguna otra cosa en el mundo —fue la respuesta.

—Bien —exclamó el caballero—, así lo imaginaba. Y volviéndose a la más joven, que era su consentida, preguntó:

—Y tú, hija mía, ¿qué tanto me amas?

La joven, rehusándose a halagar la vanidad de su pa­dre con mentiras, le respondió simplemente:

—Te amo tanto como te necesito, y te necesito tanto como la comida necesita de la sal.

Su padre, al escucharla, se puso furioso, pues nadie le había hablado jamás de aquella manera.

Puesto que no me amas —le gritó—, no permitiré que sigas viviendo aquí ni un momento más.

Y la echó de la casa y cerró la puerta en cuanto la joven salió.

Se alejó la doncella y vagó por bosques y montañas, hasta que llegó a unas tierras pantanosas; y ahí cortó un punado de juncos para hacerse una capa, pues em­pezaba a sentir frio.

Siguió errando por los - caminos, hasta que llegó al palacio del rey, y pidió que le dieran algún trabajo.

—Seguramente necesitaras una sirvienta mas —dijo a la cocinera.

No necesito ninguna —fue la respuesta.

No tengo a donde ir —explicó la muchacha—. Todo lo que pido es techo y comida; a cambio, hare cual­quier trabajo.

Bueno —contestó la cocinera—, si lavas las ollas y las vasijas, y les sacas brillo a las cacerolas, puedes quedarte.

Aceptó, y como no dijo su nombre a los otros sirvientes  dieron estos en llamarla “ Capa de juncos”

_Un día, poco después de que Capa de Juncos había llegado al palacio, un duque, que vivía en un castillo cercano, daba un gran baile. Acudiría el príncipe con todos los grandes señores y señoras del reino, y muchos príncipes y princesas de reinos vecinos. Cuando todas las faenas del palacio estuvieron terminadas, se permitió a los criados que fueran al castillo a admirar a los grandes señores y a las encantadoras damas.

Capa de Juncos alegó que estaba muy cansada,  aunque la verdad era que se avergonzaba de sus pobres ropas.

En lugar de ir al castillo, caminó tristemente por la orilla del pantano, y se sentó llorosa en una pequeña loma cercana al sitio donde había cortado los juncos para su capa. Se sorprendió al ver en un costado de la loma una puerta que conducía a una cueva, a la entrada de la cual estaba un hada esperándola con un vestido de finísima seda plateada.

El hada le quitó la miserable capa de juncos y le puso el vestido plateado, con el que estaba más hermosa que la más bella de las princesas.

Regresa antes que termine el baile —le dijo el hada—, y todo saldrá bien.

Capa de Juncos se dirigió al castillo con su hermoso vestido; ninguna de las damas allí reunidas estaba mejor ataviada que ella. Nadie la reconoció, y el príncipe se  enamoró de ella a primera vista.

Antes que terminara el baile, Capa de Juncos salió disimuladamente del castillo, encaminándose a la loma del hada, en donde dejó el vestido de plata. Cuando los otros sirvientes regresaron, la encontraron en un rincón de la cocina del palacio.

A la mañana siguiente le dijeron:

¡Ah, Capa de Juncos!, ¡hubieras ido a la fiesta!, vimos algo maravilloso!

-Qué vieron? —preguntó inocentemente la joven.

—Vimos a la princesa más hermosa que pueda imaginarse — le contestaron —. Lucía un vestido de plata; nadie sabe de donde vino, y el príncipe no pudo separar los ojos de ella durante toda la noche.

Sí que me hubiera gustado verla —afirmó Capa de Juncos.

Tal vez puedas verla aún —le dijeron los sirvientes—, pues esta noche hay otro baile, y probablemente estará  allí.

Pero al llegar la noche, la joven volvió a alegar cansancio, y no quiso acompañarlos. Cuando desaparecieron, corrió ansiosamente a la loma, en donde encontró al hada, quien le dio esta vez un vestido hecho con hilos de puro oro.

Y fue al castillo, en donde el príncipe la estaba esperando, más enamorado que nunca.

Sin embargo, volvió a salir antes que el baile terminara, y se disponía a dormir, envuelta en su capa, cuando los sirvientes regresaron.

A la mañana siguiente volvieron a decirle:

¡Ah, deberías haber ido con nosotros a ver a la princesa! Esta vez lucía un vestido con bordados de oro puro. El príncipe no bailó sino con ella, y se ha enamorado profundamente.

Me hubiera gustado verla —contestó la doncella.

—Bien, tal vez tengas ocasión —le respondieron—, pues esta noche habrá otro baile y tal vez asista a él.

Pero cuando cayó la noche, Capa de Juncos pretextó estar muy cansada para acompañarlos; y a pesar de que trataron de convencerla, prefirió quedarse. Cuando to­dos se fueron, salió apresuradamente a encontrarse con el hada, quien esta ocasión le entregó el vestido más hermoso que jamás soñara, hecho de las más bellas plumas de ave.

Después de bañarse en el arroyo y ponerse el bri­llante y hermoso vestido, se dirigió la princesa al cas­tillo, para el tercer y último baile del castillo

El príncipe no ocultó su alegría al verla entrar; y, como en las ocasiones anteriores, no pudo apartar los ojos de ella. Bailaron juntos toda la noche, y él le su­plicó una y otra vez que le dijera quién era y de dónde venía. Ella, sin embargo, se negó a contestar a sus pre­guntas; y él, desesperado ante su negativa, le dio un extraño anillo de oro para que lo recordara, añadiendo que si no la volvía a ver, seguramente moriría.

A pesar de las súplicas del príncipe, la princesa se marchó antes que terminara el baile; y aun cuando se había demorado más esta vez, los sirvientes, al regre­sar, la encontraron en el rincón de costumbre, envuelta en su capa de juncos.

A la mañana siguiente le dijeron:

 Como no quisiste venir anoche al castillo, tal vez ya no conozcas nunca a la princesa, pues el baile de anoche fue el último.

Sí que me hubiera gustado verla —volvió a repetir Capa de Juncos.

No hubo más bailes, ni pudo el príncipe encontrar a su querida princesa, a pesar de que la buscó por cielo, mar y tierra, y de que ofreció una pingue recompensa a quien pudiera darle noticias de su amada. Pero pasó el tiempo sin que supiera nada de ella. Así, languidecien­te de amor, el príncipe cayó enfermo y tuvo que guar­dar cama.

Día tras día empeoraba la salud del doncel; el rey y la reina se mostraban angustiados, pues el príncipe no quería comer nada.

—Voy a preparar unas natillas especiales para el príncipe —dijo un día la cocinera—, pues se está mu­riendo de amor por la hermosa princesa que vio en el baile del duque, y no quiere probar bocado.

—Déjame a mí preparar las natillas —dijo entonces Capa de Juncos.

—No —contestó la cocinera—, deben quedar deli­ciosas, para despertar su apetito. Temo que tú no sepas hacerlas.

Deja que sea yo quien las prepare —insistió Capa de Juncos—. Conozco una receta que aliviara sus males.

Accedió, al fin, la cocinera. Preparó la joven unas natillas deliciosas y, cuando nadie la veía, deslizó en el platón el anillo que el príncipe le había dado.

La cocinera mandó las natillas a la habitación del príncipe, y- tanto le gustaron a este que se comió todas, hasta dejar vacio el platón; cuando vio el anillo, saltó de la cama y ordenó a sus guardias:

—Tráiganme a la cocinera inmediatamente.

Llegó esta, temblando, a la presencia del príncipe. — ¿Quien preparó las natillas? —le gritó.

—Yo .contestó la cocinera muy asustada.

— ¡No es verdad! —Volvió a gritar el príncipe—. Dime inmediatamente quién las hizo.

— ¡Fue Capa de Juncos! —Lloriqueó la mujer—. Es la muchacha que limpia las ollas y las cacerolas. Es tan pobre que su capa está hecha de juncos. Mc suplicó) que la dejara preparar las natillas con una receta que ella conocía, y que curaría los males de •Vuestra Alteza.

—Llévense a la cocinera y traigan a Capa de Juncos —ordenó el príncipe; y cuando la doncella estuvo frente a él, le preguntó:

¿Fuiste tú quien preparó las natillas?

—Fui yo, Alteza —contestó la joven.

—Cómo conseguiste este anillo?

—Me lo dio una persona.

—¿Quien eres?

—Te mostrare quien soy —contestó ella, y quitándose la capa de juncos quedó frente a él, ataviada con el maravilloso vestido hecho de plumas de ave.

Sin embargo, en ese momento no quiso confesar al príncipe quien era, lo que no alteró el amor de aquel y se  fijó la boda para una fecha muy próxima.

Entre los muchos invitados al gran banquete de bodas, estaba el padre de Capa de Juncos. Al enterarse la princesa, se dirigió a la cocina y dijo a la cocinera:

Quiero que todos los guisos para el banquete de la boda sean preparados sin un solo grano de sal.

Pero, nadie los comerá! —contestó la mujer.

No importa —respondió la joven.

No me atrevo —replicó la cocinera—, el rey se pondrá furioso.

—Me echaras la culpa a ml —repuso Capa de Juncos para tranquilizarla.

Llegó el día de la boda; el príncipe se casó con Capa de Juncos, y después, se dirigieron todos a las mesas para disfrutar del banquete. Pero las viandas estaban tan desabridas que nadie podía comerlas. El orgulloso padre de la novia probó primero un platillo, después otro, y por fin, prorrumpió en llanto.

— ¿Qué le sucede? —le preguntó el príncipe.

¡Oh! Alteza —contestó—, yo tenía una hija a la que en cierta ocasión pregunte cuanto me amaba. Ella me respondió que me amaba tanto como me necesitaba, y que me necesitaba tanto como la comida necesita de la sal. Pensando que se burlaba de mi al contestarme así, la eché de mi casa. Pero ahora me doy cuenta de que me amaba verdaderamente; más aun que sus hermanas. ¡Y la he perdido! Tal vez ya haya muerto.

No, padre —dijo entonces Capa de Juncos — ¡no he muerto, aquí estoy!

Y corrió a abrazarlo, y todos fueron muy felices.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964