El Aventurero Afortunado

03.11.2010 20:51

 (Cuento Indostano)Había una vez un joven muy pobre, que decidió aventurarse por el mundo en busca de fortuna. Para empezar, se embarcó; pero el viaje no fue venturoso, pues a los pocos días de haber zarpado, lo cogió una terrible tormenta y lo estrelló contra unas rocas.

Nuestro héroe fue el único que se salvó en el naufra­gio. Logró nadar hasta la playa; y al día siguiente, des­cubrió que había llegado a una pequeña isla completamente deshabitada. No se veía ni el animalillo más insignificante, ni siquiera un pájaro.

Tampoco había mucho que comer; abundaban los cocos y los plátanos, pero muy pronto se cansó de ellos; cada día se sentía más hambriento y desesperado.

Un día, por fin, la fortuna pareció sonreírle. Mien­tras descansaba, tumbado a la sombra de un árbol, pues no tenía cosa mejor que hacer, vio una extraña figura que flotaba en el aire. Pensó primero que sería un pá­jaro, pero no tenía alas. Intrigado, continuó mirando y descubrió que era un puerco, lo que le pareció sobre­manera extraño. Se frotó los ojos y volvió a mirar; pero no había duda, era un cerdo negro que flotaba lenta­mente en el aire y que descendió precisamente sobre la isla. En cuanto tocó la arena, se tiró al sol y se que­dó profundamente dormido. E] mozo se levantó silen­ciosamente y se acercó a contemplar el sorprendente bicho. Era, efectivamente, un puerco, aunque roncaba como un elefante. Notó después que algo brillaba a su lado y vio que era un enorme brillante que pertenecía, sin duda, al misterioso cochino.

El joven recogió el brillante, miró de nuevo al ani­mal dormido al sol, y pensó: "¡Parece ser terriblemen­te feroz! Espero que no se despierte... Si ve que he robado su brillante, seguramente me morderá con sus afilados colmillos. - . ¡Ah.. . ! ¡Cómo quisiera estar en lo alto de ese árbol!"         

Sintió de repente una extraña sensación y se encon­tró en lo alto del árbol.

"¡Debe de ser un brillante mágico!", siguió pensan­do. "Se toma entre los dedos, se formula un deseo y, ¡ya está! A ver... Me convenceré... ¡Quisiera estar abajo, junto al puerco!"

Y al momento siguiente, allí estaba. Inmediatamente deseó estar de nuevo en el árbol; v al encontrarse segu­ro, dejó caer un gran coco sobre la cabeza del animal. Se despertó éste asustado; buscó su brillante, y al no encontrarlo y descubrir al joven en el árbol, se enfureció terriblemente. Era, en realidad, un malvado mago, con un corazón tan mezquino, que escogía siempre la forma de un marrano para disfrazarse, pues se sentía completamente a sus anchas dentro de la piel do ese animal. Sin embargo, todos sus poderes mágicos residían en el brillante, y nada podía hacer para recobrarlo, pues los cerdos, aun cuando pueden hacer otras cosas, no pueden trepar a los arboles. Trató, entonces, furioso, de cortar el tronco con sus colmillos, pero estos se hundieron en la corteza, y que­de, atrapado, sin poder desprenderse, a pesar de los esfuerzos que hizo. El mancebo aprovechó el momento para formular su deseo de estar abajo; luego, mató al animal golpeándolo con una piedra, encendió un her­moso fuego usando el brillante como pedernal, y sabo­reó un asado de puerco que le pareció lo mas delicioso que había comido en su vida.

Cuando terminó de comerse el cerdo, cogió el bri­llante y deseó hallarse en el país mas cercano a la isla.

Se elevó por los aires y voló tranquilamente sobre el mar, como lo había hecho antes el puerco, hasta que, al obscurecer, descendió en una arenosa playa, en el fondo de la cual se veían unos árboles muy altos.

Mientras pensaba cual sería su siguiente paso, vio elevarse una columna de humo; guardó el brillante en su bolsillo y caminó en dirección del humo, para ave­riguar quien vivía allí.

En un claro, encontró una choza y un hombrecillo sin piernas que asaba un tierno cabrito.

--Buenas noches —saludó el joven, aproximándose. —Buenas noches —contestó el hombre.

—Puedes darme algo de comer, y permitirme que pase aquí la noche? —preguntó nuestro amigo.

—Compartiré contigo lo que tengo —respondió el hombre sin piernas.

Empezaron a comer, pero el joven se sentía suma­mente incómodo ante las miradas que el hombre le dirigía, pensando que, a no ser por el cabrito, sería él quien estaría en el asador. Y no andaba muy lejos de la verdad, pues quien le dirigía aquellas miradas que le producían escalofríos, era un mago peor aun que el que se disfrazaba de cerdo. Además, este nuevo mago acos­tumbraba devorar a cuanto viajero pasaba por ahí.

   ¿Cómo llegaste hasta aquí? —le preguntó el mago.

Cuando el joven se lo explicó, le propuso el viejo:

—Véndeme tu brillante v te daré a cambio mi hacha. Es un hacha mágica. Cuando le doy una palmada sobre el mango y le ordeno "madera y fuego!", vuela, corta la madera y enciende el fuego. Y si le doy la palmada en el acero, y le digo "I cabezas!", vuela igualmente, y corta la cabeza que encuentra más cerca. Es decir —se apresuró a añadir el viejo—, la de un cabrito o de cualquier otro animal.

— ¡Es un buen trato! —contestó el joven, y entregó el brillante, tomando, al mismo tiempo, el hacha.

El viejo no satisfecho; abrió la boca para formular su primer deseo, que sin duda hubiera llevado al mu­chacho al asador, para su siguiente comida, si aquel, al dar su primera palmada sobre el acero del hacha, gritando "; cabezas!", no se le hubiera adelantado los segundos precisos y necesarios.

Abandonó nuestro aventurero al hombre sin piernas, que desde hacía unos instantes era también un hombre sin cabeza, y continuó su camino llevando dos mágicos tesoros en lugar de uno. Ya muy entrada la noche llegó a otra choza solitaria, ante la cual se sentaba un viejo extraño, cerca de un buen fuego; pero esta vez, el viejo no tenia brazos.

"¡Los tigres han andado bastante ocupados por estos bosques!", pensó el muchacho, y fue a saludar al viejo.

Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, el hombre se inclinó hacia adelante, gritando asustado, y derramó con su barbilla una olla de leche que tenia frente a él sobre el tronco de un árbol.

La leche formó un profundo rio que rodeo la choza, y el viejo se echo hacia atrás, riendo a carcajadas.

Sin embargo, se cortó su risa bruscamente cuando el joven, formulando el deseo de estar al otro lado del rio, apareció junto al viejo, un segundo después.

   ¿Cómo lo hiciste? —gruñó enojado el anciano.

—¡Fácilmente! —contestó el joven, enseñándole el brillante y explicándole su magia.

El hombre lo miró con interés y sus ojillos brillaron malignamente.

—¡Véndeme tu brillante! —le propuso—. Te daré a cambio mi olla. Es una olla mágica; cuando tengo hambre, todo lo que tengo que hacer es desear que aparezca llena de arroz, sopa, leche, vino o lo que puede contener una olla. Y si la volteo, como hice cuando te vi, se derrama lo que tenga dentro, y en un momento se forma un profundo y caudaloso rio que puede inun­dar un país entero, y ahogar a quien yo quiera.

¡Es un buen trato! —exclamó el mancebo.

Y en el momento de tomar la olla entre sus manos, dio una palmada a su hacha, gritando "i cabezas!", y el viejo brujo quedó sin cabeza, como había quedado antes sin brazos.

Nuestro aventurero pasó esa noche en la choza del anciano, y prosiguió su viaje a la mañana siguiente, con tres mágicos tesoros en lugar de dos. Por la noche, escuchó en la selva el tan-tan de un tambor, sonando violenta y amenazadoramente. No tardó en encontrar manadas de elefantes, leones, tigres, lobos, panteras, chacales y otros animales que huían, aterrorizados, con los pelos de punta.

Se calló repentinamente el tambor, y siguió el joven avanzando cautelosamente, hasta que llegó a un peque­ño claro, en el que contempló a un enorme gigante negro con un tambor entre sus piernas.

¡Hola! —Bramó el gigante—. ¡Ven a cenar conmigo!

El hombretón le ofreció carne asada, pero le pareció sumamente sospechosa al joven, pues tenía toda la pinta de ser carne humana, y se disculpó diciendo que, como era budista, no podía comer carne; sacó su olla, formuló un deseo, y la olla se llenó de sopa.

— ¿Qué es lo que traes ahí? —gritó el gigante, no pudiendo disimular su asombro.

El joven le explicó lo que era y los poderes mágicos que poseía y el gigante lo miró codiciosamente.

— ¡Te compro la olla! —exclamó—. Te daré en cambio mi tambor mágico. Si lo tocas por un lado, toda criatura viviente que lo oye se llena de pánico y huye. Si lo tocas por el otro, surgirá del suelo un ejercito de soldados, unos a caballo y otros a pie, que te defenderán contra quien te ataque.

—¡Es un buen negocio! —contestó el joven.

Entregó su olla al gigante, que inmediatamente se la llevó a los labios, bramando:

--¡Quiero sangre!

No pudo, sin embargo, beber ni una gota, pues en ese mismo momento, el muchacho, tocando la hoja de su hacha, gritaba "¡cabezas!". El hacha voló, apresurándose a obedecer.

Nuestro amigo abandonó al gigante descabezado y continuó, corriendo mundo, basta que llegó a un país gobernado por un perverso rey, tan cruel y despiadado, que gozaba robando y matando a sus propios súbditos.

Menos aun simpatizaba este malvado rey con los extranjeros, y tan pronto como se enteró de que había llegado uno a la ciudad, mandó a una docena de soldados para que lo atraparan y lo llevaron a su presencia. En cuanto vio el muchacho a los soldados, dio unos golpes a su tambor, v huyeron los esbirros, despavoridos, tratando de salvar sus vidas.

Enfurecido el monarca, mandó cortar las doce cabezas y ordenó a un regimiento entero que saliera tras el muchacho. Pero también huyó aterrorizado el regimiento, en cuanto se escucharon los redobles del tambor; el rey, entonces, a la vanguardia de su ejército, salid en busca del atrevido extranjero que osaba amenazar a sus hombres y burlarse de todos.

Cuando el joven contempló el enorme ejercito que avanzaba hacia él, volteó su olla, apareció un caudaloso rio y todos los hombres perecieron ahogados, excepto el rey, que logró huir y corrió a refugiarse en su palacio. Nuestro hombre dio entonces una palmada al acero del hacha, gritando:

— ¡Cabezas! ¡Quiero la del rey!

Voló el hacha, cortó la cabeza más malvada que hasta entonces había cortado y la entregó al muchacho; golpeó luego este el otro lado del tambor y entró en la ciudad, triunfante, a la cabeza de su propio ejército.

El pueblo entero lo aclamó agradecido, pues los había liberado del malvado rey; y todos vivieron, desde entonces, felices, prósperos y tranquilos.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.