El castillo de “Soria Moria”

15.10.2011 14:48

(Cuento Nórdico) Esta es la historia de un muchacho llamado Halvor, que era absolutamente bueno para nada, excepto para sentarse frente a la chimenea, y remover, con toda calma, las cenizas del fuego. Sus padres, fastidiados, decidieron mandarlo al mar, con un capitán que salía de viaje, precisamente en esos días.
—No podrá escaparse de un barco —dijeron.
Siempre se había escapado de los trabajos que le conseguían y regresaba, incansable, a remover las cenizas.
A los pocos días de haberse hecho a la mar, se levantó una gran tormenta, que arrojó el barco a mares desconocidos. Avistaron tierra después de varios días de navegar a la deriva, pero ningún hombre de la tripulación había estado nunca en ella, y al llegar a la playa, la encontraron completamente deshabitada.
— ¡Déjame ir a explorar! —suplicó Halvor al capitán.
—Puedes ir —concedió—, pero deberás estar de regreso antes de que caiga la noche, o se levante el viento.
Alejóse Halvor por un bien cuidado sendero, pero no regresó al levantarse el viento, y seguía caminando tierra adentro, cuando el sol empezó a ocultarse.
Llegó, al obscurecer, frente a un magnífico castillo y, decidido, penetró en él, pues empezaba a sentir hambre. Ardía un alegre fuego en la cocina; la mesa estaba dispuesta con vajilla de oro, pero no había nadie.
Se aventuró por la puerta más cercana, y al entrar en una habitación, descubrió a una bella princesa, que hilaba silenciosa.
— ¡No! —Exclamó incrédula la joven, al ver a Halvor—. ¡Ningún hombre había llegado antes hasta aquí! Lo mejor que puedes hacer es huir antes de que el ogro regrese y te devore. Has de saber que este castillo pertenece a un ogro con tres cabezas.
—No me importa que tenga cuatro, en lugar de tres —contestó Halvor—. Lo único que deseo, es comer algo.
Le sirvió la princesa, y al terminar le preguntó:
— ¿Podrás sostener esta espada entre tus manos? Es la que debes usar si piensas enfrentarte al ogro.
Halvor la tomó, pero no pudo levantarla del suelo.
—Entonces —dijo la princesa—, bebe una gota del frasco que hay en la empuñadura. Eso es lo que hace el ogro, siempre que la usa.
Bebió Halvor, y al momento siguiente pudo manejar la espada fácilmente con una sola mano.
En eso, oyeron que el ogro subía jadeante por el camino que desembocaba en el castillo, y el muchacho se escondió tras la puerta.
— ¡Uuuum! —Masculló el ogro, asomando una de sus cabezas—. Huele a cristiano...
— ¡Así es! —gritó Halvor, saliendo de su escondite y cortando las cabezas del ogro, una tras otra.
Inmediatamente, con la extraña fuerza que había adquirido, cargó el cadáver del ogro, y lo enterró en los jardines del palacio.
—Debería sentirme feliz —dijo la princesa—, si no fuera porque ignoro la suerte que hayan corrido mis hermanas. A una de ellas, se la llevó un ogro a su castillo , situado a seis kilómetros de aquí; y la otra, es prisionera de otro ogro, que vive a nueve kilómetros más allá de la primera.
_Descansaré esta noche —le dijo Halvor—, y saldré mañana  por la mañana en su busca.
Cenaron en tranquila armonía y a la mañana siguiente, se alejó el muchacho, el que, al caer el sol, llegaba a otra cocina vacía de un castillo aún más hermoso que el de la víspera.
Cuando abrió la puerta que daba al salón, encontró a otra hermosa princesa, que también hilaba.
_ ¡Ah! —exclamó la joven, no queriendo dar crédito a lo que veía—. ¡Ningún hombre había llegado nunca hasta aquí! Lo mejor que puedes hacer, es alejarte antes de que el ogro regrese y te devore. Pues has de saber que en este castillo vive un ogro con seis cabezas.
—¡No me importaría que tuviera seis más! —contestó Halvor.
—Prueba, entonces, a levantar esta espada —dijo la joven—, pues con ella tendrás que pelear contra el ogro. No le fue posible, y la princesa le aconsejó:
—Bebe una gota del frasco que hay en la empuñadura. Así lo hace el ogro, cada vez que la usa.
Bebió Halvor, y, en el acto, empezó a darle vueltas a la espada, con una sola mano, alrededor de su cabeza. Se escondió detrás de la puerta cuando oyeron que el gigante se acercaba al castillo.
—¡Uuuum! —murmuró el gigante, asomando una de sus cabezas por la puerta—..Me huele a cristiano..
—¡Y aquí está el cristiano! —exclamó Halvor, cortando la primera cabeza, y las otras cinco conforme se iban asomando por la puerta.
—Sería feliz —dijo la princesa—, si no fuera por mi hermana que es la prisionera de un ogro con nueve cabezas, en el castillo de Soria Moria.
—Descansaré aquí esta noche —dijo Halvor—, y sal¬dré mañana temprano a rescatar a tu hermana.
Comieron, y pasaron una alegre velada. Al amanecer, empero, se alejó Halvor, y al caer la noche, llegaba a otra cocina vacía de un castillo más hermoso aún que los dos anteriores.
Y en la habitación, junto a la cocina, hilaba una prin¬cesa bella como la luz, de la que se enamoró Halvor en cuanto la vio.
— ¡No! —Exclamó, incrédula, la joven—. ¡No hay hombre que se atreva a llegar hasta aquí! Vete, inmediatamente, pues el dueño de este castillo es un ogro que tiene nueve cabezas, y te devorará cuando regrese.
—Si tuviera nueve cabezas más, no me importaría —exclamó Halvor.
—Toma, entonces, la espada que cuelga de la pared —dijo la princesa—, pues con ella deberás enfrentarte al ogro.
Tomó Halvor la espada, pero no pudo sostenerla, ni aun usando las dos manos.
—Bebe del frasco que hay en la empuñadura —aconsejó la princesa—, pues eso es lo que hace el ogro cada vez que baja la espada.
Bebió Halvor, y pudo entonces manejar la espada con toda facilidad. Unos segundos después, llegaba el ogro hasta el castillo, respirando dificultosamente. Era tan grande, que tuvo que ponerse de lado para pasar por la puerta de entrada.

_ ¡Uuuum! —bramó—. Huele a carne de cristiano. . .
— ¡Y no estás equivocado! —contestó Halvor, cortando la cabeza más cercana—. ¡Veo que estaré ocupado durante un rato!
Empezó a cortar cabezas, y, al poco rato, rodaban por el suelo, una, tres, cinco, ocho, pero le costó buen trabajo separar la última del tronco.
Después que hubo enterrado al ogro, llegaron las otras dos princesas al castillo de Soria Moria, felices por estar juntas de nuevo. Las dos mayores se mostraron encantadas, cuando Halvor escogió a la más joven, y declarándole su amor, le pidió que fuera su esposa.
—Antes debo ir a ver a mis padres —añadió el muchacho—, pues siempre han creído que no sirvo para nada, y con seguridad, me creen muerto.
—Lleva esta sortija —le dijeron las princesas—, y haz lo que te vamos a decir. Es un anillo mágico, que te llevará hasta tu hogar en un momento. Te traerá después, sano y salvo, a este castillo, pero no deberás hablar de nosotras mientras estés con tus padres . Si lo haces, no volverás a vernos.
Le dieron magníficas ropas, como si se tratara de un príncipe, y tocando la sortija, exclamó I-lalvor:
—¡Quisiera estar en mi casa, ahora mismo!
Un segundo después, estaba parado frente al hogar de sus padres.
Llamó, pero no lo reconocieron.
—Permitid que pase la noche con vosotros —suplicó.
—Noble señor —le contestaron—, no podemos atenderte como lo mereces. Dirígete mejor al caballero del castillo vecino.
—No —contestó Halvor—, deseo quedarme aquí, aun cuando no podáis ofrecerme más que pan y agua.
Se sentó frente a la chimenea y empezó a remover las cenizas, como acostumbraba hacerlo. inmediata¬mente fue reconocido por sus padres, que se mostraron felices al ver que nada le había sucedido y que, aparentemente, se había hecho rico.
Al día siguiente estaban ansiosos por mostrarle a Halvor a todas las muchachas del pueblo que se habían reído y burlado de él, antes de que emprendiera el viaje por mar.
—Será el mismo harapiento de siempre —comentaban las jóvenes entre sí con tono despectivo.
Pero su curiosidad pudo más, y fueron a la cabaña de los padres de Halvor. Se quedaron admiradas al contemplar lo mucho que éste había crecido, y las maravillosas ropas que usaba, que delataban su riqueza.
— ¡Ah! —exclamó  Halvor—, siempre andabais presumiendo de hermosas y elegantes. Si vierais a las prin¬cesas que he librado de los ogros, pareceríais simples muchachas labriegas comparadas con la mayor, y os aseguro que la segunda es mucho más bella. Ahora, por lo que toca a la tercera, que es mi prometida, es más hermosa que el sol y la luna. Mi único deseo es que estuvieran aquí, para que pudierais verlas.
No había terminado de pronunciar las últimas pala¬bras, cuando aparecieron las tres princesas. Inmediata¬mente recordó lo que le habían dicho, y se sintió avergonzado y triste por su indiscreción. Nada sucedió, sin embargo, hasta que se alejaron a pasear por la campiña. Cansados de caminar, se sentaron sobre unos montículos de arena. Halvor se quedó dormido y, al despertar, encontró que en su dedo tenía otro anillo que no era el mágico, y que la mayor de las princesas, oprimiendo las manos de sus hermanas, decía:
— ¡Desearía que las tres estuviéramos en el castillo de Soria Moria!
Un momento después habían desaparecido y Halvor se encontró completamente solo. Lloró amargamente la pérdida de su amada. Y unos días después, no encontrando consuelo, se alejó de su hogar en busca del castillo de Soria Moria.
Encontró en el camino a un hombre a caballo.  -¿Quieres venderme tu cabalgadura? —preguntó
Halvor entregó todo el dinero que tenía, a cambio ,del animal ; pero siguió su camino, optimista, montado en el brioso corcel que había adquirido.
Alejóse cada vez más de los caminos de los hombres, y se internó en una región que parecía el fin del mun¬do. Sc terminaron sus provisiones, estaba exhausto y sentía la muerte cercana, pues desde hacía muchos días no había visto ni una casa, ni un ser viviente.
Estaba casi desesperado, cuando distinguió una luz, y llegó a una extraña choza en la que encontró a una pareja de ancianos, todavía más extraña: el hombre te¬nía la cabeza completamente gris y la mujer lucía una nariz tan larga, que desde su sillón, podía remover los leños de la chimenea, con su enorme nariz.
— ¡Buenas noches te dé Dios! —Saludó la vieja—. ¿Qué es lo que te trae por estos rumbos? Ningún cristiano nos había visitado en los últimos cien años.
—Busco el castillo de Soria Moría —contestó Hal¬vor—. ¿Pueden decirme cómo encontrarlo?
—Nosotros no podemos —contestó la anciana—, pero tengo un amigo que sí puede hacerlo; es el viento del Oeste. Cuando llegue, tendrás que seguirlo, y correr más de prisa que cualquier caballo; ahora, si me das el tuyo para ir a la iglesia, yo te daré este par de botas que puede recorrer más de un kilómetro en cada paso.
Hizo Halvor el cambio alegremente y se sentó a comer y descansar.
Poco después, llegaba el viento del Oeste, aullando con tal fuerza, que las paredes de la choza crujían. La mujer salió, gritando:
— ¡Viento del Oeste, viento del Oeste! ¿Puedes indicarme el camino del castillo de Soria Moría? Tenemos un visitante que desea saber cómo llegar a él.
—Lo conozco bien —aulló el viento—. Precisamente voy para allá, a secar la ropa para la triple boda que ha de celebrarse. Si tu visitante es ligero de pies puede venir conmigo.
Halvor no se hizo esperar.
—Tendrás que correr de prisa, si quieres venir conmigo —volvió a aullar el viento.
Y pasó sobre montañas y praderas, sobre pantanos y marismas, y Halvor corría velozmente detrás de él para no perderlo de vista.
Llegaron, por fin, al castillo de Soria Moría, donde había muchos invitados que habían venido a la boda de las princesas.
Como las ropas de Halvor estaban tan destrozadas después de correr en pos del viento del Oeste, y presentaba tan lamentable aspecto, que nadie lo reconoció. Se quedó parado en un rincón hasta que le tocó brindar a la salud de la más joven de las princesas.
Se quitó el anillo que le había dejado la joven, y lo echó en la copa.
Al verlo, la princesa lo reconoció en seguida y exclamó:
— ¿Quién merece ser mi esposo, el hombre que nos salvó de los ogros, o el novio que se sienta a mi lado?
— ¡El que os salvó de los ogros! —contestaron los invitados.
Se adelantó entonces Halvor, y la princesa, emocionada, murmuró:
— ¡Es él, no hay duda!
Se alejó el otro novio, y se casaron la princesa y Halvor, y vivieron felices en el castillo de Soria Moria durante el resto de su vida.
* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.