El espejo mágico

09.11.2011 21:58

(Cuento Rodesio)En los tiempos que precedieron a la llegada de los hombres blancos, vivía en la tierra de Senna un cazador. Yendo por la selva un día, encontró una enorme serpiente enroscada alrededor de un antílope, al que intentaba asfixiar. El antílope había clavado uno de sus grandes cuernos en el cuello de la sierpe, y el cuerno se había hundido profundamente en el tronco de un árbol, de modo que ninguno de los dos animales podía moverse.

— ¡Socorro! — Gritó el antílope, cuando vio al cazador—. No hacía daño a nadie, y hubiera sido cazado y devorado si no me hubiera defendido.

— ¡Socorro! —Silbó la culebra—. Soy Insato, el rey de las serpientes; si me salvas la vida, te recompensaré generosamente.

El cazador pensó que no le vendría mal la recompensa, y derribó al antílope de un golpe de su lanza.

—Muchas gracias —dijo la serpiente—. Regresa a este mismo lugar cuando la luna sea nueva; para entonces, habré comido y digerido el antílope, y te recompensaré, como lo he prometido.

—Te recompensará —dijo con gran dificultad el antílope moribundo—, pero su recompensa será tu desgracia y la de tu pueblo.

Cuando llegó la luna nueva, regresó el cazador y encontró a la serpiente despertándose de su letargo.

Dio las gracias una vez más al hombre y le dijo:

—Ven ahora conmigo a la tierra de las serpientes; te daré a escoger, entre mis tesoros, y te regalaré el que prefieras.

Se internaron en la selva y llegaron a un estrecho agujero que conducía a lo profundo de la tierra.

—Agárrate de mi cola —dijo el rey de las serpientes—; entraré yo primero y tiraré de ti.

El camino era largo y obscuro; pero, por fin, llegaron a una luminosa campiña, donde pacían rebaños de vacas, ovejas y cabras. A lo lejos, se veía una hilera de altas casas de piedra con techos de oro y cobre. El cazador se volvió a su compañero, pero se encontró con un hombre alto y apuesto, envuelto en una piel de víbora, y con aros de oro puro en los brazos v en el cuello.

Soy Insato, el rey de las serpientes —dijo—. Pero en mi país, tomo la forma de un hombre. Este es mi reino; ahora ven y disfruta de sus maravillas.

Recorrieron el país y encontraron hombres y mujeres que se bañaban, pescaban o paseaban en lancha por el río; contemplaron campos y jardines ricos en granos y frutas; la gente, amistosa, se les acercaba, cantando, ofreciéndoles vino de palmera, y cocos.

Al llegar a la población principal, el cazador observó que el polvo de las calles era de oro, y que todo lo que un hombre pudiera ambicionar, estaba al alcance de su mano. En el palacio, hermosas doncellas le atendieron, y se preparó una gran fiesta para aquella noche.

_Mañana —dijo Insato—, deberás escoger tu recompensa. Te daré lo que me pidas.   

Aquella noche, el cazador tomó la pequeña canasta de mimbre que siempre llevaba colgada al cuello; la abrió y habló a Zengi-mizi, la avispa que sabía todas las cosas de la tierra, pues en ella residía la sabiduría de su tribu y de los espíritus de sus ancestros.

_Dime, Zengi-mizi —preguntó el cazador—, qué regalo debo pedir a Insato, el rey de las serpientes.

_Pídele Sipao, el espejo mágico —zumbó Zengimizi—. Es el objeto más valioso que existe en el mundo, pues cumplirá todos los deseos que puedas tener. Si el rey vacila, insiste al día siguiente, y al otro, y terminará por dártelo, pues salvaste su vida.

Sucedió exactamente lo que Zengi-mizi había dicho. Durante muchos días Insato dudó; pero, por fin, con lágrimas en los ojos, entregó el espejo mágico al cazador, diciéndole:

—No creí que fueras a pedirme lo que me es más preciado, pero aquí está. Tómalo y dile que deseas estar de regreso en tu propio país.

Tomó el cazador el espejo de brillante metal, diciendo:

—Sipao, Sipao, deseo estar sobre la tierra, y en el sendero de mi propia tribu.

Un momento después, caminaba hacia la puerta de su choza, en donde su esposa y su hija lo lloraban, creyendo que había sido devorado por un león.

Al día siguiente, tomó el espejo mágico entre sus manos y dijo:

—Sipao, Sipao, quiero una ciudad tan grande como la de Insato, el rey de las serpientes, y quiero ser el jefe de ella. Inmediatamente, a lo largo de las orillas del gran río Zambesi, surgió un pueblo de casas de piedra con techos de oro y cobre; sus habitantes eran ricos, y se sentían felices aclamando al cazador como su jefe.

Su esposa y su hija le preguntaban cómo había conseguido todas aquellas maravillas, secreto que guardaba celosamente; hasta que un día lo confió a su hija; y enseñándole el espejo mágico, le dijo:

—Sipao estará más seguro contigo, hija mía, pues tú tienes una habitación separada, y a la mía vienen muchos hombres a consultarme. Nadie lo robará de tu habitación; así pues, escóndelo bien y cuídalo.

La muchacha escondió el espejo mágico bajo su almohada y durante algunos años todos vivieron felices.

Sin embargo, cuando el cabello del cazador empezó a tornarse plateado, llegaron los hombres blancos atraídos por la riqueza del país, y pelearon ferozmente y durante mucho tiempo, tratando de conquistarlo. No lo lograron, empero, gracias al poder del espejo mágico, y se vieron obligados a retirarse hacia la costa.

Entonces, Rei, el rey de los hombres blancos, envió a un fiel servidor para que averiguara el secreto de la resistencia de los habitantes de Zambesi. Presentóse el servidor, cubierto de harapos, y dijo al cazador:

—Gran jefe, ten piedad de mí, pues no tengo hogar. Rei me arrojó de su lado para que muriera de hambre; no quise pelear contra vosotros, sabiendo como sé que la fuerza de Zambesi es únicamente tuya.

El anciano cazador creyó la historia del hombre blanco, y le dio casa y comida. Pero el hombre blanco engañó a la hija del cazador con falsas palabras de amor, y ella le mostró el espejo mágico y le reveló su secreto.

Tomó entonces el hombre el espejo entre sus manos, y exclamó:

—Sipao, Sipao, deseo estar en donde está Rei —y desapareció al momento.

Unos días después los hombres blancos atacaban nuevamente, y el anciano cazador gritó a su hija:

—'Tráeme a Sipao, el espejo mágico, pues los hombres blancos están entrando en la ciudad.

—Yo soy la culpable, padre -sollozó la joven—. Ya no tengo el espejo. El hombre blanco que estuvo aquí era un traidor, y me lo robó.

El cazador abrió su canasta de mimbre y preguntó: —Dime, Zengi-mizi, ¿qué debo hacer?

—No puedes hacer nada —zumbó Zengi-mizi—, pues las palabras del antílope que mataste por, salvar a la serpiente, se están convirtiendo en realidad.

—Mi recompensa será mi desgracia y la de mi pueblo... —recordó y repitió, tristemente, el cazador—. ¡Ya está sucediendo...!

Penetraron los hombres blancos en la población, mataron al cazador y a muchos de sus súbditos; y a los que dejaron con vida, los convirtieron en sus esclavos.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964