El Hada del lago

01.10.2010 23:15

 

 

(Cuento Galés) Hace muchísimos años, en la brumosa Gales del Norte, y sobre la falda de la montaña, vigilaba un pastor sus rebaños. El día era obscuro y las nubes flotaban bajas sobre las montañas, ocultando el alto pico de Snowdon a su vista, haciendo que las onduladas aguas del lago que se extendía a sus pies, aparecieran grises y frías, como si fueran de acero.
De pronto, al mirar el pastor hacia las colinas lejanas, le pareció que el sol asomaba en algún punto del firmamento, pues las aceradas nubes tornábanse de un suave color dorado y reflejaban su brillo sobre el lago.

Pero, al dirigir su vista hacia el lago, descubrió que la luz provenía de una pequeña islita cercana a la playa, situada no muy lejos del lugar desde donde él contemplaba el magnífico espectáculo, apoyado sobre su bastón. No era, sin embargo, de la isla en sí de donde procedía la dorada luz, sino de una doncella, que de pie sobre la isla, peinaba su dorada y radiante cabellera; y al fijarse en ella, vio que era la joven más hermosa que había contemplado en su vida, o que contemplara en sus más dulces sueños...

Verla y amarla, fue todo uno; el corazón del pastor latió con fuerza al contemplarla. Con labios entreabiertos, y respirando apenas, bajó lentamente a la orilla, hasta que sólo una estrecha faja de agua lo separaba de la hermosa doncella.
Violo, entonces, ella, y sonriéndole dulcemente avanzó unos pasos y extendió sus brazos. Sin pensar en lo que hacía, sacó el pastor de su morral el queso y el duro pan que su madre le había dado para su cena.
Siguió avanzando la joven, deslizándose sobre la superficie del agua como si fuera tierra firme. Pero cuando estuvo más cerca y vio lo que el pastor tenía en sus manos, cantó con dulce voz:

No podrás, no, con ese queso alimentarme...
No podrás, con pan duro, conquistarme.

Extendió, entonces, el pastor sus manos, pero ella negó con la cabeza, y desapareció en el lago.

Al llegar esa noche el pastor a su casa, refirió a su madre lo que le había sucedido.
-¡No podré vivir sin ella! -terminó-. No podré vivir, si no logro que el hada del lago sea mi esposa.

Al día siguiente, como el hada había cantado que no le gustaba el pan duro de cebada, la mujer preparó un pan tierno y suave, y el pastor corrió a la orilla del lago.
Poco después, apareció la hermosa doncella deslizándose sobre el agua, mientras él le tendía el pan y el queso, y la llamaba suavemente.
Pero cuando estuvo cerca y vio la joven lo que el pastor le ofrecía, volvió a cantar, con triste voz:

No podrás, no, con ese queso alimentarme...
No podrás, con pan tierno, conquistarme.

Y a pesar de que el pastor le tendía sus brazos, y la llamaba, movió la joven la cabeza de un lado para otro, y volvió a desaparecer en el lago.

Cuando llegó a su casa, el muchacho refirió a su madre lo que había sucedido con el pan suave y tierno.
-Moriré si no puedo conquistarla -repetía tristemente-. No podré vivir, a menos que logre que el hada del lago sea mi esposa.
Horneó entonces su madre una hogaza especial; no era ni demasiado dura, ni demasiado suave; sino bien doradita por fuera, suave y esponjosa por dentro.

Al día siguiente, corrió el pastor nuevamente al lago, y no se movió en todo el día, mirando con ojos ansiosos hacia la islita. Pero el hada no aparecía, y las nubes eran más negras y densas que nunca, hasta que el lago volvió a ser una fría plancha de gris acero.
Pero, en el momento en que, desesperado, se disponía el pastor a alejarse, vio dos o tres pequeñas vacas que parecían caminar sobre el agua; y un momento después, vio a la hermosa doncella, caminando detrás de los animales.
Corriendo, llegó el joven hasta la orilla, y aún se aventuró unos pasos en el agua helada, sosteniendo el pan y el queso, y llamando a la joven.
Llegó ésta, en cuanto escuchó su voz, y después de tomar el pan y el queso, y de probarlos, cantó:

Con este queso sí podrás alimentarme...
Pan tan suave, y tan dorado
que ha logrado conquistarme.


Extendió entonces el pastor su mano hacia ella, confesándole su amor y diciéndole que moriría, a menos que quisiera ser su esposa. Tomó el hada la mano del pastor y permitió que la llevara tierra adentro.
-También te amo -dijo ella suavemente-, y seré tu esposa; una esposa tan buena, como cualquier joven de tu mundo. Pero, recuerda que si me pegas tres veces, me perderás. Al tercer golpe, volveré al palacio de mi padre, que está bajo el lago, y jamás regresaré.
Prometió el pastor, desde luego, que nunca la golpearía, y al subir por la colina y llegar a la cumbre, se volvió el hada y cantó:

Ven, jaspeada vaquilla, de blancas manchas;
vengan, mi hermosa vaca de lunares
y mis cuatro vacas coloradas;
ven tú, la del largo y blanco cuello
y tú la vaca negra y la castaña.
Ven, toro blanco, ven conmigo.
Venid, venid todos, con vuestra dueña.

Mientras cantaba, surgieron del lago varios animales que se les acercaron; y al entonar otra dulce balada, aparecieron cuatro enormes bueyes de color obscuro para tirar del arado, y un rebaño de borregos con espesos y brillantes vellones.
Era la dote del hada del lago. El pastor la llevó hasta su hogar; se casaron, fueron muy felices, y tuvieron tres hijos.

Poco después del nacimiento del tercero, precisamente el día en que iban a bautizar al pequeño, el pastor dijo a su esposa:
-Está muy lejos la iglesia para ir hasta allá a pie, con los niños. Trae los caballos e iremos en la carretela.
-¡Cómo no! -contestó la esposa-. Pero mientras tráeme mis guantes que dejé en la casa.
Recogió el pastor los guantes de su esposa, pero cuando salió con ellos en la mano, vio que aún no había ido por los caballos. La empujó ligeramente del hombro, con los guantes, y le dijo:
-¡Desobediente! ¡Corre por los caballos!
-Es el primero -contestó ella con una mirada extraña, y se alejó por los corceles.

Pasaron los años... El pastor y su esposa prosperaron notablemente. No había en toda Gales del Norte, leche o mantequilla como la que producían las vacas del hada; ningunas tierras estaban tan bien cultivadas como aquellas que abría el arado tirado por los bueyes mágicos; y no había lana mejor ni más fina, que la que se hilaba de los vellones de los borregos mágicos.

Un día, celebrábase la boda de la hija del señor del castillo cercano al lago; casábase la joven con un rico pero anciano caballero. Nuestros amigos estaban entre los invitados, y de pronto, la esposa hada estalló en lágrimas.
Su esposo la tocó, molesto, en el hombro, murmurando:
-¡Cállate, o se ofenderán! ¿Y por qué lloras, después de todo?
-Porque sé que esa pareja va a empezar a sufrir muy pronto - contestó, y añadió sollozando:
-Y nosotros también, pues me has pegado ya dos veces, sin motivo. Ten cuidado, mucho cuidado, pues el tercer golpe, será el último.

Siguió pasando el tiempo; el pastor se hacía viejo y los tres hijos del matrimonio, hombres hechos y derechos, estudiaban para hábiles y expertos médicos.

Y sucedió por aquel entonces, que el señor a quien pertenecían todas las tierras de los alrededores, murió, y el pastor y su esposa hada acudieron al funeral. Y mientras todos lloraban desconsolados, empezó la mujer a reír alegremente.
Sorprendido y abochornado, la arrastró el pastor hacia afuera y cubriendo los labios de su esposa con cierta violencia, le dijo:
-¿Te parece correcto reírte en momentos como éstos?
-Me reí -contestó ella-, porque el hombre que acaba de morir, ha dejado atrás todas sus penas y preocupaciones; en cambio tú, empezarás ahora con ellas, pues me has pegado por tercera vez. Debo abandonarte y regresar al lago.

Al terminar de decir estas palabras, pasó frente a la iglesia, y avanzando por la falda de la colina, se dirigió al lago, mientras cantaba:

Ven, jaspeada vaquilla, de blancas manchas;
vengan, mi hermosa vaca de lunares
y mis cuatro vacas coloradas;
ven tú, la del largo y blanco cuello
y tú la vaca negra y la castaña.
Ven, toro blanco, ven conmigo.
Venid, venid todos, con vuestra dueña.

Salieron las vacas que descansaban en los establos, algunas arrastrando sus pesebres. Poco después, aparecieron los bueyes, tirando aún del arado, y después los borregos y todas sus crías. Siguieron los animales al hada del lago; subieron por la colina, bajaron por el camino y desaparecieron en las negras aguas del lago...
Y nunca más se les volvió a ver. Aún se nota la huella que dejó el arado, a lo largo de la colina, por donde avanzaron los bueyes siguiendo a su dueña...

El viejo pastor lloró amargamente la pérdida de su esposa hada. Sus hijos trataban de consolarlo, diciéndole:
-No llores, padre. Con seguridad que está pendiente de nosotros, y algún día tal vez regrese.
Y todas las noches, aún después de muerto su padre, los tres hijos caminaban hasta la orilla del lago, llamando a su madre. Y una clara noche, de luna llena, vino, por fin, hacia ellos, joven y hermosa como el día en que el pastor la vio por primera vez.
Los saludó cariñosamente, les dijo que los amaba como siempre y prometió ayudarlos cuando se encontraran en alguna dificultad.
-Ahora -añadió-, os he traído estas plantas mágicas, para que, al usarlas, os convirtáis en los médicos más famosos de toda Gales. Esta es Buenavista, para curar todas las enfermedades de los ojos; esta, es Hierba fresca, para cortar la fiebre; y esta es Árnica, para toda clase de llagas y heridas. Plantadlas y cuidadlas, y seréis conocidos y afamados en todo el mundo.
Se despidió de ellos y volvió al lago. Todo lo que vaticinó, resultó verdad. Crecieron las plantas, y los hijos, nietos y biznietos de los tres médicos, las usaron, y todos los habitantes de Gales tuvieron motivo para bendecir, desde ese día, el nombre del hada del lago.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.