El herrero y el diablo

05.02.2011 14:59

 (Cuento negro norteamericano)

Erase que se era un herrero... Y a este herrero nuestro le gustaba más una buena comilona que sacar aire de los fuelles de su fragua o empuñar el mar­tillo. Todos los domingos, exacto como un reloj, orga­nizaba una gran francachela, el lunes holgazaneaba, y entre sueño y hartazgo se pasaba la semana sin traba­jar, hasta el domingo siguiente.

Transcurrió el tiempo. . . Nuestro hombre seguía holgazaneando y escandalizando al pueblo, cuando un día llamaron a su puerta y entró por ella, nada menos que el diablo en persona. Vestía como un caballero, había logrado esconder su rabo y sus cuernos. Se quitó el sombrero, y saludó al herrero con una reverencia.

—Has sido un buen amigo mío, hermano herrero —dijo el Diablo—; así que he venido para llevarte a mi casa.

El herrero rogó y suplicó al Diablo que le diera un poco más de tiempo, y después de mucho estira y afloja, hicieron un trato. El herrero dispondría de un año más de vida,  durante el cual debería dedicarse a con­seguir almas para el Diablo; este, por su parte, para ayudar al herrero en su trabajo, embrujaría su banco y su martillo. El hombre que ocupara el banco, no podría dejarlo sin el permiso del herrero; y el que to­mara el martillo debería continuar golpeando sobre el yunque, hasta que el herrero le dijera que podía parar.

Pues bien, nuestro herrero se enriqueció tanto con las tretas del Diablo, que pudo organizar muchas más comilonas que en el pasado, y se olvidó por completo del trato que había hecho con el... Hasta que lo vio venir una mañana por el camino, y comprendió que el plazo concedido había terminado.

Cuando el Diablo entró en la herrería, el herrero es­taba muy ocupado preparando una herradura, y ni si­quiera le dio los buenos días.

—No dispongo de tiempo que perder —le dijo el diablo —No te hare esperar mucho —contestó el herrero, pero tengo uno o dos trabajitos que debo terminar antes de irme. Siéntate un momento, y te prometo no hacerte esperar demasiado.

El Diablo se sentó, pero lo hizo precisamente en el banco que el mismo había embrujado, así que ya no pudo levantarse.

Empezó entonces el herrero a burlarse de él, y ya le ofrecía una copa, ya le decía que acercara el banco al fuego. El Diablo le suplicaba que le permitiera le­vantarse, pero el herrero le contestaba que no lo haría, a menos que le concediera otro año más. No le quedó al Diablo más remedio que concedérselo, a cambio del permiso del herrero para dejar el banco. Dióselo el herrero, y salió el Diablo a vagabundear por los caminos, preparando pequeñas trampas y ojo avizor hacia los débiles pecadores.

Paso el año como el anterior, y en la fecha exacta volvió el Diablo por el herrero, pero estaba este tan ocupado que no podía distraerse hasta que todos los encargos estuvieran cumplidos.

—Si me echas una manita —le dijo al Diablo—, terminaré rnás pronto.

—Así lo haré —contestó el Diablo—; no me importaría dar unos buenos golpes al yunque para ayudarte.

Diciendo esto, tornó el martillo, y volvió a sucederle lo del año anterior, pues, como también había embrujado el martillo, el que lo agarrara, ya no podría soltarlo hasta que el herrero lo autorizara. Discutieron durante un rato, pero por fin cedió el Diablo, y concedió al herrero otro año más.

El cual volvió a pasar como los dos anteriores. Mes tras mes, nuestro herrero se daba a la diversión y la holganza, hasta que volvió a llegar el Diablo. Lloró y gritó el herrero, y armó un escándalo terrible; pero hu­biera sido lo mismo que se quedara callado, pues el Diablo lo agarró, y, sin más contemplaciones lo echó en su morral y se lo llevó.

De allí se dirigió el Diablo a una gran fiesta, y calcu­lando que pescaría en ella más gente de la calaña del herrero, se unió a los concurrentes más alegres. Pen­saron éstos que era uno de tantos invitados, discu­tieron de política, y cuando empezaron a servir las viandas, pidieron al Diablo que comiera con ellos. Aceptó, dejó su morral bajo la mesa, junto a los de los invitados, y empezó a comer y beber como los otros.

Tan pronto como el herrero, que estaba dentro del morral, se dio cuenta de que el Diablo lo había dejado en el suelo, trató de escapar. Lo logró al fin, y después de cambiar los morrales de Lugar, empezando por el del Diablo, salió de allí a esconderse entre los matorrales.

Cuando llegó el momento de partir, el Diablo reco­gió el morral que estaba a sus pies, se lo echo a la espalda, y a toda velocidad se dirigió al infierno. Al llegar, llamó a todos los diablillos, quienes inmediata­mente llegaron corriendo y saltando, pues también ellos estaban hambrientos.

—Que nos has traído? —gritaban—. Padre, ¿que nos has traído?

—Os traigo un gordo y estupendo pecador —contestó el Diablo—. ¡Un sabroso herrero perezoso y comilón!

Diciendo esto, vació el morral, y, i oh, terrible sor­presa!, un feroz y enorme perrazo saltó y se abalanzó gruñendo y mordiendo a los diablillos, hasta que el Diablo abrió la puerta y lo arrojó del infierno.

¿Y nuestro herrero? Siguió atracándose de comida y de bebida hasta que murió. Al morir se dirigió al cielo tan de prisa como sus fuerzas se lo permitían. Pero al llegar a las doradas rejas, san Pedro no le permitió la entrada, y no pudo escurrirse, por más que hizo.

Así que no le quede más remedio que dirigirse al infierno, y llamar a la puerta. Se asomó el Diablo, e inmediatamente lo reconoció.

—Tendrás que dispensarme, hermano herrero —le dijo—; ya me has dado bastante que hacer, y debes irte a otra parte. No puedo correr el riesgo de tenerte aquí.

Y diciendo esto, le cerró la puerta en las narices.

Desde entonces, el herrero ha vagado entre el cielo y el infierno, pero sobre todo por la tierra. Todavía puede vérsele en las noches obscuras,rodeado de una luz fosforescente. De aquí que algunos le llamen "Juan, el Linterna", y otros, "El Brujo del Yunque".

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.