El pescador y su esposa

24.10.2010 02:15

 

(Cuento Alemán) Había una vez un pescador que vivía con su espo­sa, no muy lejos del mar, en una pobre choza, hecha de maderas y láminas viejas. Todos los días salía el hombre a pescar, pero como no picaban muchos pe­ces, a menudo se quedaban sin comer.

Un día, sin embargo, mientras pescaba nuestro amigo en una profunda y clara ensenada, mordió el anzuelo un pez grande que tiró con fuerza del hilo y al pescador le costó trabajo recogerlo; pero, gracias a su habilidad y a su paciencia, sacó por fin, un gran lenguado.

— ¡Ah! —Exclamó el pescador—, ¡qué bien cenare­mos!

—No tan de prisa, amigo —protestó el lenguado—, soy bastante insípido, pues no soy realmente un pez, sino un príncipe encantado. Y debo seguir siendo un lenguado hasta que el hechizo llegue a su término. Así es que, te suplico, no me mates, sácame el anzuelo con todo cuidado y arrójame de nuevo al agua.

¡Por supuesto que lo hare! —contestó el pesca­dor—. No veo por qué hacer daño a un lenguado que puede hablar.

Sacó el anzuelo tan cuidadosamente como pudo y arrojó el lenguado a la clara y profunda ensenada. Su­mióse el pez hasta el fondo, dejando una larga mancha de sangre en el agua; y regresó el pescador a su choza, sin cena, pero con una buena historia que contarle a su esposa.

   ¡Un príncipe encantado! —gritó la mujer, enoja­da—. ¿Y lo dejaste ir sin pedirle siquiera que nos con­cediera un deseo? ¡Eres mucho más tonto de lo que yo creía! Vuelve a la ensenada y llama al lenguado. Si es verdaderamente un príncipe encantado, responderá a tu llamado v te concederá lo que pidas. No querrás vivir en esta sucia choza, que se está desbaratando, du­rante toda tu vida, ¿verdad? Vete ya, y pídele una ca­baña decente en donde podamos vivir como Dios man­da. ¡fíjate bien en lo que le dices a ese príncipe encantado! ¡Vamos! ¡Andando!

El pescador no se sintió precisamente contento, pero no se atrevió a desobedecer a su esposa. Así que regresó a la ensenada, y cuando llegó, vio que el mar había ad­quirido un tono entre verde y amarillo, y que ya no estaba tan en calma como antes. Se paró en la orilla, y gritó:

Mágico lenguado de los mares,

 ven, te lo suplico, a mi;

Mi esposa querida, mi Lilí

un favor quiere de ti.

 

Apareció el lenguado, y preguntó al hombre:

Bien, ¿Qué desea tu mujer?

¡Ah! —contestó el pescador—. Créeme, no me gus­ta hacer esto. Pero dice que si te deje ir después de haberte pescado, lo menos que pude hacer fue pedirte algo. No le gusta la choza donde vivimos, y quiere una cabaña nueva y hermosa.

—Puedes irte —contestó el lenguado—. Ya tiene su cabaña, tal como la desea.

Se alejó el pescador de prisa, y encontró a su mujer, esperándolo, en la puerta de una acogedora cabaña. Lo condujo a la bonita sala y a la cómoda alcoba, la cocina y la despensa, amueblado todo con buenos y sencillos muebles; le enseñó la preciosa vajilla y las pesadas ollas de cobre y estaño. Atrás de la cabaña había un corral, con gallinas y patos, y también un jardincillo con flo­res y árboles frutales.

¿Verdad que esto es mejor? —preguntó la mujer. — ¡Claro que sí! —contestó el marido—. Ahora, ya no  tenemos nada más que desear.

Ya veremos —dijo la mujer.

Y lo vio el pobre hombre, pues unas cuantas sema­nas después, la escuchó gritar impaciente:

¡Óyeme bien! Esta cabaña es demasiado pequeña y mezquina. El lenguado pudo habernos dado algo mejor. Vuelve a verlo y dile que queremos un castillo.

1Ah, mujer! — le replicó el pescador—. Esta cabaña es hermosa y no necesitamos más. ¿Quien quiere vivir en un castillo?

-       ¡Vaya que eres ridículo! —exclamó la mujer—.

Vete ahora mismo, y dile al lenguado que deseamos un castillo, y que lo queremos pronto.

El pescador, moviendo la cabeza, le dijo:

No me parece bien pedirle más. El lenguado ha sido muy generoso. No iré.

Pero fue, pues no se atrevió a desobedecer a su esposa. Y al llegar a la ensenada, el mar estaba de un color azul tan obscuro que casi parecía gris, aunque no se escuchaban aun rumores de tormenta. Llegó hasta la orilla nuestro hombre, y gritó:

Mágico lenguado de los mares,

 ven, te lo suplico, a mi;

Mi esposa querida, mi Lilí

otro favor quiere de ti.

 

Y se presentó el lenguado, diciendo:

Bien, ¿qué es lo que desea ahora?

-      Ah! —contestó tristemente el pescador—, no esta satisfecha con la cabaña y quiere vivir en un gran castillo de piedra.

—Puedes irte —respondió el pez—, ya tiene su gran castillo de piedra.          

Se alejó el hombre corriendo; y encontró en lugar de la cabaña un gran castillo de piedra, con un parque enorme en el que pacían tranquilamente unos venados. Inmensos jardines rodeaban la propiedad. Su esposa lo esperaba en la puerta, y lo condujo a través de un enor­me vestíbulo con piso de mármol, en donde muchos criados corrían afanosos de aquí para allí. Recorrieron todos los salones lujosamente amueblados, con finos tapices y candiles de transparente cristal, hasta que lle­garon a su propia habitación. Sus pies se hundieron en la gruesa alfombra; la cama era hermosa y mullida, y las sabanas, de pura seda, habían sido suavemente per­fumadas.

 ¿No es maravilloso? —preguntó la mujer.

Sí que lo es —contestó su marido—. Ahora sí, ya no tenemos nada más que desear.

    —Ya veremos mañana —fue la respuesta enigmática de la mujer.

Se acostaron, y al despertar a la mañana siguiente, la mujer se asomó por las grandes vidrieras y contempló la hermosa campiña y los pueblos y ciudades que se divisaban a lo lejos. Sacudió bruscamente a su esposo.

¡Levántate ya —le ordenó—, y mira por la  ventana! Deberíamos ser los reyes de esta región. Ve al mar y dile al lenguado lo que deseamos.

Pero, mujer, si yo no quiero ser rey —contestó el pescador—. ¿No crees que deberíamos estar contentos con lo que ya tenemos?

¡Si tú no quieres ser rey —gritó la mujer—, yo si quiero ser reina! Y lo seré!  ¡Así que, corre!

El pescador se sintió más triste aún, y murmuró:

No es justo pedir más. El lenguado ha sido muy generoso. No ire.

Pero volvió a ir, pues ya no podía desobedecer a su esposa. Y al llegar a la ensenada, vio que el mar tenía un color gris muy obscuro y que el agua formaba re­molinos y despedía un olor extraño. A pesar de todo, se acercó a la orilla, y gritó:

Mágico lenguado de los mares,

ven, te lo suplico, a mi;

mi esposa querida, mi Lili

quiere otro favor de ti.

Yo pienso que hace mal

Mas no lo puedo remediar.

Presentose el lenguado y preguntó: -- ¿Y ahora, que quiere tu mujer?

—Quiere ser reina —contestó el pescador, avergon­zado.

—Vete a casa —fue la contestación—. Ya es reina.

Al llegar el pescador al castillo, este se había con­vertido en un enorme palacio. Los soldados marchaban en el patio central, y en el gran vestíbulo, su mujer ocupaba un trono dorado y lucia una bella corona. Al aproximarse el pescador, los heraldos soplaron en sus cornetas, anunciando su llegada.

¡Ah, mujer, así que ahora eres la reina! —le dijo, embobado.

—Si —contestó lacónica—, soy la soberana.

¿Ya nada ambicionas, entonces? —preguntó ansio­samente el marido.

—Te equivocas —contestó enojada—. Nada de extraordinario tiene el que sea reina. Lo que debería ser, es emperatriz. Vuelve con el lenguado y dile lo que deseo.

¡No lo hare! —dijo enojado el pescador—. ¡No pediré absolutamente nada mas al lenguado!

¿Que dices? —exclamó la mujer—. ¿Te atreves a desobedecerme? Recuerda que yo soy la reina y que tú solamente eres uno de mis súbditos.  ¿Obedece inme­diatamente!

Y se alejó el pescador, murmurando entre dientes: _ ¡Alguna desgracia nos acarreará tanta ambicion! Al Ilegar a la ensenada, vio que el mar estaba negro,

revuelto y agitado; mientras un fuerte viento levantaba las olas, ribeteindolas de espuma.

El pescador sintió miedo, pero gritó:

Mágico lenguado de ,los mares,

ven, te lo suplico, a mi;

mi esposa querida, mi Lili

pide aun algo más de ti.

Yo pienso que hace mal,

Pero no lo puedo remediar.

Salió el lenguado de las profundidades del oceano, y preguntó:

¿Qué es lo que quiere esta vez?

—contestó con tono triste el pescador—, quie­re ser emperatriz.

—Vete a casa —contestó el lenguado—, su deseo esta cumplido.

Esta vez encontró que las puertas del palacio eran de bronce y que su esposa ocupaba un trono de oro puro y una corona de brillantes adornaba su cabeza; y la servían y atendían reyes y gobernadores.

Mujer —preguntó el pescador—, ¿eres realmente emperatriz?

Claro que lo soy —contestó, a secas, la esposa. Y se quedó mirándola como si mirara al sol.

Bien, mujer, ahora que eres emperatriz, estarás sa­tisfecha, pues no hay nadie mas poderoso que tú

—No estoy tan segura —fue la extraña respuesta de la ensoberbecida mujer.

Se fueron a la cama; el pescador se durmió profun­damente, pues había corrido de aquí para allá  durante todo el día. Pero su mujer no podía dormir, pensando que otra cosa le quedaba por pedir.

Y cuando a la mañana siguiente vio el hermoso y rojo sol levantarse en el horizonte, iluminando la tierra, se sentó en la cama bruscamente y exclamó:

¿Por qué no he de dar órdenes al sol para que salga y para que se oculte? —y dando fuertes sacudidas a su marido, le gritó—: Despierta, marido. Hay alguien más poderoso que yo, y ese es Dios. Vete a ver al lenguado

pídele que me haga tan poderosa como Dios.

Al escuchar esto, el pescador cayó de la cama, horro­rizado.

—Pero, ¿qué dices?

—Digo, que no puedo soportar la idea de que exista alguien más poderoso que yo —le contestó—. Si no pue­do ordenar al sol y a la luna que salgan, y que se ocul­ten, y solamente puedo contemplar que lo hacen, sin que yo tenga nada que ver en ello, jamás podre ser fe­liz. Ve, pues, a ver al lenguado, y dile que quiero ser igual a Dios.

— ¡Ah, mujer, mujer! —sollozó el pescador, arredilándose ante ella—. El lenguado no podrá hacer nada. Eres ya emperatriz, conténtate con eso.

Pero la mujer se enfureció en tal forma, que el ma­rido no tuvo más remedio que ponerse sus ropas enci­ma a toda prisa, y correr hacia el mar que estaba agi­tado por la tormenta. Los árboles caían bajo el ímpetu del viento, y al llegar a la playa, vio que el mar y el cielo estaban negros como el carbón, rugían los true­nos, brillaban los relámpagos y subían las olas a la altu­ra de las más altas montañas.

El aterrorizado pescador se paró a la orilla de la en­senada, y gritó:

Mágico lenguado de los mares,

 Ven, te lo suplico, a mí;

mi esposa querida, mi Lilí

 Pide aún algo de ti

Que me apena repetir

lo que se atrevió a pedir.

Se presentó el lenguado y preguntó:

— ¿Qué quiere tu mujer ahora?

— ¡Ah! —Contestó llorando el pescador—. Quiere ser igual a Dios.

—Vete a tu casa —respondió el lenguado—, que es otra vez la humilde choza de viejas maderas y láminas. Se fue el pescador; y encontró a su esposa en la miserable choza donde nada había para cenar...

Y allí viven hasta nuestros días, como castigo por el tonto orgullo de aquella ambiciosa mujer.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.