El príncipe y la doncella

25.10.2010 23:08

 

 (Cuento Peruano) Allá en los primeros tiempos, cuando la tierra aun estaba formándose, salió el príncipe  Pariaca­ca, disfrazado, a recorrer su país, con la idea de encon­trar una doncella digna de ser su esposa.

Vestido como un anciano, llegó hasta los mis apar­tados rincones de su reino, pero todas las jóvenes que encontraba eran egoístas y mezquinas, y no le presta­ban ninguna atención, debido a sus pobres ropas.

Bajando un día por la empinada cuesta de una montaña cerca de un lago que regaba las planicies bajas, llegó al mercado de un pueblecillo.

Bebían y charlaban todos los habitantes del lugar, ignorando por completo al pobre viejo que, cansado y sediento, descansaba solo bajo la sombra de un árbol.

En aquel momento, la mujer más hermosa del pue­blo pasó por su lado, y al ver al extranjero completa­mente solo, exclamó:

—¿Cómo es posible que nadie ofrezca una bebida a este pobre anciano y que ni siquiera parezcáis notar su presencia?

Se acercó entonces al príncipe disfrazado, y arrodillándose a su lado, le dio de beber de la refrescante chicha que todo el mundo bebía por aquellos contornos, al mismo tiempo que le decía:

—Querido padre, bebe, y que la paz sea contigo después del calor del día.

El príncipe Pariacaca aceptó la bebida y dijo:

—Hermosa doncella, te doy las gracias. Esta bebida significaba para mi la vida o la muerte, y lo mismo significa para ti. Óyeme bien, y haz exactamente lo que te voy a decir. Una terrible desgracia caerá sobre este pueblo, así es que junta a toda tu familia y huye con ella al valle que está al otro lado de la montaña. Allá nos volveremos a encontrar.

Nada mas dijo el príncipe; se levantó y se alejó silenciosamente sin que nadie lo notara. La joven, mientras tanto, corrió a su hogar, reunió a su familia y la condujo, aquella misma noche, al lugar que le había indicado el anciano.

Llegaban precisamente a la altura del lago, cuando sucedió lo que el príncipe  había vaticinado: el peso del agua produjo un hundimiento de terreno en uno de los costados del lago, y un torrente se precipitó por la falda de la montana, arrastrando enormes rocas blancas y amarillentas, yendo a caer sobre el pueblo, al que destruyó en unos cuantos minutos...

Al llegar la doncella y su familia al otro lado de la montana, la gente del lugar les proporcione albergue y trabajo en los campos; las faenas eran cada día más, pues al vaciarse el lago, escaseó mucho el agua, y las cosechas de maíz empezaron a perderse.

Un día apareció de nuevo el príncipe Pariacaca, disfrazado  aun de anciano, y encontró a la joven llorando, junto a un pequeño y casi seco arroyuelo.

—Querida doncella —dijo el príncipe—, ¿Por qué lloras? Dime el motivo y yo te ayudare, pues lo que más deseo es verte feliz.

—Querido padre —contestó la joven, lloro porque la cosecha de maíz se va a perder por falta de agua.

—Me ofreciste de beber cuando me moría de sed —replicó el príncipe—, y ahora, yo te daré todo lo que necesites. Pero prométeme que te casaras conmigo.

La joven mire al hombre, y le contestó:

—Los habitantes de este pueblo nos recibieron amistosamente cuando no teníamos casa, ni bien alguno. Si puedes hacer que corra el agua, para que nunca vuelvan a secarse sus cosechas, me iré contigo, aunque seas viejo, y seré la esposa de un mendigo errante.

El príncipe sonríe, pero no dijo ni una palabra, hasta que estuvo en lo alto de la montaña, en el sitio en donde antes había estado el lago.

Llame entonces a todos los pájaros que volaban por el aire y a los animales del campo, que eran sus amigos, y les dijo:

—Ayudadme a que corra el agua, para que los campos de mi amada sean siempre fértiles y ricos.

Volaron todos los pájaros y volvieron trayendo piedras y guijarros, tierra y arena, cada uno de acuerdo con su tamaño, y construyeron una enorme presa. Los animales, mientras tanto, dirigidos por el zorro, que era el más ingenioso, hicieron un canal desde la otra punta del lago, bajando por la montaña, con el fin de que el agua corriera por donde el príncipe había dicho.

Cuando el trabajo estaba casi terminado, se levantó de pronto una perdiz, que pasó rozando las narices del zorro. Este salió corriendo tras la perdiz y el agua se derramó, antes de lo previsto, por la falda de la montaña.

Inmediatamente se ordenó a la culebra que tomara el lugar del zorro, pero como no era tan astuta, una gran cantidad de agua escapó, montaña abajo, por el lugar en que la perdiz se levantó...

Sin embargo, pudo llegar suficiente agua hasta los campos en donde la doncella trabajaba, los cuales se convirtieron en los más fértiles y ricos de todo el Perú

Llegóse entonces el príncipe Pariacaca hasta la doncella y esta puso su mano en la del viejo.

— ¡Por fin he encontrado a una doncella digna de mi sangre real! —exclamó—. Soy el príncipe Pariacaca.

Quitóse el disfraz, y ante los ojos de la asombrada y feliz doncella, apareció el más gallardo príncipe de la hermosa tierra de los incas.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.