El Príncipe y la Paloma

12.01.2011 23:43

 

(Cuento Portugués)Erase un príncipe que, ansioso por conocer mun­do y correr aventuras, salió de su país, con los bolsillos llenos de oro, de la hacienda de su padre. Era gentil y amable, aunque no muy prudente; y cuando en una posada se encontró con otro viajero que pro­puso un juego de cartas, acepto sin sospechar ni por un momento que podían tenderle una celada.

E1 viajero tenía toda la traza de ser un hombre honrado y bueno; y, claro está, resulto ser mucho mejor jugador que nuestro Príncipe. Muy poco después que empezaron la partida, ]as bolsas del joven estaban vacías y las del viajero llenas a reventar.

—Juguemos una última mano —sugirió el viajero—. Si ganas, te devolveré todo tu dinero; pero si pierdes, serás mi criado durante seis años.

El príncipe acepto y volvió a perder.

—Ahora —dijo el viajero, sonriendo cruelmente—, trabajaras corno criado en esta posada durante los tres primeros años; después vendrás a mi palacio. Soy el rey de este país y el enemigo mortal de tu padre. ¡Ya pensare en unos trabajitos especiales para ti!

No hubo más remedio que obedecer, pues el príncipe consideraba que su honor estaba en juego. Trabajó durante tres años en la posada, sin recibir más pago que la comida; y cuando terminaron, se dirigió al palacio del rey, que quedaba a un día de camino, llevando por toda comida un trozo de pan y una bo­tella con agua.

Había recorrido solo un corto trecho, cuando encontró a una pobre mujer cargando a un niño que lloraba de hambre. y de sed.

—Toma —exclamó el generoso príncipe, dando a la mujer su trozo de pan y su botella de agua; el niño bebió y comió ávidamente, y la mujer, agradecida, le dijo:

—Escúchame, puedo ayudarte. Si sigues por este camino, notarás dentro de poco el fuerte aroma de las flores de un jardín cercano. Entra en él, y escóndete, lo más cerca que puedas del estanque. Cuando veas que bajan tres palomas a bañarse, coge el ropaje de plumas de la última y no permitas que se aleje sin que te haya concedido tres regalos.

El príncipe siguió los consejos de la mujer y todo sucedió como esta había dicho. Mientras esperaba, encogido a la orilla del estanque, en el más hermoso jardín que soñara contemplar, bajaron tres palomas, una después de otra, dejando caer sus plumas al tocar el agua y convirtiéndose en bellísimas doncellas.

Al pasar la Ultima, el príncipe brincó, y asió las plu­mas. La joven se detuvo frente a él, y le dijo:

—Principie, te daré mi anillo, mi collar, y una pluma de mi ropaje. Cuando te encuentres en peligro, coge uno de los tres objetos y llámame: "; Paloma, ven en mi ayuda!" Vendré inmediatamente. Debes saber que somos las hijas del rey hechicero a quien vas a servir y que es tu enemigo mortal.

La joven se cubrió de nuevo con su ropaje de plumas, convirtiéndose en paloma, y se alejó volando, como ya lo habían hecho sus hermanas.

Nuestro amigo prosiguió su camino y llegó al palacio del rey.

¡Bien! —exclamó este cuando vio al príncipe—. Tengo unos trabajos especiales para ti; morirás si no los cumples. Aquí están tres sacos con mijo, trigo y ceba­da; siémbralos, coséchalos y muélelos esta misma no­che; y tráeme mañana las hogazas de pan hechas con la harina de estos granos.

El príncipe se quedó mudo de terror ante la impo­sible tarea; pero recogió los tres sacos y los llevó a su cuarto. Sacó entonces la pluma mágica y exclamó:

-          ¡Paloma, ven en mi ayuda!

    ¿Qué sucede? —preguntó la paloma, entrando por la abierta ventana.

Cuando el príncipe le explicó lo que deseaba el rey, la paloma solamente le dijo:

—No temas, duérmete y todo se arreglará.

Se alejó la paloma y el príncipe se fue a la cama. A la mañana siguiente, en lugar de los tres sacos de granos, encontró junto a su cama tres grandes hogazas de pan.

Cantando alegremente, se presentó al rey, quien lo recibió malhumoradamente, y le dijo:

—Puesto que la primera tarea ha sido tan fácil, la segunda es que encuentres el anillo que perdí en el mar mi hija mayor.

Se alejó el príncipe, y tocando el anillo, suplicó: —¡Ven en mi ayuda, paloma querida!

Apareció la paloma, y cuando escuchó lo que el rey deseaba esta vez, dijo al doncel:

—Toma un cuchillo y una pequeña vasija; al Ilegar a la playa, sube a la lancha que encontraras sobre la arena.

Obedeció el príncipe; y mientras remaba alejándose de la playa, apareció la paloma y se posó sobre el mástil.

Se encontraban mar adentro, cuando la paloma dijo al joven:

—Córtame la cabeza, pero no dejes que una sola gota de sangre caiga fuera de la vasija; arroja después mi cabeza y mi cuerpo al mar.

Volvió a obedecer el príncipe; y unos minutos después, aparecía la paloma, viva, con el anillo en el pico. Lo entregó al príncipe, revoloteó unos momentos sobre la vasija y se alejó. Cuando miró el joven hacia la vasija, no quedaba en ella una sola gota de sangre.

Remó hacia la playa y entregó el anillo al rey, quien, mirándolo torvamente, exclamó:

¡Esta vez no será tan fácil! Tendrás que montar esta noche mi potro salvaje, salir al campo, y domarlo.

Al llegar el príncipe a su habitación, sacó el collar y gritó:

¡Ven en mi ayuda, paloma querida! Inmediatamente apareció, y posándose sobre su hom­bro, escuchó al príncipe, y le dijo:

Mi padre está ansioso por matarte, pero no lo lograra, si haces lo que te voy a decir. Mi padre mismo será el potro, mi madre la silla, mis dos hermanas las espuelas, y yo seré la brida. Todo lo que tienes que hacer, es soltar las riendas. Pero lleva un buen garrote en lugar de látigo y úsalo a placer.

Salió el príncipe, y usó su garrote con tal gusto, sobre el potro y la silla, apretando al mismo tiempo las es­puelas, que, al Ilegar al palacio a informar que el potro estaba domado, encontró al rey muy maltrecho; sus criados lo cubrían con toallas empapadas en vinagre; la reina no podía moverse, y las dos princesas mayores estaban en cama, con varias costillas rotas.

La menor de las princesas era la única que estaba bien; y aquella noche entró en forma de paloma por la ventana de la habitación del principe, pero convirtiéndose en hermosa princesa, le dijo, ansiosamente:

—Es nuestra oportunidad para escapar; ahora que están heridos no tendrán tiempo para ocuparse de nos­otros. Ve, pues, a la cuadra, ensilla el caballo más pequeño que encuentres, y corre al bosque. Me reuniré allí contigo, dentro de poco.

El príncipe se fue a la cuadra, pero tomó un caballo grande, en lugar del pequeño que le había recomen­dado la princesa. Cuando se encontraron en el bosque, y esta vio que el príncipe no había seguido su consejo, era ya demasiado tarde para volverse atrás.

—Nos atraparán —dijo la joven, suspirando—, pues el caballo pequeño es el más rápido del mundo, corre con la rapidez del pensamiento.

Cuando el rey se enteró de su escapada, se arrastro hasta los establos en medio de quejidos y lamentos, .y montando el caballo que era rápido como el rayo, salió en su persecución.

Pero la princesa, que ya lo temía, al ver que se les aproximaba convirtió su propio corcel en una ermita, al príncipe en un ermitaño, y a sí misma en monja.

—No he visto absolutamente a nadie —contestó el ermitaño cuando el rey lo interrogó.

Furioso, regresó el monarca e informó a la reina lo que había visto.

- ¡Idiota! —le gritó pues era una bruja más poderosa aun que él—. La ermita, la monja y el ermitaño, eran los fugitivos. Si hubieras traído siquiera un trozo de sus vestidos o una piedrecilla de la ermita, estarían en mi poder. 'Rápido, sal de nuevo tras ellos!

Alejóse el rey sobre el rápido corcel; pero la prin­cesa, viendo que se acercaba, convirtió su caballo en un jardín, ella se trocó en un rosal y el príncipe en el jardinero.

— ¿Has visto pasar a un joven y a una doncella, sobre un gran caballo? —preguntó el rey.

El jardinero negó con la cabeza, continuó podando el rosal, y el rey volvió al palacio a informar a la reina.

¡Idiota! —volvió a gritar—. Si hubieras traído si­quiera una de las rosas, o un poco de tierra, estarían ahora en mi poder. ¡No hay tiempo que perder! ¡Tras ellos, pero esta vez, iré yo contigo!

La princesa vio que los alcanzaban una vez más, y convirtió al caballo en un estanque, al príncipe en tortuga, y ella se trocó en anguila. A pesar de esta transformación, la reina sabía que eran ellos, y dijo:

 —Regresa, hija mía, y te perdonaré.

Pero la anguila negó con la cabeza. La reina enton­ces ordenó al rey que llenara una botella con agua del estanque, pues no podía pescar a la anguila. Mientras llenaba la botella, se acercó la tortuga y de un golpe, hizo que cayera la botella de manos del rey.

La reina, considerándose vencida, regresó al palacio. Pero, antes de alejarse, lanzó un sortilegio para que el príncipe se olvidara, por completo, de la princesa.

El joven no creyó que esto pudiera suceder jamás; pero la princesita lloró amargamente. Y cuando se acer­caban al país del príncipe, olvidóse éste, en efecto, de la joven, y la dejó en la posada en donde el rey hechi­cero lo había engañado, quitándole todo su oro.

El padre del príncipe lloró de alegría al ver nueva­mente a su hijo y arregló inmediatamente su matrimo­nio con la princesa de un reino vecino.

Pero la mañana de la boda, apareció una paloma que se posó sobre el brazo del príncipe, dejando caer en sus manos una pluma, un anillo y un collar. Al verlos, el príncipe recobró de pronto la memoria y exclamó:

— ¡Ven en mi ayuda, paloma querida!

Al momento, la paloma se convirtió en su amada princesa; el hechizo llegó a su término, se casaron y fue­ron muy felices.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.