La Bruja de la Barca de Piedra

13.11.2010 14:44

 ( Cuento Islandés) Había una vez un rey de los lejanos países nórdicos, que, al sentirse envejecer, y comprender que su fin estaba próximo, mando llamar a su hijo, el príncipe Sigurd, y le habló con todo cariño:

—Hijo mío, me queda poco tiempo de vida, y pronto ocuparas mi trono. Pero antes de ese día, quisiera verte casado para que seas, a tu vez, padre de un príncipe que pueda ocupar tu lugar más tarde.

—Yo también quisiera estar casado —contesto el príncipe Sigurd—; pero aun no he encontrado a la princesa digna de ser mi esposa.

—Cruza el mar —dijo entonces el anciano monar­ca—, pues en un país, al que te diré como has de Ilegar, vive una princesa tan hermosa como el día, que consentirá en ser tu esposa.

Se alejo Sigurd en uno de sus grandes barcos; y na­vegando sobre las heladas olas, llegó al Pals del que Ie había hablado su padre. Encontró allí a la princesa de sus sueños, más hermosa aun que el día. Se enamoraron los jóvenes en cuanto se vieron; y el padre de ella no solo consintió en el matrimonio, sino que estaba ansioso de que se realizara cuanto antes, con la condición de que los recién casados permanecieran con el después de la boda.

—Solamente puedo quedarme aquí mientras viva padre —explicó  Sigurd—. Pero tan pronto como lleguen noticias de su muerte, mi esposa y yo tendremos que cruzar el mar, para ir a gobernar mi país.

Accedió el rey; se casaron y vivieron felices durante algunos años, en el país de la princesa, que era, por cierto, tan buena y gentil, como hermosa. Cuando tuvieron su primer hijo, su felicidad fue aun mayor, y el príncipe recién nacido,  el nene más feliz y dormilón de todo el país.

Cumplía dos años el pequeño, cuando llegó la noti­cia de la muerte del padre de Sigurd; este se dirigió inmediatamente a su hogar, con su esposa, que era ya la reina, y su pequeño hijo, que se había convertido en el príncipe heredero.

Navegaron durante varios días, y veían ya en el horizonte las costas del país de Sigurd, cuando repen­tinamente cesó el viento y cayó tal pesadez sobre el barco, que todos los hombres se durmieron sobre los remos, mientras el rey y sus oficiales dormían, a su vez, en los camarotes.

Solamente permaneció despierta la joven reina, que jugaba tranquilamente sobre cubierta, con su hijito.

De repente al levantar la joven la cabeza, vio una mancha negra sobre el mar, que se acercaba rápidamente. Al fijarse más detenidamente, vio que era una barca; cuando la tuvo bastante cerca, comprendió, asombrada que era una barca de piedra y de que en ella venia una mujer tan espantosamente fea, que la reina casi se desmaya al verla.

Tan pronto como la barca alcanzó al barco, la mujer, que era una malvada bruja, lo abordó, y se dirigió ha­cia la reina, quien, paralizada por el terror, no pudo decir palabra para pedir ayuda o para llamar al rey.

Rápidamente tomó la bruja al niño y lo puso sobre la cubierta. Despojó después a la reina de sus hermosas ropas, y se las puso ella misma; dijo, por fin, unas palabras mágicas, y su feísimo rostro y su contrahecho cuerpo, se transformaron; y quedó tan hermosa, que na­die la hubiera podido distinguir de la reina misma. Esta, temblaba, pues la había dejado casi desnuda y además estaba imposibilitada por el miedo de hacer el menor movimiento.

En cuanto se realizó el increíble cambio, puso la bruja a la reina sobre su barca, y le ordenó:

—Te conmino a que no disminuyas tu velocidad, ni cambies tu curso, hasta que hayas llevado a esta mujer a la casa de mi hermano, el rey de los ogros.

La barca obedeció y se alejó a toda prisa, Elevándose a la infeliz reina. A los pocos minutos, se perdieron to­talmente de vista.

Cogió entonces la bruja al pequeño; pero este empezó a llorar y no logrando hacerlo callar, bajó fastidiada, al camarote del rey. Lo sacudió bruscamente, gritando:

I Despierta! ¿Te parece bien dejarme sola, sobre la cubierta, mientras todos duermen?

Sigurd se sorprendió ante el tono de la reina, pues nunca le había hablado con tanto enojo. Consideró, sin embargo, que tenia motivo para sentirse molesta; y trató de calmar el llanto del niño, pero no lo logró.

Mientras tanto, se había levantado la brisa, los marineros despertaron de su extraño sopor, y pronto lle­garon a tierra. El pueblo entero se había reunido en los muelles para dar la bienvenida a su rey, encantado de que hubiera traído una reina y un pequeño príncipe.

Este, sin embargo, no había cesado de llorar desde el momento en que fue arrebatado de los brazos de su madre; todos estaban admirados, pues siempre había sido un nene muy alegre. Encontró, por fin, el rey a una niñera, entre las doncellas que atendían a la reina, y el pequeño recobró su buen humor.

El rey, sin embargo, estaba preocupado, pues notaba que la reina había sufrido un gran cambio durante la travesía, aunque no sospechaba, ni remotamente, cual era en realidad ese cambio. A menudo se mostraba altanera y obstinada; no tardó en correr el ru­mor de que el rey había hecho un mal matrimonio.

Dos jóvenes nobles, que solían jugar ajedrez cerca de la cámara de la reina, fueron los primeros en notar algo extraño en la joven; pero se sintieron tan espantados que no se atrevieron a hablar con Sigurd.

Sucedió que mientras jugaban una noche, escucha­ron unos sonidos que procedían de la cámara de la reina; y aun cuando sabían que no había nadie con ella, y que a menudo hablaba a solas, en esa ocasión les pareció escuchar otra voz, áspera y cruel, como si un animal gruñera.

Decidieron espiar a la reina y encontraron una grieta en el muro, a través de la cual podían ver y oír lo que sucedía en la cámara.

Y lo primero que oyeron, con toda claridad, fue la voz de la joven, que decía:

—Cuando bostezo, abriendo la boca solo un poquito, soy una pequeña y amable doncella; cuando la abro un poco más, soy una bruja; pero cuando la abro del todo, me convierto en una terrible ogresa.

Acabando de pronunciar la última palabra, bostezó largamente, convirtiéndose en una espantosa y terrible ogresa, que hizo temblar a los que la observaban.

Inmediatamente, se abrió un agujero en el piso y apareció un ogro tan horrible como ella, llevando una cubeta llena de carne cruda.

—¿Que tal, hermana? Gruñó.     He traído tu cena.

La reina solo contestó con otro gruñido, pero se sentó frente a la cubeta y se comió hasta el último trozo de carne, ante el asombro de los jóvenes.

Cuando hubo terminado de comer, el ogro recogió la cubeta y desapareció por donde había venido, mientras la ogresa, cerrando la boca, volvía a recobrar su forma humana.

Muy poco tiempo después, la niñera que cuidaba al príncipe presenció otra extraña escena. Una noche, llevaba al niño en sus brazos y al encender una vela, se abrió un agujero en el piso y apareció una hermosa mujer vestida de blanco, que se parecía asombrosamente a la reina. Alrededor de su talle llevaba un cinturón de hierro del que pendía una gruesa cadena que desaparecía por el agujero.

Acercóse ésta a la niñera, cogió al pequeño, lo apretó entre sus brazos, lo besó amorosamente v devolviéndoselo con un hondo suspiro, desapareció por el agujero, que se cerró tras ella.

La niñera se asustó terriblemente, pero el pequeño príncipe había permanecido tranquilo, por no decir que contento y satisfecho.

A la noche siguiente se repitió la misma escena. Pero, al alejarse la extraña mujer, se escuchó un sollozo v murmuró muy quedo:

—Ya han pasado dos y solamente queda una.

Esta vez, la niñera contó al rey lo que había visto, pues estaba segura de que las palabras "solamente que­da una", se referían a una última visita.

La noche siguiente, se instaló Sigurd en la habitación del pequeño y esperó, escondido, con su espada en la mano. A los pocos minutos, se abrió el piso y apareció la mujer vestida de blanco, con el cinturón de hierro, del que pendía la cadena, y tomó al niño en sus brazos.

Sigurd, al verla, comprendió inmediatamente que era su amada reina y cayó a sus pies, dando un grito de sorpresa. Volvióse la reina hacia él y dijo, entre sollozos:

--- ¡Sigurd, amado mío, sálvame!

Al hablar la reina, tiraron de la cadena desde abajo y la joven fue arrastrada hacia el agujero. Pero Sigurd se adelantó, dejó caer violentamente su espada y cortó la cadena por la mitad.

Se escuchó entonces un terrible aullido bajo el piso y unos tremendos golpes sacudieron el palacio y la ciu­dad entera. Siguieron escuchándose quejidos y tumbos durante unos minutos, más débiles cada vez, hasta que, por fin, todo quedó en completo silencio.

—¡Estoy salvada! —murmuró la reina, abrazándose a su esposo—. Era el rey de los ogros el que me tenía prisionera; la bruja que tomó mi lugar es su hermana. Apareció ésta en su bote de piedra el día que se calmó el viento, mientras todos dormían. Se transformó ante mi vista y ordenó al bote que me llevara a su reino, y de allí, a través de un río subterráneo, hasta su morada, en lo profundo de la tierra, bajo este palacio. El ogro quería convertirme en su esposa, pero yo rehusé. Me encerró en un calabozo lleno de ratas y culebras y juró que nunca me dejaría salir, hasta que consintiera en ser su esposa. Prometí, por fin, casarme con él, si me de­jaba ver a mi hijo tres veces, pues estaba segura de que encontrarías el medio de salvarme. Accedió, pero venía conmigo y me conservaba atada a él por la cadena. Esta noche, era mi última oportunidad, y tenía un miedo terrible de que no vinieras. Pero viniste; y al cortar la cadena, el rey de los ogros debe haber caído hasta su cueva, rompiéndose el cuello.

El rey Sigurd comprendió entonces por qué la su­puesta reina se había mostrado tan desagradable, y por qué el pequeño príncipe lloraba siempre que aquélla se le aproximaba. Los jóvenes nobles le refirieron lo que habían visto a través de la grieta, en la cámara de la falsa reina.

Ordenó el rey que la trajeran a su presencia; y aun cuando se convirtió primero en bruja y después en ogresa, la metieron en un barril lleno de clavos y la arrojaron por el agujero del piso, para que se reuniera con los restos de su hermano, el rey de los ogros.

Taparon el agujero, y desde entonces, la verdadera reina y el rey Sigurd vivieron felices en su palacio.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.