La bruja del bosque

01.11.2011 11:17

(Cuento ruso) Había una vez un aldeano que quedó viudo, con dos pequeños hijos, un niño y una niña, que eran gemelos. No tardó el hombre en casarse de nuevo, pero la segunda esposa odiaba a sus hijastros, los trataba muy mal y decidió, por fin, deshacerse de ellos.

—Os habéis portado tan bien —les dijo un día, hipócritamente — que he pensado daros un premio especial. Iréis a visitar a mi abuela, que vive en una pequeña casa de piedra en el bosque. Es muy vieja, así que tendréis que cuidarla, atenderla y hacer todo lo que os mande; pero como es tan buena, os dará muy bien de comer y de beber.

Obedecieron los pequeños y se alejaron, cogidos de la mano; pero antes, fueron a ver a su verdadera abuela, para decirle adónde se dirigían.

Cuando la anciana los escuchó, no pudo contener las lágrimas y dulcemente les dijo:

— ¡Pobrecitos de vosotros que no tenéis madre ¡Cómo os compadezco!; pero, desgraciadamente, nada puedo hacer para ayudaros. Vuestra madrastra no os manda con su abuela, sino con la bruja del bosque, que es mala y perversa. Pero si vosotros sois buenos, amables y generosos, todo puede acabar bien.

Los besó, los bendijo y los despachó con una botella de leche, una hogaza de pan, un trozo de jamón y unos listones nuevos para las trenzas de su nietecita.

Se internaron los gemelos en el obscuro bosque y poco después llegaban a la casa de piedra, en donde encontraron a la enorme y horrible bruja tumbada en el suelo, la cabeza apoyada en el quicio de la puerta de entrada, un pie en cada una de las esquinas de la casa, y las piernas dobladas, con las rodillas tocando el techo. — ¿Quién está ahí? —gruñó la bruja.

—Buenos días, abuela —contestaron los niños cortésmente, aun cuando apenas podían tenerse en pie, tal era su miedo—. Nuestra madrastra nos ha enviado a atenderte y a servirte.

—Trabajad, entonces —murmuró la bruja entre dientes—. Si me dais gusto, tal vez os recompense; pero si me disgustáis, iréis a parar a la sartén y os freiré para mi cena.

Entregó a la niña unas madejas de lana para que las hilara, y al niño un colador para que acarreara agua del pozo. Montó después en su escoba y se alejó volando por el aire.

Sentóse la pequeña cerca de la rueca, llorando, pues no sabía hilar; pero a poco, aparecieron muchos graciosos y obscuros ratoncillos que, al ver lo que la niña trataba de hacer, le dijeron:

"Pobre pequeña, sabemos que eres buena y comedida; te ayudaremos hoy, si nos das algo de comida."

Dioles la niña parte del pan que le había regalado su abuela y los ratoncillos le cantaron:

Gracias por tu ayuda, gentil amiga querida; pasea por el bosque mientras hilamos tu lana;

a tu regreso, tranquila y de buena gana,

convence al gato de que busque más comida.

Agradeció la pequeña la ayuda de los ratoncillos y se dirigió al bosque, en donde encontró a su hermano, llorando junto al brocal del pozo, pues el agua se escurría por los agujeros del colador.

Trataba de consolarlo, cuando llegó una bandada de reyezuelos, que cantaron, al posarse sobre unas ramas vecinas:

Si unas migajas de pan nos regalas,

te diremos cómo evitar que el agua se salga.

Con toda rapidez arrojaron los gemelos migajas de pan al suelo; y cuando los reyezuelos dieron buena cuenta de ellas, enseñaron a los pequeños cómo tapar con lodo los agujeros del colador, para llevar agua sin derramar ni una gota.

Regresaron los niños a la casa y encontraron al gato acurrucado cerca del fuego. Le acariciaron el lomo, le dieron unos trocitos de jamón y le preguntaron:

—Di, por favor, querido minino, ¿cómo podemos escapar de la bruja?

—Coged su peine, y cuando oigáis que se acerca, arrojadlo por encima del hombro. Y si además podéis conseguir su pañuelo y hacéis, con él lo mismo que con el peine, estaréis a salvo.

El gato ronroneó agradecido, después de saborear el delicioso jamón, dejando a los pequeños pensando en lo que les había dicho.

No tardó en regresar la bruja, que se enfureció terriblemente al ver que la lana había sido hilada y que el colador estaba lleno de agua.

—Bien, ya encontraré mañana una tarea más difícil —refunfuñó—. Si la cumplís bien, quizá os dé un premio; pero, de lo contrario, os freiré para mi cena.

Al día siguiente, antes de alejarse volando en su escoba, les encargó cosas verdaderamente imposibles. Pero, en lugar de tratar de hacerlas, los niños, que habían cogido el peine y el pañuelo de la bruja mientras ésta dormía, se fueron a pasear al bosque con toda tranquilidad.

Sin embargo, acababan de salir de la casa, cuando el perro guardián de la bruja se les echó encima, gruñendo y ladrando furiosamente. Le dieron todo el pan y el jamón que les quedaba, y no.sólo dejó el perro de ladrar, sino que meneó la cola en señal de amistad y camaradería.

Se internaron después los hermanitos en el bosque; pero en cuanto pisaron el sendero, el abedul que crecía a sus orillas, dejó caer sus ramas para impedirles el paso, y casi les pica los ojos. Pero tan pronto como la niña ató las ramas con los listones nuevos que su abuela le había dado para sus trenzas, el árbol apartó sus ramas, y pudieron atravesar el bosque entero, sin nuevos obstáculos, y salir a la abierta campiña.

Mientras tanto, la bruja había regresado a su casa de piedra, y cuando vio que los niños habían escapado, amenazó al gato, gritándole furiosa:

—¿Por qué los dejaste salir, y no les sacaste los ojos?

El gato arqueó el lomo, enderezó la cola y, molesto contestó:     ,

—Te he servido durante años v nunca me has dado ni siquiera unas gotas de leche. Estos amables peque. ños me acariciaron y me dieron todo el jamón que quise. Si me golpeas, enterraré mis uñas en tu cara..

La bruja dio media vuelta y se encaró, rabiosa, con el perro:

—¿Por qué los dejaste pasar? ¿Por qué no los hiciste pedazos?

El perro le enseñó los dientes y gruñó:

—Te he servido durante muchos años y nunca me diste ni siquiera un hueso para roer. Los niños, generosos, me acariciaron y me dieron todo el pan y el jamón que tenían. Si te atreves a tocarme, te destrozaré con mis colmillos.

Dirigióse entonces la bruja al sendero del bosque, con su gran cuchillo en las manos, y gritó enfurecida al abedul:

— ¿Por qué dejaste pasar a los niños? ¿Por qué no les sacaste los ojos con tus ramas?

El abedul crujió, enojado, y contestó:

—Te he servido durante más tiempo que el gato y el perro, y nunca se te ocurrió amarrar ni una sola de mis ramas con un cordón cualquiera. Los niños, amablemente, ataron mis ramas con hermosos listones. Si tratas de derribarme, te sacaré los ojos.

Lanzando maldiciones contra sus servidores, montó

la bruja nuevamente en su escoba y salió en persecución de los pequeños, que se alejaban corriendo; mas de repente, escucharon el golpear de la escoba contra la tierra y vieron que la malvada mujer se les acercaba peligrosamente.

Arrojó entonces el niño el peine, y en un instante, sus dientes se convirtieron en espesos matorrales de zarzas y espinos, que la bruja tuvo que cortar con su cuchillo para abrirse paso; pero le tomó tanto tiempo, que los pequeños casi habían escapado de su vista, cuando nuevamente escucharon los golpes de la escoba.

La pequeña, acordándose de los consejos del gato, arrojó el pañuelo e inmediatamente vieron cómo se convertía en un caudaloso río que los separaba de la bruja.

No se veía ningún puente; y una bruja, por muy bruja que sea, no puede caminar sobre el agua; así es que la de nuestro cuento no tuvo más remedio que olvidar a los pequeños y volverse, furiosa, a su casa del bosque.

Los pequeños corrieron entonces hasta su propia casa; y al llegar refirieron a su padre lo que les había sucedido. Se enojó tanto el buen aldeano, que despachó a su propia mujer a la casa de la bruja, para que la sirviera y la atendiera.

Y desde entonces el padre y los dos niños cuidaron unos de otros, y vivieron muy felices y tranquilos

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964