La esposa hada

12.12.2011 21:56

(Cuento chino) Había una vez, en la antigua Catay, cuatro hermanos, tres de los cuales estaban próximos a casarse. Sus bodas serían espléndidas. Hermano Mayor tomaría como esposa a la hija del Emperador, y su felicidad era inmensa; Hermano Segundo se casaría con la hija del General Tigre, e inmensa también era su dicha; y, por fin, Hermano Tercero había logrado enamorar a la hija del Mandarín Mayor, y su importancia era... ¡inmensa!

Hermano Pequeño no tenía novia; y pensaba que nunca la encontraría, pues tenía sueños de poeta y solamente se casaría con un hada. Hermanos Mayores se reían de Hermano Pequeño, pero a éste no le molestaba, porque lo comprendía.

Las bodas de Hermanos Mayores se celebraron el mismo día en el palacio del Emperador. Resultaron magníficas; había que ver a los miembros de grandes familias vestidos con regias túnicas, cubiertas de bordados y piedras preciosas.

Pero Hermano Pequeño estaba triste. Cansado de tantas fiestas de grandes familias, salió, solo, a dar un paseo. Cogió por un camino que llegaba hasta un alto puente rodeado de sauces, y apoyándose en la barandilla, contempló las aguas bulliciosas. Al volverse para seguir su camino, vio ante sí la más hermosa doncella que jamás soñara contemplar. Su figura era perfecta, y perfecto era también el óvalo de su cara; ni la luna, con su espléndida belleza, podría competir con ella. Sus pies eran pequeños, más pequeños que los de cualquier doncella de las grandes familias.

Adivinó el joven que se trataba de un hada, y quedó deslumbrado por su radiante belleza. No se fijó en sus humildes ropas; le pidió que se casara con él inmediatamente, y sintió enloquecer de alegría cuando ella aceptó.

—Espérame aquí —le dijo—. Debes entrar al palacio del Emperador en una litera, como hija de una gran familia.

—Pero —dijo ella—, si puedo caminar. .

—Eso no sería una muestra del respeto debido a mi adorable esposa —le contestó, y corrió al palacio de su padre.

—¡He encontrado una esposa ideal! —gritó entusiasmado—. He venido por una litera para traerla.

Encontró a unos hombres que venían de las fiestas, y salió con ellos, impaciente por presentar a todos a su esposa hada que lo esperaba en el puente.

Regresó al palacio a tiempo para celebrar su boda después de las de los hermanos mayores con sus honorables esposas. Pero los miembros de las grandes familias miraron con desprecio a la novia de Hermano Pequeño, que vestía sencillos ropajes; y las mujeres se reían tras sus abanicos.

Al día siguiente, y según establecía la costumbre, las cuatro esposas debían visitar a sus honorables padres. Como el General Tigre y el Mandarín Mayor estaban en el palacio imperial con el Emperador, se dirigieron todas allá. La esposa hada parecía ser huérfana.

La hija del Emperador llevó de regalo el "té óptimo"; la hija del General Tigre, "el mejor té de jazmín"; y la hija del Mandarín Mayor, "el té más perfumado". La esposa hada llevó "té verde", común y corriente. Sus cuñadas se reían, ocultando sus rostros con los abanicos. Hermano Pequeño y su esposa habían quedado en ridículo.

Llegó el Año Nuevo, y con él, la ocasión para las personas importantísimas, de cruzarse regalos con sus parientes. Los hermanos mayores fueron a palacio; Hermano Pequeño se quedó en casa jy no dijo nada.

—¿Por qué estás triste? —le preguntó la esposa hada—. ¿Por qué estás tan callado? ¿Por qué no vas a palacio como tus hermanos mayores?

—No puedo ir —gruñó Hermano Pequeño—. Soy pobre y no puedo hacer regalos.

La esposa hada sonrió.

—Si haces lo que te digo, podrás ir.

Y con sus dedos mágicos transformó unos trocitos de paja en un caballo; después, tomó la venda que conservaba sus pies tan pequeños y la entregó a su esposo.

—Galopa hacia el mar —le explicó su esposa—. Coloca la venda sobre el agua y sigue la Vereda de las Hadas.

Hermano Pequeño montó sobre el caballo de paja y se dirigió a la orilla del mar. Tiró la venda de la esposa hada al agua, e inmediatamente apareció la Vereda de las Hadas; caminó por ella y regresó con un gran cofre de "el mejor té de todo el mundo". Hermano Pequeño dio regalos a sus honorables parientes políticos, y la esposa hada conquistó la estimación de las grandes familias.

Llegó después el día catorce del primer mes, cuando se cruzaban regalos aún más espléndidos. Las esposas de los hermanos mayores charlaban de los regalos magníficos que comprarían. Hermano Pequeño volvió a entristecerse.

Pero la esposa hada dijo:

—Honorable esposo, ve a la playa y tráeme el cofre que encontrarás ahí.

Hermano Pequeño fue. Pero todo lo que vio fue un viejo cofre de madera podrida, totalmente vacío. Se enojó, pues había pensado que encontraría en él "té mejor que el mejor té del mundo"; así que tiró el cofre y volvió a su hogar.

La esposa hada le preguntó ansiosa:

—Honorable esposo, ¿trajiste el cofre?

Hermano Pequeño negó con la cabeza.

—Era viejísimo y estaba podrido —explicó—. Y además, estaba totalmente vacío. ~.

La esposa hada se impacientó y golpeó el piso con

uno de sus pequeños pies.

—Honorable y tonto esposo —le dijo—. Por favor, tráeme ese cofre viejo y podrido.

Y le sonrió tan dulcemente, que Hermano Pequeño trajo el cofre, aunque murmuraba entre dientes, corno lo hacen todos los esposos.

En la mañana del día catorce, sin embargo, ya no murmuró. Gritó, por el contrario, admirado y sorprendido, al mirar dentro del cofre. Pues éste se había convertido en una escalera de mármol que conducía a un mundo nuevo, un mundo mágico...

Penetraron en él; la esposa hada mostraba el camino y Hermano Pequeño la seguía. Pasearon por las calles, se extasiaron ante los escaparates de las tiendas, deambularon por teatros y parques, palacios y jardines.

Cuando salieron de ese maravilloso mundo, la esposa hada cerró el cofre, y Hermano Pequeño invitó a los hermanos mayores con sus honorables esposas, a tomar el té con ellos, y a ver el cofre mágico.

Después que los hermanos mayores y las cuñadas bebieron su té, la esposa hada abrió la tapa del cofre, y los condujo a la Ciudad de las Hadas. Estaban asombrados; todo les parecía mejor que en sus hogares; la representación teatral era más divertida; la comida, más abundante; los huevos, más sabrosos, y la sopa, con los mejores nidos de golondrina que pudieran encontrarse.

Pero las honorables cuñadas estaban celosas de la esposa hada y pronto la odiaron. Refirieron a los estimables padres lo que habían visto en el cofre mágico; pero mostraron desprecio y envidia al hablar de la esposa de Hermano Pequeño.

El Emperador meditó profundamente y habló con el General Tigre y el Mandarín Mayor.

—Debemos prohibir a los honorables yernos que vayan a la Ciudad de las Hadas —dijeron los últimos.

—La Ciudad deberá pertenecerme —dijo el Emperador—. El honorable cuñado de vuestras hijas y su esposa hada, pronto conspirarán para quitarme el trono, al convertirse en soberanos de la Ciudad de las Hadas.

"Yo mandaré su ejército —pensaba mientras tanto el General Tigre—, y de esa manera podré ser Emperador de las dos ciudades."

"Yo encontraré su tesoro —pensaba a su vez el Mandarín Mayor—, y llegaré a ser Emperador de las dos ciudades."

Así que, cuando se encontraron con Hermano Pequeño y su esposa hada para visitar la Ciudad de las Hadas, los tres iban decididos a lograr sus fines.

Pero el Emperador les tomó la delantera. Después de visitar la ciudad y llegar al palacio, se sentó en el dorado trono, y pidió vino. Dejó de pie al General Tigre, al Mandarín Mayor, a Hermano Pequeño y a la esposa hada. Y tampoco les ofreció vino.

Mientras bebía, la mente del Emperador trabajaba furiosamente, llena de malos pensamientos, hasta que mandó llamar a los soldados de la Ciudad de las Hadas.

—¡Aprehendan al General Tigre y al Mandarín Mayor! —les ordenó, cuando estuvieron en su presencia, y se apresuraron a cumplir sus deseos—. Este cobarde general y este ministro ladrón, planeaban matarme —prosiguió—. Quieren el Cofre Mágico. ¡Abajo con sus cabezas!

Los soldados de la Ciudad de las Hadas cogieron al General Tigre y al Mandarín Mayor, mientras el verdugo sacaba su espada justiciera y cortaba las honorables cabezas de ambos.

Hermano Pequeño y su esposa hada temblaban mientras el Emperador, que seguía bebiendo, los miraba malévolamente.

Y fue entonces cuando el agua verde empezó a caer sobre la Ciudad de las Hadas.

Corría sobre el piso, y subió hasta las gradas del trono, pero el Emperador no parecía notarlo.

La esposa hada y Hermano Pequeño, tomándose de la mano, salieron disimuladamente del palacio, recorrieron el camino de regreso, y al llegar a su casa, miraron a través del Cofre Mágico hacia la Ciudad de las Hadas.

Vieron al Emperador sentado aún en el trono. Pocos momentos después, el agua lo cubría hasta la cintura, pero él seguía sin darse cuenta. Su barba flotaba ya como si fuera una hierba, pero él seguía bebiendo y frunciendo el ceño... Y esto fue lo último que distinguieron, pues inmediatamente desapareció por completo bajo el agua.

La esposa hada cerró el Cofre Mágico.

—Se ha humedecido —dijo a Hermano Pequeño—. Llévatelo, honorable esposo, y tíralo al mar.

Hermano Pequeño tomó el cofre viejo y podrido, y lo tiró al agua. En unos segundos, desapareció de su vista.

Y nadie volvió a ver al Emperador, ni al General Tigre, ni al Mandarín Mayor.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964