La historia de Yara

23.11.2010 22:20

(Cuento Brasileño) Allá, en las cálidas selvas tropicales por donde se desliza el Gran Río, vivían un joven y una doncella. Cae el sol con tal fuerza sobre aquellas tierras, que sus habitantes duermen durante el día, y hasta los bosques permanecen silenciosos, escuchándose su ru­mor solamente durante el crepúsculo.

Julia vivía en la ciudad a orillas del río, desde que tenía memoria; pero Alonso venía de otro país y no conocía los peligros de la selva encantada.

Vio Alonso a Julia por primera vez en un festival al que acudían visitantes de muchas millas a la redonda. Contemplaba el joven las danzas de las mozas, que lu­cían sus vestidos rojos o azules, y blancas rosas en sus negras cabelleras, cuando, de pronto, se fijó en una doncella que eclipsaba a las demás. Vestía de blanco, se adornaba con flores de granada, y de tal manera des­tacaba entre sus compañeras, que el joven no tenía ojos sino para ella.

Terminó la fiesta, pero parecía que Alonso seguía viéndola; y como no podía conciliar el sueño, salía a bañarse, por las noches, en un profundo estanque de la cercana selva. Hiciese lo que hiciese, el rostro de la jovencita aparecía constantemente en su imaginación, por lo que, decidido, trató de convertir sus deseos en realidad.

Y una noche salió en busca de Julia. Cuando llegaba a su hogar, tuvo la buena fortuna de salvar a la moza de un perro furioso que la atacaba.

Desde entonces, fue siempre bien recibido en el ho­gar de Julia, y al poco tiempo, se comprometían en matrimonio.

Todos los días, al terminar su trabajo, Alonso cami­naba por las orillas de la selva, donde los loros, de ale­gres colores, chillaban sobre las veredas serpenteantes que conducían al hogar de Julia. Paseaban los dos un rato, bajo las hermosas estrellas del sur, que brillaban en la aterciopelada y obscura noche; eran más felices cada día.

Una noche, sin embargo, Alonso parecía preocupa­do, y Julia le preguntó:

—Amor mío, ¿qué hiciste anoche al ir a tu casa?

Lo de siempre —contestó el joven—. Como hacía tanto calor, caminé hasta el estanque de la selva, donde me he bañado tantas noches, desde que llegué a estas tierras. Pero anoche sucedió algo extraño... Al salir del agua, me pareció escuchar una voz que cantaba con la dulzura de un ruiseñor; no pude, sin embargo, comprender las palabras. Cuando termine de vestirme, busque por todos lados, pero no encontré nada.

Al escuchar esto, la doncella palideció y se echo a temblar; pues, habiendo pasado toda su vida en la selva tropical tan cercana al Gran Rio, había oído contar cosas terribles de los seres que se escondían en sus orillas o en las profundidades de los bosques; y sobre todo, la historia de Yara, la terrible, que buscaba jóvenes próximos a casarse para apoderarse de ellos.

— ¡Alonso! —Suplicó Julia—. Prométeme una cosa!

—Lo que tú mandes

—Es algo de lo cual depende nuestra felicidad.

— ¡Vamos! —Rió Alonso—, se trata por lo visto de algo serio, y debo estar serio yo también.

— ¡Prométeme que no volverás a bañarte en ese estanque! —suplicó Julia.

— ¡Flor de mi corazón! —Contestó Alonso—. ¡Me he bañado  ahí muchas veces, y nada malo me ha ocurrido hasta ahora!

¡Hasta ahora! —Exclamó Julia—. Tú lo has dicho. Pero puede ocurrirte cualquier día. ¡Prométemelo, te lo suplico!

—Que es lo que te preocupa? —preguntó Alonso.

— ¿escuchaste el canto? —preguntó a su vez la joven.

¡Por supuesto que lo escuché! Pero un simple canto no puede hacer ningún daño.

¡Es que, después del canto, viene ella! —sollozó Julia—. Y ella, significa la muerte.

¡Reina de mi alma! ¿Es que te has vuelto loca? —preguntó Alonso, alarmado.

—¡Ah! ¡No, no! —Murmuró Julia, abrazándose a él —. Digo la verdad. La voz que escuchaste, era la voz de Yara.

—¡Yara! —exclamó Alonso, sin poder contener la risa; risa que un momento después se hizo dura e histérica.

— ¡Oh, has visto a Yara! —dijo Julia entrecortadamente—. Solamente los que la han visto ríen de esa manera.

Y al decir esto, cayó al suelo, desmayada.

Cuando volvió en sí, prometióle el joven lo que con tanto ahínco le pedía, aun cuando segu

—Me siento más tranquila —dijo ella, cuando le juró que no volvería al estanque hasta después de su boda—. El poder de Yara es enorme, y la magia de su canto es tal, que atrae a los hombres y los, hace olvidarse de todo. Ya ha sucedido antes; hay muchas jóvenes que han perdido a sus prometidos y viven solas, con el corazón destrozado. Ahora,   prométeme también que si la magia de su poder te llamara al estanque, lle­varás esto contigo.

Y le entregó una rara concha de gran tamaño y mati­zada de hermosos colores, que sacó de un estuche. Después inclinada sobre ella, entonó un suave canto.

—Aquí la tienes —añadió—. Llévala siempre encima; si alguna vez oyes el canto de Yara, acerca la concha a tu oído, escucharás mi voz y no la de ella. Lo que no sé, es si mi canto opacara al de Yara.

Cuando regresó Alonso a su casa esa noche, era ya tarde y la luna brillaba sobre el Gran Rio. La selva parecía fresca e incitante, como si lo invitara a pe­netrar en ella y a bañarse en el estanque.

Pero resistió la tentación, y la felicidad de Julia fue su mejor recompensa.

A la tercera noche, sin embargo, el extraño canto de la selva lo llamaba con tal insistencia, que olvidó la promesa hecha a su novia, y se encaminó, por entre los arbustos, al estanque.

Al Ilegar, .miró cuidadosamente a su alrededor, pues sentía que algo extraño flotaba en el aire, y aun cuando recordó la advertencia de su amada, no acababa de creer en la historia de Yara.

Ya iba a echarse al agua, cuando algo le hizo volver la cabeza. Y vio como un rayo de luz se filtraba entre los arboles y enredaderas iluminando a una bellísima joven, que se ocultaba a medias entre los helechos y las flores.

El pánico invadió su corazón. Recogió sus ropas y regresó a su casa tan de prisa como pudo.

A la mañana siguiente volvió al estanque; pero no logró descubrir nada extraño.

—Debo estar loco —se dijo—. Por prestar oído a las historias de Julia, empiezo a ver visiones y a espantar­me de todo.

Durante el día se sintió inquieto y febril v no pudo concentrarse en su trabajo. Por la noche visitó a Julia, mas no quiso decirle nada de su aventura de la noche anterior, aunque ella parecía haber adivinado algo.

—Mariana lo sabrás todo, corazón de mi corazón —le. Prometió Alonso, pensando en sus planes.

Se despidió de prisa y regresó a su casa.

Decidido, cogió su pistola de dos cañones y, después de cargarla, la colocó en su cinturón, donde guardaba también la concha que Julia le había dado; luego, corrió hacia el estanque. Un gran silencio lo rodeaba; solo se escuchaban los chillidos de los pájaros noctur­nos, y el lejano rugido de un jaguar persiguiendo su presa.

Se recostó el joven contra un árbol cercano al estan­que, y al poco rato, invadido de un extraño y dulce sopor, empezó a escuchar el canto... Era como un murmullo suave, llamándolo...

¿Quien está ahí? —preguntó con dificultad, poniéndose en pie.

No logró distinguir nada. Sus ojos miraban hacia las negras aguas del estanque, sintiendo que una fuerza superior le impedía apartarlos de ahí.

Y fue entonces cuando vio a lo lejos, sobre el obs­curo estanque, lo que parecía ser el reflejo de una es­trella. o el resplandor de una luz, que crecía y se acer­caba Sintió pánico, pero era tal el hechizo que lo embargaba, que no pudo moverse.

En seguida, las aguas se abrieron y surgió, iluminada por la luz de la luna, la bellísima joven de quien había huido la noche anterior. Trató Alonso de correr, de cerrar los ojos, pero no pudo hacerlo. Contra toda su voluntad, avanzó unos pasos...

—¡Que hermosa era la aparición: los brazos tendidos, los labios entreabiertos, los ojos brillantes ¡ Y, de pronto, pensó Alonso en Julia y trató de asirse a ella en sus pensamientos, con todo su amor.

Por un momento pareció que el hechizo se rompía. Conocía el joven el peligro en que se encontraba; y dando un grito, sacó su pistola, apuntó a Yara y  disparó. La detonación despertó los ecos salvajes de la selva, mas estos se desvanecieron pronto. De nuevo apuntó hacia la hermosa figura y volvió a disparar. Pero esta seguía avanzando hacia él, sonriendo dulcemente, con los brazos extendidos para abrazarlo.

Como último recurso, cogió Alonso su pistola por la culata y dio un paso adelante, decidido a golpear a Yara, quien pareció asustarse, pues retrocedió ante el brazo amenazador. Pero cuando sintió Alonso que el agua mojaba sus pies, comprendió que lo único que hacia la aparición era atraerlo al círculo de su poder. Desesperadamente trató de resistirse.

Pero ya estaba bajo el hechizo de Yara, y la pistola cayó de sus manos; la mujer se movía en el agua, y lo llamaba con los brazos abiertos, mientras la luna arran­caba de las ondas plateados reflejos.

Empezó a cantar, y la magia de su canto parecía es­tremecer todo el ser de Alonso, quien sintió que toda resistencia era inútil..., tonta..., indeseable...

Vencido, dejó caer sus brazos; pero al hacerlo, su mano derecha rozó la bolsa que colgaba de su cinturón. Y algo repentino le hizo deslizar sus dedos en ella, y sacar la concha. El canto de Yara se hizo aun más dul­ce, más tierno, más atrayente...

Pero Alonso mantuvo la concha junto a su oído, y un momento después llegaba a él la voz de Julia, suave y amorosa, hablándole de la felicidad verdadera, de los dulces goces del hogar, de las maravillosas promesas que se habían cruzado entre ellos.

La voz de Yara se fue desvaneciendo; Alonso se irguió, firme y seguro. Miró a su alrededor, pero Yara había desaparecido; solo vio las quietas aguas del es­tanque, las estrellas en el aterciopelado firmamento, y el lejano brillo del Gran Rio. No se escuchaba más ru­mor que el dulce canto de los pájaros nocturnos.

Alonso dio media vuelta y avanzó hacia la dorada mañana ... La mañana en que Julia seria su esposa.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.