La princesa Atalanta

09.09.2012 11:47

(Cuento Griego Antiguo)El reino entero de Calidón se llenó de alegría por el nacimiento del príncipe heredero. La reina, feliz, descansaba en su enorme habitación, iluminada solamente por el fuego de la chimenea, mientras el pequeño príncipe dormía, tranquilo, en su cunita, al lado de su madre.

De pronto, al mirar la reina hacia un costado de la habitación, vio en la pared la sombra de tres mujeres que parecían hilar. Una, daba vueltas a la rueca; otra, sostenía el huso, y, la tercera, de pie, cortaba el hilo con unas enormes tijeras.

La reina se volvió con toda rapidez hacia el otro lado, y contempló a tres hermosas mujeres que hilaban un hilo de oro, frente a la chimenea. Y supo inmediatamente que se trataba de las tres hadas madrinas que llegan siempre al nacer un niño, para forjar su destino y concederle una buena o mala fortuna, una vida larga, o, tal vez, corta.

La soberana se quedó mirando fijamente a las tres hadas, mientras éstas manejaban el hilo de la vida del príncipe; y sintió que una garra helada oprimía su corazón, al escuchar al hada de las tijeras, que decía:

—No vale la pena seguir hilando, ni augurar amores o aventuras, fortuna o desgracia; la vida del príncipe terminará, cuando ese leño que arde en la chimenea, se haya reducido a cenizas.

Las tres hadas murmuraron algo más, y, sonriendo, desaparecieron. Saltó entonces la reina rápidamente de su lecho, sacó el leño que ardía, y lo arrojó en una vasija de agua. Cuando se hubo enfriado, lo escondió en el fondo de un cofre, y regresó al lecho, regocijándose de haber deshecho el vaticinio de las hadas, y pensando que la vida de su hijo podría ser tan larga como ella lo deseara.

Pasaron los años, y el príncipe llegó a ser un joven valiente y aguerrido, aunque no feliz, pues tenía un carácter agrio y nunca parecía quedar satisfecho al conseguir lo que deseaba. Y llegó un día, en que su deseo más ardiente era que la princesa Atalanta consintiera en ser su esposa.

Cuando se enamoró de la princesa, las cosas parecían sonreírle. Sucedió que había aparecido en el reino de Calidón un jabalí que había causado la muerte de numerosos labradores y hecho enormes destrozos en los campos. El príncipe había invitado a todos los cazadores de los reinos vecinos, para que le ayudaran a matar al animal.

La princesa Atalanta vino con ellos, pues era una famosa cazadora. En realidad, lo único que interesaba a la joven era la cacería y  las carreras, por lo que había rechazado siempre a los príncipes que habían solicitado su mano.

—El que me quiera por esposa, tendrá que conquistarme —decía la princesa—. Y sólo podrá aspirar a mi .mano el que me derrote en una carrera. Pero, si lo venzo, perderá su cabeza.

Se reía, pues como era más famosa por su velocidad en las pistas, que por su habilidad en la cacería, pensaba que no habría príncipe tan tonto que arriesgara su cabeza compitiendo con ella a las carreras. Hubo varios, sin embargo, que aceptaron el reto, y quedaron sus cabezas como adorno del salón de trofeos del palacio de su padre; pero no se presentaron más pretendientes.

Cuando llegó Atalanta a Calidón, para la caza del jabalí, el príncipe se enamoró locamente de ella, y la distinguió y agasajó más que a ninguno de los otros invitados. Pero Atalanta, displicente, no mostraba interés alguno por el joven.

Salieron, por fin, los cazadores a los valles rodeados de bosques, en busca del jabalí, y cuando éste apareció, Atalanta fue la primera en apuntar; su flecha se hundió, hasta las plumas, en el cuerpo del animal.

Se arrojaron los cazadores inmediatamente sobre la bestia herida, que aún libró una terrible batalla, y varios de los príncipes perdieron su vida, antes de que el heredero de Calidón diera el último golpe que mató a la fiera.

Aplaudieron todos, e inmediatamente pelaron al jabalí y le quitaron los colmillos y las pezuñas, que fueron entregados al vencedor. Pero el joven, con la mirada fija en la princesa Atalanta, puso los despojos del animaI a sus pies y le dijo:

—Hermosa princesa, fuiste tú la primera que heriste al jabalí, y tan certeramente, que sin duda hubiera muerto, sólo con tu flecha; y, desde luego, ninguno de nosotros se hubiera atrevido a hacerle frente, si tú no lo hubieras herido primero. Por lo tanto, los trofeos te pertenecen por derecho, y yo te los ofrezco... Como también te ofrezco mi corazón.

Atalanta sonrió satisfecha al recibir los despojos del jabalí como prenda de su habilidad, pero no consideró tan maravilloso el don que el príncipe le hacía de su propio corazón.

Mientras tanto, los tíos del joven, hermanos de la reina, mezquinos y envidiosos, empezaron a murmurar que era una vergüenza y un insulto, el haber entregado los trofeos a una mujer; que ellos también habían herido al jabalí, y que, por ser sus parientes más cercanos. el príncipe debería habérselos entregado a ellos, no a la frívola y desfachatada joven de la que estaba enamorado.

A su regreso al palacio, arrebataron los trofeos a la princesa, burlándose de ella, e insultándola con palabras hirientes.

La joven se quedó llorando, mientras los dos viejos: príncipes dividían entre sí los despojos del jabalí, cuando apareció el heredero de Calidón frente a ellos. Al ver lo que habían hecho, se apoderó de él terrible ataque de furia, que lo impulsó a sacar su espada y a arrojarse sobre ellos con tal violencia, que unos minutos después. los dos vacían muertos en el suelo.

Fue un cortejo verdaderamente triste y apesadumbrado el que llegó al palacio. Atalanta llevaba los trofeos del jabalí; pero los príncipes llevaban los cadáveres de varios de sus compañeros, entre ellos, los de los hermanos de la reina.

Cuando ésta se enteró de lo sucedido, casi enloquecié de pena y de rabia y, corriendo a su habitación, sacó e: leño a medio quemar, que guardaba en el fondo de: cofre, y lo arrojó, furiosa, al fuego.

El príncipe atendía, mientras tanto, a sus huéspedes. y bebía en ese momento una copa de vino, a la salud de Atalanta. Bruscamente cayó la copa de su mano. dando unos pasos hacia atrás, exclamó angustiado:

—; Socorro! ¡Me estoy  quemando! ¡Ayudadme!

Se desplomó, antes de que nadie pudiera venir en su ayuda, y un momento después, había muerto. Regresó la princesa Atalanta a su hogar, embargada por  la pena, y jurando que nunca se casaría, pues había perdido al príncipe de Calidón, el único al que tal  vez hubiera podido amar.

Sin embargo, unos años después fue conquistada finnalmente por otro príncipe, de nombre Melanión, que la desafió a correr en la pista.

Llegó el príncipe al país de Atalanta, trayendo consigo tres manzanas mágicas de oro, que habían crecido en un árbol del jardín encantado, a espaldas del viento del norte, atendidas con todo esmero, por las tres hadas del poniente.

Al empezar la carrera, Atalanta, con un gesto de burla maliciosa, dejó que Melanión se le adelantara, pues estaba segura de alcanzarlo fácilmente y ganarle con Considerable ventaja. Corrió el príncipe, y al ver que se le aproximaba la sombra de la joven, dejó caer una de las manzanas de oro.

"¡Qué hermosa! —pensó Atalanta al verla—. Debe ser mía... Tengo tiempo... Puedo recogerla y ganar aún, con mucha ventaja."

Mientras levantaba la fruta, Melanión se adelantó bastante, pero en unos momentos, Atalanta volvió a darle alcance, y el joven, al notarlo, tiró otra de las manzanas de oro.

No pudo resistir la joven, y, por segunda vez, se detuvo para alzar la fruta, corriendo después velozmente para pasar a Melanión.

Lo alcanzó, pero, por tercera vez, se le atravesó, en su camino, una manzana de oro...

"Puedo recogerla, y ganar de todas maneras al príncipe que me pongan enfrente", pensó la joven, deteniéndose para tomar la manzana.

Corrió después, como nunca había corrido en su vida, pero Melanión le llevaba ya una delantera tan grande, que no pudo sobrepasarlo en la poca distancia que les quedaba por recorrer, y el príncipe cruzó la meta unos segundos antes que ella.

La princesa Atalanta aceptó al príncipe Melanión por esposo, y se enamoró sinceramente de él, olvidando al príncipe de Calidón.

Y vivieron felices, durante muchos, muchos años.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964