Los animales agradecidos

08.05.2011 21:42

 

(Cuento Húngaro) Había una vez un matrimonio tan pobre, que cuando sus tres gallardos hijos se alejaron del ho­gar en busca de fortuna, no pudieron darles más regalo que su bendición, sus buenos deseos, y una hogaza de pan a cada uno.

El más joven, Ferko, era un hermoso adolescente de esbelta figura, ojos azules, rubios cabellos y fina piel. Sus hermanos estaban terriblemente celosos de él, y sólo pensaban en hacerle el mayor daño posible.

No tardó en presentárseles la oportunidad de hacerle mal; y para tal efecto tramaron un despiadado plan al llegar a un desierto, donde no había absolutamente nada que comer, y sus trozos de pan era lo único que tenían para aplacar el hambre. Dormía Ferko a la sombra de un arbolillo, durante el calor del mediodía, y aprovechando la ocasión, le robaron el pan que le quedaba, y se lo comieron, sin dejarle ni una migaja.

Al despertar el muchacho, buscó su pan, pues tenía un hambre terrible, y vio que había desaparecido.

— ¡Glotón! —Le dijeron sus hermanos—. Te lo has comido mientras dormías; no esperes que te demos ni el más pequeño trozo del nuestro.

Ferko se quedó sumamente perplejo, pues su estómago le decía que no había probado alimento desde hacía varias horas, pero nada dijo esa tarde, ni al día siguiente; llegó, sin embargo, el momento en que no pudo resistir más el hambre.

— ¡Dadme un pedazo de vuestro pan! —suplicó.

—Lo haremos, con una condición —le contestaron—. Deja que te saquemos un ojo y rompamos una pierna.

Lloró Ferko amargamente, pues comprendió que estaba perdido. Soportó la tortura del hambre un día más, pero, por la noche, cualquier cosa le pareció mejor que morir de inanición. Y compró el pan, al terrible precio que le exigían sus crueles hermanos.

Le dieron tan sólo unas migajas, y muy pronto, estaba Ferko tan hambriento como antes, viéndose obligado a entregar el otro ojo y la otra pierna a cambio de otro pequeñísimo trozo de pan.

Viéndolo completamente imposibilitado, pues no podía ver, ni caminar, y con su gallardía perdida, los malvados hermanos lo abandonaron a su suerte y prosiguieron su camino.

Ferko devoró el pedazo de pan sollozando afligido, pues comprendía que nadie vendría en su ayuda. Cuando sintió que los rayos del sol quemaban su cuerpo, se cobijó bajo lo que creyó ser el tronco de un árbol.

Pero resultó ser solo un palo seco, sobre el cual descansaban dos cuervos. Ferko aprovechó la escasa sombra y se puso a escuchar lo que decían los pájaros y contuvo la respiración para no perder ni una palabra de la conversación.

-Para que me has traído a este lugar? —preguntaba uno de ellos—. ¿Es que hay algo extraño o maravilloso?
—Creo que Si —respondió el otro pájaro—. Hay cosas aquí, que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. Por ejemplo, los que mojan sus ojos con el roció que cae sobre esta montana, adquieren una vista de águila, aun cuando hayan nacido ciegos. Pero todavía más maravilloso es el lago que está en la falda de la montana; todo aquel que se bañe en él, sana de cualquier enfermedad y adquiere una fuerza extraordinaria. Por este motivo te traje hasta aquí, para que mojes tu ala en el lago, y la vuelvas a tener como antes de que la atravesara aquella flecha.

Ferko escuchó alejarse a los pájaros, pero no se movió, esperando ansiosamente que llegara la noche. Sintió, hacia la medianoche, como la hierba y las escasas flores se cubrían de rocío, y hundió su cara en ellas hasta que sintió que sus ojos estaban húmedos. Al secárselos, maravillado y llorando de emoción, se dio cuenta que podía ver con más claridad que nunca.

Se arrastró, después, hasta el extremo opuesto de la montana, donde vio brillar un lago bajo la luz de la Luna. Al llegar, se sumergió en el agua, y sintió que sus piernas sanaban y adquirían la fuerza que habían Perdido. Brincó de alegria, llenó su cantimplora con el agua mágica y se alejó del desierto, rumbo a la montaña buscando tenazmente la fortuna que por un momento creyó perdida para siempre.

Atravesó un bosquecillo cercano y encontró, al poco rato, un lobo que cojeaba y aullando de dolor.

—Amigo mío —le dijo Ferko—, quédate quieto un momento, y alégrate, pues creo que puedo ayudarte.

Bañó la pata rota del lobo con el agua mágica, e inmediatamente el animal se alejó brincando sobre sus cuatro patas, no sin antes decirle:

—Llámame, si algún día me necesitas, y yo vendré.

Continuó Ferko su camino y poco después encontró un ratoncillo saltando sobre sus patas traseras, pues las delanteras se le habían roto al caer en una trampa.

—Amigo mío —le dijo el muchacho—. Quédate quieto y alégrate, pues creo que puedo ayudarte.

Una gota del agua mágica bastó para sanar las dos patitas, y el ratón, agradecido, empezó a brincar alegremente, mientras decía:

—Llámame, si algún día me necesitas, y yo vendré.

Se alejó Ferko; al rato, se topó con una abeja reina que arrastraba una de sus alas, que un pájaro había tratado de arrancar.

—Amiguita mía —le dijo—, detente un momento y alégrate, pues creo que puedo ayudarte.

No se necesitó mucha agua mágica para curar a la abeja, que poco después, revoloteaba, feliz, diciendo:

—Llámame si alguna vez me necesitas, y yo vendré.

Transcurrió algún tiempo; Ferko seguía recorriendo el mundo y Ilegó a un país extranjero. Decidió dirigirse inmediatamente al palacio real, con la esperanza de que allí podría empezar, tal vez, su tan deseada fortuna.

Entró alegre en el gran vestíbulo, y la princesa, al verlo, se enamoró perdidamente de él.

Pero también lo vieron sus dos crueles hermanos, que tiempo atrás habían entrado al servicio del rey; quedaron estupefactos al contemplarlo sano y salvo, con sus dos ojos y caminando con toda gallardía. Se asustaron, temiendo que el joven refiriera al monarca las crueldades que habían cometido con el. Y cuando notaron que toda la corte admiraba a Ferko, su odio y sus celos no conocieron límite, y decidieron acabar con el muchacho de una vez y para siempre.

Se presentaron ante el rey y en tono misterioso, le dijeron que Ferko no era lo que aparentaba, sino un malvado mago que había venido a raptar a la princesa para convertirla en una bruja.

El rey, furioso, mandó traer a Ferkó, y le dijo:

—Ha llegado a mi conocimiento que eres un malvado mago que deseas raptar a mi hija para hechizarla y llevártela muy lejos. Antes de que puedas hacerlo, te hago mi prisionero, y te condeno a morir. Pero voy a darte una oportunidad; si puedes hacer las tres cosas que te voy a ordenar, salvarás tu vida. 'Pero si fracasas, aunque sea solamente en una, te haré colgar del árbol más cercano.

Y volviéndose hacia sus dos consejeros favoritos, que no eran otros que los hermanos de Ferko, les preguntó:

—¿Qué será lo primero que pidamos a este hombre?

—Ordenadle que construya en un día, un palacio más hermoso que éste —le contestaron, seguros de que aquello bastaría para causar la muerte de su hermano menor.

Dio el rey la orden, y se alejó Ferko a la pradera cercana al río, pensando cómo podría cumplir el mandato del monarca.

Cavilaba tristemente, cuando sintió que algo rozaba su mejilla, y vio a la abeja reina, cuya ala había curado, y oyó que le preguntaba:

—¿Qué puedo hacer por ti, amiguito?

Refirióle Ferko el aprieto en que se encontraba, y la abeja lo consoló:

—No te preocupes, pues todo se hará como lo deseas.

Dile al rey que puede venir mañana muy temprano. Al otro día se presentó Ferko ante el rey, y le dijo: —He obedecido vuestras órdenes. Venid conmigo a la pradera.

Invadidos por la curiosidad, tanto el rey como la mayoría de sus cortesanos, siguieron a Ferko a la loma cercana al palacio, desde la que se dominaba la pradera. Y contemplaron el más hermoso palacio del mundo, construido por las abejas con las más exquisitas flores. El techo era de rosas encarnadas; los balcones, de lirios; los muros, de claveles blancos; los pisos, de suaves violetas; y las puertas, de tulipanes y narcisos.

El rey quedó extasiado, mientras los ojos de la princesa brillaban de alegría al sonreírle dulcemente a Ferko. Pero los perversos hermanos, llevando al rey hacia un lado, le dijeron:

—Vuestra majestad, allí tenéis la prueba que confirma el gran dominio de la magia negra que tiene este hombre. Ordenadle ahora que reúna todo el maíz que existe en vuestro reino, y que lo junte mañana en una sola gavilla, sin dejar ni una sola mazorca en los campos.

El rey, con un gesto irónico, comunicó sus órdenes a Ferko.

La princesa palideció al escuchar a su padre, pero el joven solamente se inclinó ante el rey, diciendo:

—Haré todo lo posible por satisfacer a vuestra majestad.

Recorrió todos los maizales, hasta que, cansado sentó pensando dónde podría encontrar ayuda para llevar a cabo aquella imposible tarea.

De repente, escuchó una vocecita muy suave, que preguntaba:

¿Qué puedo hacer por ti, amiguito?

Y vio a su lado, al ratón cuyas patitas había curado con el agua mágica.

Ferko le contó lo que el rey deseaba que hiciera, el ratón le dijo:

Alégrate, pues todo se hará como deseas  Duerme tranquilo  y  trae al rey mañana, muy temprano.

Se fue el joven a dormir; y al día siguiente, condujo al rey y  a su corte, a la misma loma; y vieron en la pradera, una enorme gavilla, hasta el último grano de maíz  del reino, que habia sido recogido durante la noche por todos los ratones.

El rey estaba asombrado y la princesa bailaba de gusto. Pero el asombro del rey no tardó en convertirse en enojo, pees se estaba volviendo tan malvado como sus consejeros. Después de cruzar unas rápidas palabras con ellos, se volvió hacia Ferko, y le dijo::

Tienes una tarea más que cumplir; y si fracasas, te colgare de un 6rbol como te lo advertí. Tendrás que reunir para mañana en la noche a todos los lobos que hay en mis tierras, y deberán desfilar ante mi.

Después, serás libre, siempre y cuando abandones mi reino inmediatamente.

Al escuchar estas palabras, la princesa dio un grito de angustia y cayó desmayada. Pero Ferko, haciendo una reverencia, se alejó hacia el bosque. Llamó, al lobo mayor, cuya pata había curado con el agua mágica, y al momento apareció el enorme animal trotando alegremente.

—Que puedo hacer por ti, amiguito? —preguntó, lamiendo los pies de Ferko.

Cuando escuchó el relato del joven, le dijo:

—Sera fácil ayudarte, pues soy el rey de todos los lobos. Dile al rey y a sus malvados ministros, que una hora antes de que se oculte el sol, esperen en la loma; y   acércate a la orilla del bosque y llámame.

Ferko hizo lo que el lobo le ordenó, y aquella tarde, el rey y la mayoría de sus cortesanos, que estaban ansiosos de presenciar la muerte de Ferko, pues le temían, aguardaban sobre la loma. Pero antes, el rey había encerrado a la princesa en un calabozo, jurando que jamás volvería a ver al mago que la había hechizado, hasta que estuviera colgando de un árbol.

Cuando el rey y su corte estuvieron reunidos, Ferko se dirigió a la orilla del bosque y llamó:

—Lobo, amigo mío, ven como me lo prometiste.

Al momento apareció el lobo a su lado; y a una llamada suya, empezaron a aparecer, desde diferentes puntos, todos los lobos de la comarca que se reunieron, finalmente, alrededor de su rey. Y a una palabra de este, Ferko montó sobre él y se dirigió hacia el rey.

Rugieron de rabia los hermanos al ver que Ferko los había vencido una vez más. Pero el rey se sintió repentinamente embargado por el terror al ver el inmenso número de lobos que avanzaba.

¡Basta, basta! pueden irse, estamos satisfechos! Pero el rey de los lobos le dijo a Ferko:

¡Tenemos un deber que cumplir, y esperamos tus Ordenes!

El rey le gritó a Ferko:

—Detenlos, y te daré la mitad de mi reino!

Ferko no presto atención a las palabras del rey y los lobos continuaron acercándose peligrosamente.

i Basta! —gritó el rey aterrorizado—. Te daré el reino entero, y la mano de mi hija, la princesa, pero ordena a los lobos que se alejen.

—El reino y la princesa serán tuyos —dijo el lobo.

Y acercándose al monarca, a los perversos hermanos de Ferko y a los otros crueles cortesanos, los devoraron en unos cuantos momentos.

Regresaron después los lobos silenciosamente a sus madrigueras, mientras Ferko, a toda prisa, se dirigía al palacio, a sacar a la princesa del calabozo. •

Se casaron aquel mismo día; ocuparon el trono y fueron muy felices, amados y respetados por sus súbditos.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964