Por qué es Salado el Mar

03.06.2011 22:10

 

 (Cuento Nórdico)

Hace muchos, muchos años, Vivian dos hermanos, el mayor de los cuales era muy rico, pero tan mezquino y avaro, que no soportaba la idea de que pu­diera haber otro hombre que poseyera ni siquiera la mitad de sus riquezas. Y lo que verdaderamente lo sa­caba de sus casillas, era tener que dar algo a alguien, aun cuando ese alguien fuera su hermano menor. Este era pobre, tan pobre, que a menudo él y su esposa casi se morían de hambre; y solo cuando su situación era muy mala acudía a su hermano, el cual lo maldecía cada vez y juraba que nunca volvería a darle ni un céntimo.

Un día, víspera de Navidad, el hermano pobre se encontró con que no tenía ni una moneda de cobre para comprar algo de comida. Así que se vio forzado a acudir, una vez más, a su hermano.

— ¡Si cuando menos hicieras lo que te digo! — Gritó este, morado de furia—, te daría... te daría... una entera de tocino.

—Prometo solemnemente hacer lo que me mandes —contestó el hermano pobre—, y ¡Tú sabes que siempre cumplo mis promesas!

¡Es lo único que cumples! —bramó el rico—. Bien, aquí tienes el tocino, y ahora, vete al diablo!

—He prometido obedecer, así que al diablo me voy —contestó el pobre.

Recogió el tocino, se lo echo a la espalda y se alejó en busca de la puerta más cercana del infierno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

— Al caer la noche, ya cansado, pues había andado de aquí para allá, vio brillar una luz en el bosque. "Tal vez he llegado", pensó.

Escondióse tras un árbol y vio a un hombre muy viejo, con una larguísima barba blanca, que juntaba leña para avivar su fuego.

—Buenas noches —saludó nuestro hombre.

—Buenas noches —contestó amablemente, el ancia­no—. ¿A dónde vas tan tarde, y en víspera de Navidad?

—Voy al infierno, pero no conozco el camino.

—Vas bien —dijo el anciano—. Este fuego es una de las señales del camino. Llama a la puerta que ves ahí y te abrirán en seguida. Les van a dar ganas de comerse tu tocino, pues siempre andan escasos de carne. Pero voy a darte un consejo: no lo vendas ni lo cambies por nada, a menos que sea por el molino de mano que esta detrás de la puerta. Si lo consigues, vuelve acá afuera y yo te enseñaré cómo manejarlo.

El hombre llamo a la puerta del infierno y un mo­mento después estaba en la cocina del diablo, en donde todos los pequeños diablillos le rodearon, tratando cada uno de adelantarse al otro, para conseguir una tajada del tocino.

—Bien —les dijo nuestro hombre—. No pensaba venderlo pues es la cena de Navidad para mí y para mi mujer. Pero he cambiado de opinión. Os lo dejare solo a cambio del molino que esta detrás de la puerta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hubo protestas y gritos, y el mismo diablo tuvo que hablar con el dueño de la carne. Pero este se mantuvo en sus trece, y el diablo le entregó el molino.

El viejo leñador lo esperaba en el bosque; y tan pronto como le enseñó cómo manejar el molino, nuestro ami­go le dio las gracias por su ayuda y se dirigió a su hogar.

— ¿Dónde te habías metido? —preguntó la mujer, al verlo entrar—. He esperado toda la noche a que traje­ras algo para la cena de Navidad, y te presentas ahora con un molino de mano. ¡No tenemos ni un mísero grano de maíz que moler!

—Siento haberte hecho esperar —contestó el mari­do—. He caminado mucho esta noche, pero ahora verás que no fue en balde.

Colocó el molino sobre la mesa, dio vuelta a la manija, pronunció unas palabras misteriosas, ordenando que moliera velas, manteles, vajilla, carne, cerveza y, en fin, todo lo necesario para una buena cena de Navidad Solo tenía que pronunciar las palabritas mágicas y el molino molía cuanto se le ordenaba.

Molieron suficiente comida y bebida para que les durara hasta la duodécima noche, e invitaron, entonces a todos sus amigos y vecinos a una gran fiesta.

Cuando el hermano rico contempló la mesa con todo lo que había sobre ella, y cuando, curioseando por casa, descubrió que la despensa casi se venía abajo el peso de la comida almacenada, se puso verde de envidia y despecho.

—Fue la vispera de Navidad, cuando vino a mendigar unas migajas —recordaba, enojado—, y ahora da una fiesta que hasta en el palacio del rey parecería extravagante. ¿Dónde diablos consiguió todo esto?

—Detrás de la puerta —le contestó secamente el hermano.

No pensaba este contar en donde había conseguido el molino. Pero, se hizo tarde, la cerveza le hizo soltar la lengua y habló más de lo que se había  propuesto Y en la madrugada, llegó al extremo de sacar el molino y ensenarles a todos cómo trabajaba.

—Aquí  tenéis lo que me ha hecho tan rico —terminó, después de pedir al molino que moliera todo lo que sus boquiabiertos invitados apetecieron.

Cuando el hermano rico vio todo aquello, se le metió entre ceja y ceja que el molino tenía que ser suyo; y lo consiguió, después de súplicas, amenazas y regateos, por trescientas piezas de oro.

Era la época de las cosechas, cuando se lo llevó en triunfo; y ni siquiera esperó  a conocer la forma de ma­nejarlo. Su hermano, con toda intención, tuvo buen cuidado de no revelarle el secreto; y esperó, con sus bolsillos llenos de oro, a ver que suerte corria su tesoro en manos ajenas.

Al llegar a su casa, el nuevo dueno del molino dijo a su esposa:

—Vete al campo y vigila a los hombres para que en­gavillen el heno. Yo preparare la cena para todos.

Cuando calculó que era hora de prepararla, colocó el molino sobre la mesa de la cocina y le dijo:

—Muele una buena sopa y unos sabrosos arenques; y hazlo de prisa.

Empezó el molino a moler sopa y arenques. En un momento se llenaron las ollas y las fuentes; unos ins­tantes despues, se llenaron tambien todos los baldes que habia en la casa; y no habia pasado ni media hora, cuando hasta el suelo estaba lleno de sopa y arenques.

El hombre tocó la manija, esperando que el molino se pararía; como no se paró, le dio vuelta, pero no sucedió nada; le dio vuelta hacia el otro lado, pero el molino, terco, seguia moliendo arenques y sopa. Suplicóle, entonces, lloroso, que parara; desesperado, se lo ordeno a gritos; pero a pesar de súplicas, lloros y Ordenes, seguia el molino moliendo sopa y arenques.

Y llegó un momento en que habia tal cantidad de sopa en la cocina, que nuestro hombre estuvo a punto de morir ahogado. Abrió la puerta que comunicaba con la sala, pero esta se inundó casi en seguida. Tuvo en­tonces que nadar, entre la sopa, hasta la puerta de la calle y abrirla con el tiempo preciso para salvarse, pues la casa se venia abajo con el peso de los arenques y de la sopa.

Corrió por el camino, seguido por un rio de sopa y arenques que se lanzaba tras el, cuesta abajo.

Mientras tanto, la esposa, que vigilaba a los hom­bres en el campo, pensó que ya era la hora de la cena, y dio la serial de suspender el trabajo y volver a la casa. Pero en el camino se toparon con el patrón, que corria, seguido por un torrente de sopa y arenques.

i0jala tuvierais cien gargantas cada uno! —les grite al pasar—. Pero, como no las teneis, corred de prisa o morireis ahogados en sopa.

Siguió corriendo como si el diablo lo persiguiera y no se detuvo hasta que llegó a la casa de su hermano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—Recoge tu molino, por lo que mas quieras —le su­plicó, sofocado—. En una hora mas, toda la comarca quedara sepultada bajo un mar de arenques y de sopa.

Pero su hermano negó con la cabeza. Y, al fin, el rico tuvo que pagar otras trescientas piezas de oro por deshacerse del molino.

El hermano que habia sido tan pobre, se convirtió dcsde entonces en el hombre mas rico del mundo. Puso al molino a moler oro; y no solamente se construyó una hermosa casa a la orilla de la playa y la llenó de objetos preciosos, sino que cubrió todos los alrededores con fi­nas hojas de oro, para que brillaran al sol y pudieran distinguirse desde muy lejos, en el mar.

Todo el que navegaba por las cercanias, bajaba a tierra y admiraba la casa de oro, y echaba una ojeada, sobre el maravilloso molino de la cocina del diablo. Y Ilegó a cansarse tanto su dueño de ensenárselo a todo el mundo, que decidió venderlo al mejor postor.

Durante las primeras semanas, no tuvo ofertas dig­nas de tomarse en cuenta. Pero llegó, por fin, el ca­pitan de un gran barco, que había hecho su fortuna sacando sal de una mina lejana, al otro lado del océano. El viaje era largo y peligroso, pero en aquellos tiempos, la sal era tan preciosa como los brillantes, pues hasta el agua de mar era dulce; y la única mina de sal que existía, estaba en el otro extremo del mundo.

— ¿Puede moler sal tu molino? —preguntó el capitán. — ¿Moler sal? —Exclamó el dueño—. ¡Claro que pue­de! ¡Puede moler cualquier cosa!

— ¡Bien! —Exclamó, satisfecho, el capitán—. Enton­ces, te lo compraré. Y cuando sea mío, podré navegar alrededor del mundo y vender un cargamento de sal en cada puerto, sin hacer el largo viaje hasta la mina.

Regatearon durante un largo rato, y por fin, el capi­tán pagó toda su fortuna por el molino. Lo arrebató de manos del antiguo dueño, temiendo que cambiara de idea, y sin esperar instrucciones, se dirigió corriendo a su barco; y levando anclas, se alejó, satisfecho y feliz.

Esperó a llegar a alta mar y colocó el molino sobre cubierta, ordenándole:

— ¡Muele sal, y hazlo pronto!

Inmediatamente empezó el molino a producir sal, como si fuese agua. Cuando el capitán llenó las bode­gas del barco, quiso que el molino parara, pero por más que lo movió y lo volvió a mover, seguía brotando sal y amontonándose a más altura a cada momento, sobre las cubiertas del barco.

Y llegó un momento en que fue tal el peso de la sal, que hundió el barco hasta el fondo del océano. Y allí sigue el molino, moliendo buena sal, y moliéndola de prisa.

Por eso el mar es salado aún hasta nuestros días.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964