El prìncipe y el zorro

16.03.2012 22:05

(Cuento sueco) Érase que se era un rey que, al llegar a una avanzada edad, perdió la vista; y cuando comprendió que la ciencia humana nada podía hacer para ayudarlo a recuperarla, llamó a sus tres hijos junto a su lecho.

—Existe una sola cosa en el mundo que puede revolverme la vista —les explicó—: el canto del pájaro maravilloso. Pero está en poder de un rey que nunca accederá a separarse de él, pues es un hombre mezquino y egoísta y lo cuida como su más preciado tesoro.

—Trataré de conseguirlo —se ofreció el mayor de los príncipes—, a pesar de las dificultades que puedan atravesarse en mi camino...

Y montado en un magnífico caballo, salió el joven en busca del pájaro maravilloso, con los bolsillos bien provistos. Pero ese mismo día, llegó a una posada, concurrida por alegres parroquianos que bebían y cantaban. Nuestro príncipe se unió al grupo más alegre, y llegó a sentirse tan contento, que decidió quedarse en la posada, olvidando por completo a su padre ciego y al pájaro maravilloso.

Lo mismo, exactamente, sucedió con el segundo príncipe. Cuando le llegó el turno al tercero y encontró a sus hermanos en la posada, divirtiéndose a más y mejor, no quiso detenerse con ellos, tan indignado se sintió, más que lo indispensable para decirles:

—Salí a buscaros, pero busco también el pájaro maravilloso. Ahora, como sé que estáis sanos y salvos —añadió, irónico—, puedo seguir tranquilo mi camino.

Siendo ya de noche, llegó a otra fonda en lo profundo del bosque. Sentábase a cenar, cuando oyó unos lamentos procedentes de la estancia vecina. Se levantó para averiguar el motivo de aquellas quejas y ofrecer su ayuda a la persona que parecía implorar socorro; pero la joven que lo atendía, le dijo, llorosa:

—No puedes ayudarlo, pues es un muerto el que se queja. El posadero lo mató, porque no pudo pagar su cuenta, y no lo ha sepultado por falta de dinero. De tiempo en tiempo el hombre se lamenta, esperando encontrar un alma caritativa que quiera sepultarlo.

—Yo lo haré —dijo el príncipe.

Iba a empezar a cenar, pero al levantar la tapa sopera, encontró un cuchillo y la cabeza de un hacha Comprendió entonces que había caído en una trampa  y que el posadero le daba a escoger entre morir de una puñalada, o de un hachazo; a menos que estuviera dispuesto a pagar un buen rescate.

Mandó llamar al posadero y le entregó una fuerte suma de dinero en calidad de rescate, añadiendo un  puñado de oro para que enterrara al hombre muerto A medianoche, sin embargo, salió silenciosamente de aquella posada del terror, ayudado por la joven sirvienta, que escapó con él, y llegaron, sanos y salvos a otra fonda en las afueras del bosque.

Reanudó el príncipe su camino y, a poco, se encontró con un zorro que lo saludó amistosamente y le preguntó adónde iba y cuál era el objeto de su viaje

—No puedo decírtelo —contestó el príncipe la  misión que llevo es demasiado  importante y  delicada-  para contarla a todo aquél que encuentre.

—Tienes razón —aprobó el zorro—, ya que tu misión es encontrar el pájaro maravilloso y llevarlo a tu padre ciego. Puedo ayudarte, pero antes, tienes que prometerme que harás todo lo que te diga.

—Con muchísimo gusto —respondió el príncipe pues veo que eres más que un simple zorro.

—Ven, pues, conmigo —dijo el animal—, y te mostraré el camino del castillo en donde está el pájaro maravilloso. Aquí tienes tres granos de oro; arroja el primero en la sala de los guardas; el segundo, en la habitación en donde guardan el pájaro, y el tercero, directamente en su jaula. Cógelo entonces. Saldrás bien de tu empresa, con tal que no lo acaricies. En el caso de que te atrapen, contesta "sí" a cuanto te pregunten.

Obedeció el príncipe al pie de la letra las instrucciones del zorro y, cuando arrojó el primer grano de oro, todos los guardas cayeron en un profundo sueño; cuando arrojó el segundo, durmieron también los que vigilaban la cámara del pájaro; y al arrojar el tercero, el pájaro mismo quedó dormido. Pero al cogerlo, no pudo el príncipe resistir la tentación de acariciar su maravilloso plumaje; inmediatamente despertó el ave, empezó a dar agudos chillidos. Todo el castillo pareció despertar en ese mismo momento y el príncipe no tuvo escapatoria posible.

Al ser llevado a la presencia del rey, recordó la advertencia del zorro y contestó "sí" a todas las preguntas. — ¿Eres un ladrón inteligente y astuto? —preguntó el rey.

—Sí —contestó el príncipe.

—Bien, te perdonaré la vida si eres capaz de llegar asta el país vecino y te atreves a robar a la princesa, que es la doncella más hermosa del mundo.

—Sí —contestó el príncipe.

Encontró al zorro esperándolo, el cual le reprochó que hubiera acariciado al pájaro, pero prometió volver a .ayudarlo y le dio otros tres granos de oro.

—Arroja el primero en el salón de los guardas —le dijo—; el segundo, en las habitaciones de la princesa, y el tercero, en su lecho. Podrás llevártela después y todo saldrá bien, con tal que no la beses.

Llegó el príncipe al vecino país, se dirigió al castillo y, con todo desparpajo, arrojó el primer grano de oro en la sala de los guardas, que cayeron en un profundo sueño; arrojó el segundo en las habitaciones de la princesa y todos los que se encontraban en ellas, durmieron igualmente; arrojó el último sobre el lecho de la joven, quien se sumió en tan profundo sueño, que pudo levantarla y llevársela en sus brazos.

Pero era tan hermosa, que no pudo resistir la tentación de besarla, siquiera una vez; y en el momento de hacerlo, despertó la joven y gritó, asustada. Todos despertaron, en el acto, y apresaron al príncipe.

Cuando estuvo frente al rey, que daba ya la orden de ejecutar al ladrón, contestó éste, a todas las preguntas, con un rotundo sí.

— ¿Te consideras un ladrón inteligente y astuto? —preguntó el rey, finalmente.

—Si —contestó el príncipe.

—Bien, te perdonaré la vida, si eres capaz de llegar al reino vecino y te atreves a robar el caballo con las herraduras de oro.

—Sí —repitió el príncipe por toda respuesta.

Una vez más, encontró al zorro esperándolo en las afueras del castillo; le reprochó que hubiera besado a la princesa a pesar de su recomendación; pero, sin duda alguna, el joven le había caído en gracia, pues prometió volver a ayudarlo y le entregó otros tres granos de oro.

—Arroja el primero en la sala de los guardas —le ordenó—, el segundo en los establos, y, el tercero, en el pesebre del caballo. Podrás, entonces, sacarlo con toda facilidad; pero, por lo que más quieras, no toques la silla de oro que está colgada en la pared del establo.

Llegó el príncipe al vecino país y ya en el patio de armas del castillo, arrojó tranquilamente el primer grano de oro en la sala de los guardas, quienes inmediatamente empezaron a roncar a pierna suelta. Arrojó el segundo en los establos, y el tercero, en el pesebre, y sacó al corcel de las herraduras de oro. Salía ya, cuando vio la silla dorada, colgada en la pared del establo y pensó que una silla tan hermosa, sólo podría lucir sobre el magnífico caballo; estiraba ya el brazo para cogerla, cuando recordó la advertencia del zorro y sintió como si una mano invisible le golpeara con fuerza. Retiró el brazo con toda rapidez, sacó el caballo del pesebre, y no volvió a mirar la dorada silla

Encontró nuevamente al zorro por los alrededores, y lo primero que hizo el joven, fue darle las gracias por -su valiosa ayuda.

—Una cosa deseo ahora sobre todas las demás —añadió después, pensativo—. Es la princesa, de la que me enamoré en cuanto la vi... Pero estoy dispuesto a perderla, si tan sólo logro conseguir el pájaro maravilloso y llevárselo a mi amado padre.

Compadecido, el zorro le dio otros tres granos de oro, con los que consiguió a su princesa; esta vez, sin embargo, tuvo buen cuidado de no besarla, hasta que se encontraron bien lejos del castillo; y la joven se mostraba feliz con su enamorado galán.

Con tres granos más de oro, obtuvo éste el pájaro maravilloso y emprendió el retorno a la corte de su padre, conduciendo por la brida al caballo de las herraduras de oro, sobre el que acomodó a la princesa, y llevando sobre su brazo el pájaro maravilloso.

Cuando llegó al bosque en donde había encontrado al zorro por primera vez, éste le dijo:

—Ha llegado el momento de separarnos. Haz obtenido todo lo que deseabas, y podrás conservarlo siempre y cuando no rescates con dinero ninguna vida antes de llegar al palacio de tu padre.

Se despidieron como los mejores amigos; el príncipe agradeció una vez más, la eficaz ayuda del zorro prometiendo obedecer sus últimas recomendaciones y acompañado de su princesa y del pájaro maravilloso prosiguió su camino.

Poco después llegaron a la posada en donde sus hermanos se habían olvidado de su padre y del pájaro maravilloso, por quedarse jugando y bebiendo en malas compañías. Ahora, sin embargo, todo estaba en silencio, no se escuchaban cantos ni bromasy frente a la puerta de la fonda, se veían dos enormes patíbulos recientemente levantados, con nuevas y flamantes sogas,

— ¿Qué significa esto? —preguntó el príncipe

—Llegas a tiempo para ver colgar a dos príncipes que no han podido pagar sus deudas —contestó el posadero  —. Gastaron su dinero en juegos y francachelas y, de acuerdo con la ley, deben ser colgados si no hay alguien que pague su rescate.

Adivinó el príncipe que se trataba de sus hermanos y a pesar de la advertencia del zorro, pagó en dinero las deudas de aquéllos y el rescate que le exigieron

 Apoderóse de los príncipes terrible envidia, y arrojaron a su hermano a un jaula con leones tras de lo cual emprendieron el viaje a la corte de su padre y amenazaron a la princesa con matarla si descubría las mentiras que pensaban decir al rey.

Cuando llegaron al palacio, la corte entera festejó su regreso. El rey, empero, se entristeció, cuando sus dos hijos mayores le refirieron que el menor, después de gastar toda su fortuna en el juego había sido colgado por no poder pagar sus deudas. Y no tardó en comprender el anciano que todo había sido inútil, pues su vista no mejoraba, ya que el pájaro maravilloso no parecía dispuesto a cantar; la princesa lloraba el día entero, y el caballo era tan salvaje e indómito, que nadie se atrevía a acercarse a él.

Mientras tanto, nuestro joven y valiente príncipe, había vuelto a encontrarse con el zorro en la jaula de los leones, y aun éstos lo trataron como amigo, en lugar de despedazarlo con sus garras y colmillos.

El zorro no se mostró sorprendido cuando el príncipe le refirió lo que sus hermanos le habían hecho; por el contrario, comentó, con desprecio:

—No me extraña que los hijos que fueron capaces de olvidar a su padre, ciego y anciano y de deshonrar su sangre real, traicionaran también a su hermano.

Aconsejó después al joven sobre lo que debería de hacer v, para terminar, le dijo:

—Ahora, voy a pedirte un favor; saca tu espada, y córtame la cabeza.

— ¿Qué dices? —gritó el príncipe horrorizado—. Eres el mejor amigo que he tenido en mi vida y preferiría morir, antes que hacerte el menor daño.

—Creo que mis consejos te han demostrado hasta ahora, que no obro a tontas y a locas —contestó el zorro—; haz, pues, lo que te pido.

Ante la insistencia del animal, sacó el príncipe su espada y cortó la cabeza de su amigo. Inmediatamente apareció frente a él un gallado joven, que le dijo:

—Te agradezco que me hayas librado del hechizo que me tuvo cautivo durante tantos años. Ni la muerte pudo librarme de él, pues has de saber que yo soy el hombre que se lamentaba en la fonda del terror, y cuyo entierro tan generosamente pagaste. Ahora, vete y espero que todos tus deseos se conviertan en realidad.

Y diciendo esto, desapareció el gallardo joven que había sido un zorro. El príncipe de nuestro cuento, disfrazado de herrador, se presentó en el palacio de su padre, ofreciendo sus servicios.

—Eres precisamente el hombre que necesitábamos —le dijeron—. Es decir, si te atreves a acercarte al corcel de las herraduras de oro y a levantar sus patas; hasta ahora, nadie se ha atrevido, pues es un verdadero animal salvaje.

El príncipe pidió que lo llevaran a los establos y cuando se acercaba, relinchó el  caballo alegremente, y se estuvo quieto mientras el joven levantaba sus patas, una por una, y mostraba las herraduras de oro.

—Vemos que sabes tratar caballos —le dijeron, impresionados—. ¡Si también supieras de pájaros. . !

Y refirieron entonces al príncipe lo que ocurría con el pájaro maravilloso, el cual se pasaba el día entero en la cámara del rey, callado, como un muerto.

—Algo extrañará —dijo el príncipe—. Si lo veo, tal vez pueda ayudaros.

Lo condujeron a la cámara del rey, y cuando entraron en ella, el pájaro empezó a brincar en la jaula mientras una cascada de trinos brotaba de su garganta.

En cuanto el rey escuchó los gorjeos del ave, recuperó la vista, y lo primero que vio, fue al menor de sus hijos que, arrodillado a sus pies, lo besaba emocionado. Y cuando el canto del pájaro llegó hasta los oídos de la princesa, secó la joven sus lágrimas y apareció, sonriente y feliz en la cámara del rey, pues había adivinado quién estaría allí, esperándola. .

El monarca arrojó de su corte a los dos malvados príncipes; se casó el menor con la princesa, y el anciano rey pudo contemplar su felicidad, mientras el pájaro maravilloso dejaba oír sus más dulces trinos.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.