El caballero Rolando

25.03.2012 18:58

(CuentoEscocés)Habìa una vez un rey, en las tierras del norte, que tenía tres hijos y una hija. Jugaban un día a la pelota los tres príncipes, con su hermana, la hermosa princesa Elena, cuando el menor de ellos, el caballero Rolando, arrojó la pelota con tal fuerza, que desapareció por encima de la cúpula de la iglesia. Salió la princesa Elena en busca de la pelota y... nunca volvió. La buscaron, durante mucho tiempo, por todo el país, al norte y al sur, al oriente y al poniente, pero no encontraron rastro alguno de la hermosa joven; y el reino entero lloró su desaparición.

Desesperado, el mayor de los hermanos acudió a un famoso mago, pues nadie tenía ni la más remota idea sobre el lugar donde pudiera hallarse la princesa.

—Las hadas han robado a tu hermana —informó el mago—. Ahora está en la sombría torre del rey del país de los duendes y ni el más valiente caballero de la cristiandad se atrevería a ir en su busca.

El príncipe, sin embargo, declaró que por peligrosa que fuera la aventura, iría a rescatar a su hermana. El mago le indicó el camino que debería seguir y lo que debería hacer para tener éxito en su empresa.

Montó el doncel en su caballo y se alejó, lleno de esperanzas; pero nunca volvió a la corte de su padre. Salió entonces el segundo príncipe en busca de la princesa; pero tampoco se volvió a saber nada de él.

Quedaba el más joven de los hermanos, el caballero Rolando; y aun cuando la reina le suplicó, con lágrimas en los ojos, que no se alejara hasta que sus hermanos hubieran regresado, nada pudo detener al mozo. Lo bendijo, entonces, y su padre, el rey, le dio la espada mágica que nunca golpeaba en vano; el joven Rolando se fue en seguida en busca del mago que conocía el camino del país de los duendes.

—Debes recordar dos cosas —dijo el mago, después de darle sus instrucciones—. No deberás probar un solo bocado, ni beber una gota de agua o vino, mientras estés en la tierra de las hadas. Y recuerda también que aun cuando los habitantes del país de los duendes contestaran a tus preguntas con la verdad, todos, por inocentes y sinceros que parezcan, son en realidad duendes malvados, aun cuando tomen otras formas por arte de magia; por lo tanto, cuando hayas encontrado tu camino, saca tu espada y corta cuanta cabeza se te atraviese, sin misericordia; pues no habrá misericordia a ti, ni para tus hermanos, ni para la dulce princesa Elena.

El caballero Rolando dio las gracias al mago, prometiendo hacer cuanto le había aconsejado; y atravesando las montañas, y vadeando obscuros ríos que parecían arrastrar sangre, llegó a la tenebrosa tierra de las hadas, donde nunca brillaba el sol.

A poco de internarse en ella, cruzó una pradera, en cual estaban pastando los caballos del rey del país los duendes.

— ¿Hacia dónde te diriges, noble príncipe? —preguntó el caballerizo del rey.

—Busco la torre donde vive el rey del país de los duendes  —contestó el joven Rolando.

Sigue por esta vereda —le aconsejó el caballerizo—, hasta que llegues a la verde colina sobre la que se levanta la torre. No puedo decirte, sin embargo, cómo entrar en la torre.

—Gracias, duende, por tus palabras —dijo entonces Rolando—. Pero el mago me advirtió que te diera esta recompensa

Desenvainó su espada y cortó la cabeza del caballero_ Inmediatamente desapareció el cadáver y un pequeño duendecillo negro corrió chillando y se metió entre los matorrales

Siguió el caballero Rolando su camino y pronto llegó .a otra pradera, donde pastaba el ganado del rey del país de los duendes.

—Hacia dónde te diriges, noble príncipe? —preguntó el pastor que Cuidaba del ganado.

—Busco la torre del rey de los duendes —contestó el mancebo.

Sigue este sendero —dijo el hombre—, hasta que llegues a la verde colina sobre la que se levanta la torre. No puedo decirte, sin embargo, cómo has de hacer para entrar en ella.

—Gracias, duende, por tus palabras —agradeció el caballero—. Y aquí tienes la recompensa que me aconsejó el mago que te diera...

Sacó nuevamente su espada y cortó la cabeza del pastor. Desapareció en el acto y otro negro duendecillo se internó, chillando, en la espesura.

Volvió a repetirse la misma escena cuando el caballero Rolando encontró las cabras del rey del país de los duendes, los puercos, y las ovejas.

Y llegó, por fin, a la torre que se levantaba sobre la verde colina. Pero no encontró un sendero por el que subir. ni vio puertas o ventanas en los macizos muros de la torre.

Daba vueltas y más vueltas en torno de la colina, mientras reflexionaba sobre la manera de entrar en la torre, cuando se le acercó la mujer que cuidaba los gallineros del rey , y le preguntó:

--Qué es lo que buscas, noble príncipe?

—Busco la forma de entrar en la torre —contestó Rolando—, pues deseo hablar con el rey del país de los duendes.

—Debes dar tres vueltas alrededor de la colina, en dirección contraria a la carrera del sol —informó la mujer—, y cada vez tendrás que decir: "Ábrete, colina verde, y déjame pasar." La tercera vez que lo digas, se abrirá una puerta y podrás entrar.

—Gracias, duende, por tus palabras —dijo el caballero—. Y aquí tienes la recompensa que me aconsejó el mago que te diera..

Desenvainó su espada una vez más y cortó la cabeza de la mujer. El cuerpo desapareció inmediatamente y otro duendecillo se alejó gritando y se perdió en la maleza.

Rolando siguió las instrucciones de la mujer, dio tres vueltas alrededor de la colina, en dirección contraria a la carrera del sol, y cada vez exclamaba: "Ábrete, colina verde, y déjame pasar." A la tercera vez, se abrió una puerta en la falda de la colina y el caballero entró por ella.

Tan pronto como estuvo dentro, se cerró la puerta por sí sola, y se encontró nuestro amigo recorriendo un pasadizo tenuemente iluminado por cristales v piedras preciosas incrustados en la roca. Siguió avanzando hasta que se halló ante una gran puerta de dos hojas resplandecientes, una de las cuales estaba ligeramente entornada.

Empujó el doncel las puertas y penetró en un enorme salón, tan grande casi como la misma colina. Era el salón más hermoso que había contemplado en su vida y, sin duda alguna, el mayor y más espléndido de todo el país de las hadas. Las columnas eran de oro v plata, y en el centro de los arcos brillaban hermosos diamantes. Del centro del techo colgaba una cadena sosteniendo una enorme lámpara hecha de una gigantesca perla. La perla había sido vaciada y contenía un carbón mágico, de tal manera brillante, que iluminaba el salón entero.

En el extremo del mismo, recostada en un espléndido sofá, contempló Rolando a su hermana, la princesa Elena, peinando su dorada cabellera con un hermoso peine de plata.

— ¡Ah! —Gritó la doncella al ver a su hermano— ¿Por qué no te quedaste en nuestro país, querido hermano? Si tuvieras cien, mil vidas, el rey de estas tierras te las quitaría todas. Si te encuentra, te matará... Y no puedes esconderte, pues sabrá que estás dentro de la colina verde...

Pero el caballero Rolando no se arredró.

—Princesa Elena, amada hermana —dijo a la damisela, acercándose a ella—. He venido hasta aquí para llevarte a nuestro país, donde nuestros padres lloran aún tu ausencia. Y también debo encontrar a mis hermanos y llevarlos con nosotros. He arrostrado innumerables peligros en el camino y no descansaré hasta haber probado el valor de la espada que el rey, nuestro padre me entregó, para vencer el poder de los duendes. Y ahora que he llegado, puedes estar segura de que no pienso volverme atrás.

Sentóse Rolando junto a su hermana y le refirió todas las peripecias de su viaje.

Y ahora —dijo al llegar al final de su historia—, lo que necesito, antes de enfrentarme con el rey de los duendes, es comer y beber algo, pues me siento desfallecer.. .

La princesa se levantó y suspiró. Pero, como estaba bajo un hechizo, no podía prevenir a su hermano del riezgo que corría al comer o beber cualquier cosa. Tristemente se alejó del salón y regresó a los pocos minutos con un tazón de oro que contenía leche y pan. . El caballero tomó el tazón y lo llevaba a sus labios, cuando de pronto, recordó la advertencia del mago. Arrojó el tazón al suelo y exclamó:

•Princesa Elena, no beberé ni comeré nada hasta te haya libertado!

Mientras pronunciaba estas palabras, se abrieron las puertas del salón con terrible estruendo, y apareció el rey del país de los duendes dando grandes zancadas y gritando:

:Huelo sangre de cristiano, y juro que aplastaré su cabeza con mi espada!

 -- Empieza ya, malvado duende de la obscuridad! Griitó el caballero Rolando, desenvainando su mágica espada.

Imposible describir con palabras el terrible duelo que tuvo lugar entre los dos campeones. Pero, por fin, el rey de los duendes cayó al suelo, y Rolando le ordenó con  firme voz, mientras le amenazaba con la espada desnuda:

-Entrégame ahora mismo a mi hermana la princesa Elena y a mis dos hermanos mayores, libres en absoluto de tus hechizos, o dejaré caer mi espada y cortaré tu cabeza.

-Lo haré con gusto —contestó el rey de los duendes. pues has logrado escapar a todas mis acechanzas y me has vencido en buena lid. Proclamo, además, que hay príncipe más valiente en toda la tierra, que el caballero Rolando.

Condujo a los jóvenes a la sombría torre en donde dos príncipes dormían un sueño encantado. Y una vez allí, sacó un frasquito y derramó sobre ellos y sobre la princesa Elena tres gotas de un líquido mágico, que brilló con un hermoso color encarnado, desvaneciéndose inmediatamente.

Los príncipes despertaron de su sueño y abrazaron a su hermano el caballero Rolando, felices de ver, sana y salva, a la princesa Elena, hermosa como siempre Cuando miraron a su alrededor, el rey del país de los duendes había desaparecido. Pero Rolando los condujo a través del gran salón y del pasadizo, hasta salir de la sombría torre.

Al llegar a la puerta, el caballero Rolando gritó tres veces:

— ¡Ábrete, colina verde, y déjanos salir!

Se abrió la puerta, dándoles paso, y abandonaron la tenebrosa tierra de las hadas, dirigiéndose a su añorado país.

Viajaron hasta la ciudad donde su padre, el rey, tenía su castillo. El rey y la reina salieron al camino a darles la bienvenida, y las campanas tocaron a rebato, anunciando la buena nueva: ¡El caballero Rolando había regresado, sano y salvo, trayendo consigo a sus dos hermanos y a la hermosa princesa Elena!

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964