El duende

22.04.2012 23:21

(Cuento Irlandes)Caminaba Tomasillo a lo largo de un seto, cuando oyó unos ruidos extraños en el campo vecino. "¡Ah!", exclamó para sí, "si son los pájaros carpinteros, que han llegado tarde este año."

Asomándose sobre el seto, espió hacia el otro lado para ver si efectivamente eran los pájaros; pero se quedó de una pieza al contemplar a un hombrecillo sentado en un banquito de madera y arreglando un minúsculo par de zapatos. De vez en cuando, el hombrecillo interrumpía su martilleo, metía un cucharón de madera en una jarra que tenía a su lado y bebía con deleite el contenido. Pero al punto volvía a su trabajo y se escuchaba el tap-tap, rap-rap, de su diminuto martillo.

"¡Bendito sea Dios!", pensó Tomasillo, asombrado y alegre. "Mil veces he oído hablar de los duendes, pero nunca pensé tropezarme con uno. Si actúo con astucia, seré un hombre famoso. No debo perderlo de vista ni un momento, pues si lo hago, escapará."

Avanzó cautelosamente. v cuando  estuvo bastante cerca, lo saludó:

—Dios y todos los santos sean contigo, y bendigan tu trabajo.

        —Gracias por tus buenos deseos —contestó el duende  mirando al rapaz.

— ¿Podrías decirme qué hay en tu jarra? —preguntó el chicuelo, acercándose un poco más.

— ¿Por qué no? —Contestó el duende—. Es cerveza. — ¡Cerveza! ¿Pero cómo y dónde la consigues? —No la consigo, la fabrico yo mismo, con brezos. — ¡Brezos! —Rió Tomasillo—. ¿No pensarás que soy tan tonto como para creerte?

—Puedes creerlo o no creerlo, según te convenga —dijo el duende—. Es cerveza de brezos, de todas maneras. La hacían los gnomos viejos, pero murieron llevándose su secreto y ahora solamente las gentes buenas saben cómo prepararla.

Y desinteresándose por completo de su visitante, continuó su trabajo, canturreando:

Golpes y golpes sigo dando,

botas y chinelas remendando.

— ¿Eres tan viejo como las montañas? —Interrumpió Tomasillo, acercándose un paso más, para añadir en seguida—. Déjame probar la cerveza, pues el día es caliente y me siento muy acalorado.

—Jovencito —dijo el duende, hablando con toda severidad—, si no tienes nada mejor que hacer, que andar por allí haciendo preguntas tontas a personas honradas, creo que no beberás más que agua durante mucho tiempo. Estás aquí, ocioso, mientras que las vacas, en estos momentos, están tirando las alambradas de los maizales y se están comiendo las mazorcas.

Tomasillo estuvo en un tris de asomarse sobre el seto, para ver si lo que decía el duende era verdad; pero recordó que si le quitaba los ojos de encima, podría desaparecer. Y le pareció que lo mejor era agarrar al duende por el cuello, para que no escapara; y lo hizo tan bruscamente, que el hombrecillo se defendió, ofendido; y en la lucha, cayó la jarra al suelo por lo que el mozalbete se quedó sin probar la famosa cerveza de brezos.

 Enfurecióse Tomasillo, y sacudiendo al duende, le gritó:

— ¡Dime en dónde escondes tu tesoro o ya estás encomendando tu alma al Creador!

El duendecillo se asustó ante el tono amenazador de la voz de 'Tomasillo, y le dijo:

—No necesitas ser tan rudo. Ven conmigo y te enseñaré dónde tengo un buen montón de oro.

Entusiasmado, Tomasillo empezó a caminar sin soltar al duende; atravesaron pantanos y arenales, cañadas y valles, hasta que llegaron a una inmensa pradera llena de esbeltos mirasoles, con doradas y hermosas flores.

El duende señaló una de las plantas, y dijo al rapaz:

—Todo lo que tienes que hacer, es escarbar bajo esa planta y encontrarás todo el oro que     quieras.

Tomasillo no traía nada con qué escarbar y sabía que si iba a su casa por su pico y su pala, confundiría después la planta que había señalado el duende. Tuvo, por fin, una idea; se quitó su fajilla encarnada, y atándola alrededor de la planta, dijo al duendecillo:

—¡Jura que no tocarás esta fajilla, ni la cambiarás de lugar, ni te la llevarás!

—Lo juro —contestó el duende solemnemente—. ¿Ya no me necesitas, verdad?

—No —contestó el muchacho—, puedes irte, y que tengas suerte.

Desapareció el duende Y Tomasillo se dirigió a toda velocidad a su cabaña. Unos momentos después volvía a salir, armado de pala, pico y azadón; corriendo, se dirigió al campo de los mirasoles.

¡Pero, lo que le esperaba! Cada planta lucía una fajilla encarnada, exactamente igual a la que él había colocado en. . ¿Cuál? El campo entero estaba cubierto de mirasoles, y era un enorme campo de cuarenta acres. . - Ni dedicando su vida entera a escarbar bajo cada planta, acabaría con todas ellas. . .

Regresó TomasilIo cabizbajo y furioso, maldiciendo al duendecillo, y jurando que si volvía a encontrarlo, nunca, nunca lo soltaría hasta que tuviera en sus manos unas buenas piezas de oro.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964