El joven y la doncella del mar

20.02.2012 02:42

(Cuento Cretense) Había una vez, en la bella isla de Creta, un joven cuya  mayor satisfacción era sentarse a la orilla del mar, solo, a tocar la lira. Eran tan suaves los sonidos que surgían de las cuerdas, que aun el mar parecía calmarse y llegar mansamente hasta la playa para escuchar agradecido.

Un hermoso día de verano, tocaba el joven a la orilla de las azules y quietas aguas, cuando apareció, entre las olas, una doncella del mar. Se apoyó en una roca, y por un rato, escuchó atenta, con los labios entreabiertos y los ojos brillantes; desapareció después, para reaparecer un momento más tarde, acompañada de otras doncellas que venían a escuchar  también  la maravillosa música.                                                  

Día tras día aparecían, y el joven, rodeado de ellas, tocaba sus más inspiradas melodías. Cuando llegó el invierno, y el mar se tornó agitado y obscuro, lo llevaron a una cueva donde no penetraban ni el aire ni el frío, y así pudiera seguir tocando para ellas.

Con el correr del tiempo, el joven se enamoró de la primera doncella que lo había encontrado, y trató de conquistar su amor; pero al escuchar sus palabras, la doncella movió tristemente la cabeza y desapareció en las profundas aguas del mar.

Sin embargo, el amor del joven crecía, y llegó a ser tan grande, que pensaba que no valía la pena vivir si no lograba conquistar a la doncella, y que prefería la muerte a vivir sin su amor.

Así que se dirigió a la gran montaña que se levantaba en medio de la isla, donde vivía una sabia mujer, a quien refirió sus cuitas.

—Tendrás que esperar el momento en que la noche se disuelva en el día —aconsejó la mujer—. Pero, antes de que cante el primer gallo, deberás coger a tu amada por el cabello, y sostenerla así hasta que canten los gallos y haya salido el sol. No deberás soltarla, aun cuando veas que se transforma mil veces, o la perderás para siempre.

Regresó el joven a la orilla del mar, y al ponerse el sol, se sentó a la entrada de la cueva y empezó a tocar como sólo él sabía Hacerlo. Al momento aparecieron las doncellas, y recostándose en las rocas de los alrededores, escuchaban, hechizadas. La hermosa doncella de quién el joven estaba enamorado, se acomodó no lejos de él, la barbilla apoyada en las manos, los ojos brillantes de asombro y felicidad.

Tocó durante toda la noche, hasta que la luna desapareció y el cielo empezó a iluminarse, hacia el oriente  con  la luz del nuevo día. Todo estaba en silencio, pero sabía el joven que no tardaría en cantar el primer gallo.  Bruscamente, dejó caer su lira, y cogió fuertemente  las doradas  trenzas de la doncella que amaba.

¡Te  amo sólo a ti! —Exclamó—, y no te dejaré ir hasta que  me prometas que serás mi esposa.

En un momento desaparecieron las otras doncellas y quedó el joven solo con su amada. Pero ésta, viendo que no  podía desasirse de sus manos,  se transformó, de repente,  en un perro salvaje que gruñía y tiraba fuertes tarascadas.

EI joven no la soltó. Luego, ella se convirtió en una serpiente  que silbaba, y después en un enorme camello que pateaba y mordía. Pero él seguía sin soltarla, y tampoco lo hizo cuando se transformó en una hoguera que quemaba sus manos. Entonces, cantaron los gallos; al momento volvió la doncella a ser la misma; poniendo sus manos entre las del joven, le sonrió con ojos llenos de amor, y consintiendo que la llevara a su aldea se casaron  ese mismo día.

Su hogar se embelleció con la llegada de un hermoso niño, y fueron felices por más de un año. Pero todo esto había sucedido sin que la doncella del mar hubiera pronunciado una sola palabra. Y era tal la angustia del marido por el silencio de su esposa, que nada parecía importarle. Sólo que su esposa hablara.

Decidió, por fin, consultar nuevamente a la sabia mujer, en busca de un remedio, y aquélla le dio el único que conocía; y el esposo, en un momento desgraciado, se dispuso a ponerlo en práctica.

Al regresar a su hogar, encendió la estufa, y cuando estuvo caliente, cogió al niño en sus brazos y, colocándolo sobre el fuego, dijo a su esposa:

— ¡Habla, o arrojaré nuestro hijo al fuego! —y se inclinó, resuelto a ponerlo sobre las brasas. Bruscamente, saltó la esposa, gritando:

— ¡Deja a mi hijo en paz, hombre malvado! —y al decirlo, arrebató al niño y desapareció con él, rápida como un rayo.

Regresó al mar, pero las doncellas no quisieron recibirla, pues tenía un hijo. Así pues, se fue a vivir a un profundo estanque, no lejos de la cueva a donde solían acudir las doncellas a escuchar la inspirada música. Y allí se quedó, pues el joven nunca pudo recuperar su amor. Solamente una vez al año lograba verla, bajo las profundas aguas, tan joven y hermosa como siempre.

Allí mismo se la puede ver aún, si se tiene la fortuna de visitar la bella isla de Creta, y de encontrar el estanque, precisamente en el día en que la doncella se hace visible a los ojos de los mortales.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.