El ladrón de la capa negra

03.01.2011 01:29

 

 

(Cuento Irlandés)Cuando la hermosa reina de Irlanda yacía mori­bunda en su lecho, hizo una última súplica a su afligido esposo.

—Amado mío —murmuró—, eres joven; con seguri­dad te volverás a casar y yo así lo deseo. Pero no puedo soportar la idea de que nuestros tres pequeños hijos caigan bajo la tutela de otra mujer. Prométeme que levantarás una torre en una isla lejana y que allí vivirán los príncipes hasta que sean mayores de edad. Pero cer­ciórate de que reciban una buena educación y de que disfruten de los pasatiempos propios de su rango.

El rey lo prometió, y la reina murió tranquila.

Crecieron los príncipes en su torre de la lejana isla. Con el tiempo, el rey volvió a casarse. Lo hizo con una mujer distinguida, hija de un rey del norte de Irlanda; tuvieron un hijo del que la joven reina se sentía suma­mente orgullosa; pero como era también una mujer muy pagada de sí misma, vivía con el pequeño, sin mez­clarse mucho con la corte.

Casi podríamos asegurar que la primera esposa del rey y sus tres hijos habían sido completamente olvidados, La nueva reina nunca había oído  mencionar a los tres  príncipes. Pero un día se enteró al hablar con la mujer que cuidaba los gallineros del palacio y que le daba huevos frescos para el joven príncipe.

—Si algún día regresas —dijo la mujer, al alejarse la reina—, espero que te caigas y te rompas la cabeza.
¡Cómo te atreves a hablarme en esa forma!

—Exclamó indignada la reina—. 'Dime por qua lo has hecho o hare que te corten la cabeza!

—Tendrás que pagarme bien si quieres que hable, pues es un asunto que te interesa

    contestó la mujer—. Quiero la lana que produzcan siete rebaños de. ovejas durante siete años; la mantequilla de siete hatos de vacas, durante siete años y el trigo que se recoja en siete campos durante siete años.

—Es un pago grande el que pides —dijo la reina ­Tus razones también deberán ser grandes, me imagino

—Eres tonta —respondió la mujer—. Ni siquiera sabes que el rey tu esposo tuvo tres hijos con la primera reina, y que dividirá su herencia entre esos tres príncipes cuando cumplan su mayoría de edad; tu hijo tendrá que irse por el mundo a buscar fortuna, a menos que puedas deshacerte de los jóvenes.

    ¿Que puedo pacer? —preguntó la reina—. Los mataría, si pudiera...

—Si eso es lo que verdaderamente deseas —dijo Ia mujer—, escúchame bien. Primero, deberás informar al rey que estás enterada de todo y convéncelo para que traiga a los príncipes a la corte. Después, trátalos dulcemente, hasta que crean que eres su mejor amiga, y prepara una gran fiesta en su honor, con torneos y juegos. En la noche de la fiesta, organiza una partida de cartas con ellos; pero antes, harás un trato. El que pierda, tendrá que hacer lo que ordene el ganador. Toma esta baraja; una vez que hayas ganado, ordénales que salgan a capturar el corcel salvaje del caballero de Glen, el corcel de los cascabeles.

La reina tomó  la baraja, pagó a la mujer y siguió) sus consejos al pie de la letra.

Poco después llegaban los príncipes al palacio y vivían felices junto a su padre, amados por toda la corte, pues eran apuestos, gentiles y valientes, pero odiados  por la celosa reina, que continuaba hipócritamente con sus malvados planes.

Celebróse la gran fiesta, y cuando en la noche sacó la reina la baraja, los tres príncipes prometieron, sonrientes, cumplir el trato que les propuso. Jugó con el mayor de los príncipes, y con el segundo, y los dos perdieron. Pero cuando le llegó el turno al menor, que era el más astuto e ingenioso, la reina perdió, lo cual lo azoró sobremanera, aunque se consoló  pensando que encontraría otra forma de deshacerse del doncel.

—Ordeno —dijo entonces la reina—, que salgáis en busca del corcel salvaje del caballero de Glen.

Rieron los dos jóvenes, dispuestos a obedecer a la reina; pero fueron los únicos que lo hicieron. La corte permaneció en silencio y el rey palideció.

—No puedes ordenarles eso! —exclamó—. Todos los que han tratado de robar el corcel de los cascabeles han  desaparecido, y todos sabemos que los que caen en manos del caballero de Glen son arrojados a un horno a rojo vivo. Y todos caen, a la larga, en sus manos, pues al tratar de robar el corcel salvaje, este sacude furiosamente la cabeza para que los cascabeles de su crin tintineen y despierten al caballero y a todos sus sirvientes

La reina insistió, a pesar de todo; y no pudieron hacerla cambiar de opinión.

—Pero, yo gane también —dijo de pronto el príncipe más joven—, e iré con mis hermanos para ayudarlos Y ordeno, a mi vez, que la reina permanezca en la torca más alta de este palacio hasta que regresemos, o hasta que se sepa con toda seguridad que hemos muerto, comiendo solamente maíz crudo y bebiendo agua helada, aun cuando tardemos siete largos años en volver.

Se hicieron los preparativos para el viaje de los príncipes, que salieron, por fin, a cumplir las órdenes de la reina. No habían caminado mucho, cuando encontraron a un hombre, ni muy joven ni muy viejo, que cojeaba un poco. Le preguntaron quien era, y por que usaba aquella capa negra tan extraña.

—Porque soy el ladrón de la capa negra —les contestó divertido—. Que buscáis vosotros?

Cuando los príncipes le explicaron lo que se trajean entre manos, dio un grito.

—No tenéis ni la más pequeña oportunidad de salir avante en vuestra empresa, amigos míos. Soy el ladrón más hábil de toda Irlanda y no he logrado todavía robar el corcel de las campanillas. Si os acercáis tan solo, sacudirá  su crin y los sesenta cascabeles tintinearán, despertándolo  no solamente al caballero de Glen, sino a  todos los habitantes de los alrededores y seréis arrojados en el horno al rojo vivo.

—Tenemos que intentarlo, al menos, dijo el más  joven de los hermanos—, pues si volvemos sin el corcel,  la reina hará que nos corten la cabeza

—Mejor será morir a manos del caballero, que no por orden de la malvada reina —contestó el ladrón, así  pues, trabajaremos juntos; me uno a vosotros, veremos lo que se puede hacer.

Esa misma noche, aprovechando la experiencia y la astucia del ladrón de la capa negra, salieron a robar el corcel de los cascabeles. Pero de nada les valieron ni la astucia, ni la experiencia del hombre- El corcel los escuchó cuando entraban en la caballeriza y empezó a  sacudir la crin, armando tal alboroto que el caballero y sus hombres aparecieron corriendo por todos lados

¡Malvados villanos! —gritó el caballero cuando vio a sus cuatro prisioneros—. Queríais robar mi corcel Hare que os arrojen al horno uno por uno, mientras los otros contemplan el tormento que les espera. Empezaremos con el mayor  de los tres jóvenes y terminaremos con el acompañante viejo.

Sujetaban ya al mayor de los príncipes para arrojarlo al horno, cuando el ladrón de la capa negra dijo:

Una vez estuve tan cerca de la muerte como está el príncipe en estos momentos, y, sin embargo, escapé y estoy seguro de que el príncipe también escapará

¡No tan cerca! Gritó el caballero, pues le quedan solo dos minutos de vida

Pues a mi me quedaba solamente uno – Respondió el ladrón, y aquí estoy.

¿Cómo fue?- preguntó interesado, el caballero. Me gustaría escucharlo, pues parece imposible

Si después de que escuches mi historia, crees que el peligro en que yo me encontraba era mayor que el de este joven, ¿Lo perdonarás? – Preguntó el ladrón

Lo perdonaré – Contestó el caballero ordenando a sus hombres que esperaran – Dime, pues tu historia-

—Cuando era joven —empezó el ladrón—, me escondí una noche en los negros rincones de un horno de ladrillos. Al poco rato, llegaron tres brujas con tres sacos de oro y se acostaron, usando sus sacos como al­mohadas. Al irse a dormir, dijo una de ellas:

"—Tenemos que ser muy cuidadosas, pues si el la­drón de la capa negra nos encuentra dormidas, nos de­jara sin un céntimo  A pesar de que era yo muy joven continuó el ladrón—, era ya conocido en toda Irlan­da. En cuanto se durmieron las brujas, con todo cui­dado cogí los sacos, poniendo en lugar de cada uno un Palo y me aleje con el oro. No fui muy lejos, cuando vi que me perseguían un galgo, una liebre y un halcón. Estaba seguro que se trataba de las tres brujas, así que me subí a un árbol con los sacos. Al llegar al pie del árbol, una de ellas recuperó su verdadera forma; pero las otras dos se convirtieron en un trozo de hierro y en un yunque, con los que la bruja forjó inmediatamen­te un afilado sable. Y empezó a cortar el árbol. Estaba éste por caer, un golpe más lo derribaría; ya había le­vantado el brazo para darlo, cuando cantó el gallo y las tres brujas se desvanecieron en el aire.

—Ahora, dime —terminó el ladrón, dirigiéndose al caballero—, si no estuve más cerca de la muerte que este joven. El sable subía ya, para caer sobre el tronco...

—Efectivamente, fue milagroso —contestó el caba­llero—. Y este príncipe queda perdonado. Ahora —or­denó—, avivad el fuego y arrojad al segundo.

—Estoy pensando que tampoco a éste le ha llegado su hora —observó el ladrón.

— ¿Que no? —Preguntó irónicamente el caballero—. No hay escape posible para él.

—Menos aún lo había para mí, y sin embargo, aquí estoy —contestó el ladrón.

—Me gustaría escuchar tu cuento —dijo el caballe­ro—. Y si es tan bueno como el anterior, también per­donaré a este doncel.

—Debes saber —continuó el ladrón de la capa ne­gra—, que mi profesión me lleva a los lugares más ex­traños. Y uno de los más raros, fue la bóveda donde un rico obispo había sido sepultado. Yo sabía que lo habían enterrado con valiosas joyas y magníficas vestiduras, las cuales me hacían bastante más falta a mí que a él. Cuando había llegado a lo más profundo de la bóveda, escuché unos pasos sigilosos y una figura negra pasó junto a ml, exactamente entre mi cuerpo y la puerta de entrada. Me asuste tanto, pensando que podía ser el diablo o el espíritu del obispo, que le dispare mi pistola. Cayó, la figura al suelo, y cuando la examine cuidadosamente, descubrí que era uno de los veladores que había llegado antes que yo, pero con las mismas intenciones. Tenia ya el hombre todo lo que había robado, atado en un paquete; cogí el paquete, me lo eche sobre los hombros y me dirigí a la salida. Pero ya venían corriendo los otros guardas, que habían oído el tiro y escuche que decían que, sin duda, era el ladrón de la capa negra, pues era el único que no vacilaría en robar a los muertos.

"Inmediatamente escondí el paquete en la entrada y corri a donde estaba el cuerpo del velador. Lo levante y lo sostuve en pie, como si estuviera vivo. Me adelante silenciosamente, escondiéndome tras él; los guardas, al ver la figura negra, vinieron hacia nosotros, gritando:

“¡Allí está! ¡Es el ladrón de la capa negra!

"Dispararon sus mosquetes, lance un quejido, y dejé que la figura cayera al suelo. Corrieron entonces los hombres hacia la bóveda, mientras yo me escabullía, recogía mi paquete, y desaparecía sin que me vieran."

—Bien, amigo —dijo el caballero de Glen—, con tu historia, has conseguido la libertad del segundo príncipe. Quisiera que fuera tan fácil salvar al tercero, pues me da lástima por su juventud y me gustaría perdonarlo.

—A mi también me da lástima —contestó el ladrón—, y por eso deje mi mejor historia para el final, la historia del gigante y el nene. Has de saber, que cuando la situación en Irlanda se me hizo difícil, tuve que escaparme a los bosques del oeste; y llegué a un castillo en donde encontré a una joven, llorando, que tenía un nene sobre las rodillas. Le pregunte por que lloraba y dónde estaba el señor del castillo.

"—Has tenido suerte de que no se encuentre aquí —me contestó la joven—, pues es un malvado gigante tuerto que se alimenta de carne humana. Trajo a este pequeño y quiere que le prepare una tarta con él. No puedo dejar de llorar y no me resuelvo a matarlo.

"—Si me indicas un lugar en donde pueda esconderlo —le dije—, lo esconderé. Y puedes poner carne de cerdo en la tarta. Pero, córtale el dedo meñique al niño y colócalo en el platón, para que el gigante crea que lo has matado.

"Me indicó el lugar donde esconder al niño —continuó el ladrón—, y después de dejarlo en una cabaña lejana, regresamos con el cerdo para la tarta, cuando vimos que el gigante cruzaba la reja del castillo.

"—Corre a esconderte a ese cuarto, entre los cadáveres —me advirtió la joven—, o serás tú el relleno de la  próxima tarta. Es tu única  salvación. Quítate la ropa Y finge que eres uno de los cadáveres.

"Entré en la habitación que me indicó, que era un lugar tenebroso, lleno de cadáveres de hombres, mujeres y niños amontonados unos sobre otros. Me desvestí y  me tendí entre ellos. Escuché al gigante pidiendo su tarta refunfuñando que olía a carne de puerco, pero cuando vio el dedito se la comió sin chistar. Desgraciadamente sólo pareció abrirle el  apetito.

_Quiero unos buenos filetes —gritó.

Y entró en la habitación en donde yo me encontraba, llevando un gran cuchillo. Cortó de aquí y de allá y se acercó a mí.

"_ ¡Ah! ¡Carne fresca! ¡Qué bien! —gruñó, y cortó de mi cadera un buen filete, que añadió a los que ya llevaba en la mano.

"Cuando terminó de comer, se dedicó a beber, y be­bió tanto que al poco rato se durmió profundamente. Salí entonces de la habitación de los cadáveres, hice que la mujer curara mi herida y cogiendo el asador, que estaba al rojo vivo, lo hundí en el ojo del gigante. No lo maté; pero tenía ya una oportunidad para escapar.

"Corrió el monstruo tras de mí a toda velocidad, enloquecido por el dolor y la furia, y me arrojó su ani­llo, que cayó en uno de mis pies y se me atoró en un dedo. Inmediatamente me di cuenta de que era un ani­llo mágico, pues llamaba al gigante:

"— ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!

"No podía hacerlo callar y el gigante se me aproximaba a cada instante. Así que no me quedó más reme­dio que agacharme, cortarme el dedo en que se había atorado el anillo y arrojarlo en un profundo pozo que había visto, al pasar corriendo. El anillo mágico seguía gritando: « ¡Aquí estoy!»; y el gigante se fue tras él y cayó en el pozo, donde, finalmente, murió ahogado.
"Y desde entonces cojeo —terminó el ladrón."

Mi amo —dijo entonces una anciana mujer que había escuchado las tres historias—, esta última historia es absolutamente verídica, pues yo soy la mujer que es­taba en el castillo del gigante y tú eres el niño que tenía que guisar para la tarta. Y este, es el hombre que salvo tu vida; ha dicho la verdad, pues te falta el dedo meñi­que, que me aconsejó cortar para engañar al gigante.

-    Ah!, amigo mío, mi salvador —exclamó emocionado el caballero de Glen—. No solo os perdono a todos, sino que os daré cualquier cosa que me pidáis.

—Pedimos el corcel de los cascabeles —contestó in­mediatamente el ladrón de la capa negra.

Y contó al caballero una última historia, la historia de los tres príncipes.

—Es vuestro —contestó el caballero de Glen—. Podéis llevároslo. Pero antes, prometed que pronto volveréis a visitarme.

Lo prometieron; y los tres príncipes se alejaron hacia el palacio de su padre, acompañados del ladrón de la capa negra y del corcel de los cascabeles.

Durante todo aquel tiempo, la malvada reina había estado en la torre más alta del palacio. Cuando escuchó el tintineo de los cascabeles y vio a los príncipes que se aproximaban, le dio un ataque de rabia, odio y celos, y cayendo desde la torre, murió instantáneamente.

Los tres príncipes vivieron tranquilos y felices; y el ladrón de la capa negra era siempre bien recibido en su palacio, así como en el castillo del caballero de Glen.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964