El Nung-Guama

13.10.2010 00:42

 

(Cuento Chino)

Iba una pobre viuda, desde la ciudad, a visitar a sus venerables padres, llevándoles unos pastelillos que les había preparado, cuando, de un grupo de bambúes, salto justamente frente a ella, un Nung-Guama.

—iHeuch, heuch! —aullo el Nung-Guama.

La pobre mujer cayó de rodillas, temblando de terror. Prefería que la devorara un tigre, o un dragón, o aun una serpiente, pero no un Nung-Guama; pues los Nung-Guamas son feroces carnívoros, y su plato favo­rito es la carne humana.

—¡ Dame esos deliciosos pastelillos! —rugió el Nung­Guama.

No es posible describir la voz de un Nung-Guama, pues solamente el que la ha escuchado sabe cuan horrible es.

—No puedo —sollozo la viuda—. Son para mis ve­nerables padres.

—Entonces te comeré a ti —gruñó el Nung-Gua­ma—. Iré a tu casa esta noche, te destrozare con mis garras, y te masticare a conciencia con mis enormes dientes. ¡Heuch, heuch!

La viuda dio un alarido y escondió el rostro. Cuando lo levantó de nuevo, el Nung-Guama había desapa­recido; pero ella seguía encogida en el suelo, temblan­do y chillando.

Poco después, pasó un buhonero con su mercancía sobre la espalda.

Honorable señora —le dijo—, ¿por qué tiemblas y lloras?

—He visto un Nung-Guama —contestó la viuda so­llozando—, vendrá esta noche a mi casa a despedazar­me cruelmente y a devorarme.

¿Estás segura de que era un Nung-Guama? —pre­guntó el buhonero—. Dime cómo era.

¡Por supuesto que era un Nung-Guama! —Exclamó la viuda—. Su cuerpo era como el de un toro, y su ca­beza como un jarro de vino. Sus patas eran grandes y gelatinosas. Pude escuchar el ruido que hacían al ca­minar, flap-flap, flap-flap... Su piel era sucia, y las garras horriblemente grandes, con enormes uñas.

No hay duda de que era un Nung-Guama, y los Nung-Guamas son carnívoros —dijo pensativo el buho­nero—. No puedo ayudarte, pero te regalare este paque­te de agujas. Clávalas en tu puerta y tal vez el Nung- ­Guama se ensarte en ellas.

Y diciendo esto, recogió su carga y siguió su camino.

Pero la viuda seguía tirada en el suelo, sollozando y gritando.

Al poco rato, pasó un campesino con una carretilla de majada para sus campos.

—Honorable señora —le dijo—, ¿por qué lloras y gritas?

—He visto un Nung-Guama —sollozó la mujer—, vendrá esta noche a despedazarme y devorarme como solo ellos lo hacen.

Cuando la viuda convenció al campesino de que si había visto un Nung-Guama, díjole aquel:

—Sin duda que fue un Nung-Guama lo que viste, y en verdad son carnívoros. No puedo ayudarte, pero aquí tienes un poco de estiércol. Extiéndelo sobre tu puerta, y tal vez cuando el Nung-Guama se ensucie con el, se vaya.

Y se fue el campesino a sus campos.

Pero la viuda seguía tirada en el suelo, sollozando y gritando.

Poco después, pasó un vendedor de serpientes. —Honorable señora —le dijo—, ¿por qué sollozas y gritas?

—He visto un Nung-Guama —contestó llorando la viuda—, vendrá esta noche a despedazarme y devo­rarme como solo ellos lo hacen.

Cuando la viuda convenció al vendedor de serpientes de que efectivamente había sido un Nung-Guama lo que había visto, díjole aquel:

Es verdad lo que has dicho; y, ciertamente, los Nung-Guamas son carnívoros. No puedo salvarte, pero te dejo dos serpientes venenosas. Colócalas en tu pa­langana; si el Nung-Guama quiere lavarse las manos, las serpientes lo picarán, y tal vez se vaya.

Y después de recoger sus animales, el hombre siguió su camino.

Pero la viuda seguía tirada, temblando y llorando. A poco, pasó un pescador con algunos pescados.

Honorable señora —le dijo—, ¿que haces aquí temblando v llorando?

—He visto un Nung-Guama —explicó la viuda sollo­zando—, vendrá esta noche a despedazarme y devorar­me con su crueldad acostumbrada.

Tan luego como la viuda demostró al pescador que realmente había visto un Nung-Guama, oyó que el hombre le decía:

Es cierto que has visto un Nung-Guama, y los Nung-Guamas son carnívoros. No puedo protegerte, pero toma estos dos peces. No los guises, pues no te servirían; pero mételos en la olla, tal vez el Nung-Gua­ma, al sentirse picado por las serpientes, quiera lavarse sus heridas en el agua tibia de la olla, y entonces estos pescados le clavaran sus dientes, y el Nung-Guama puede enojarse tanto que tal vez se vaya corriendo a su casa.

El pescador cargo su red, y sigue su camino.

Pero la viuda continuaba encogida, gimiendo y so­llozando.

No tardó en pasar un vendedor de huevos, anuncian­do su mercancía:

; Huevos...! 'Vendo huevos famosos por su pro­bada antigüedad! Honorable señora —dijo, al ver a la viuda—, ¿por qué gimes y sollozas?

—He visto un Nung-Guama —balbuceó la mujer—, vendrá esta noche a despedazarme y devorarme en la forma cruel en que acostumbran hacerlo.

Y empezó la viuda a explicarle lo que había visto.

Sin duda que fue un Nung-Guama lo que viste, y sin duda que les gusta la carne —le respondió el ven­dedor de huevos—. No puedo salvarte, pero te regalare estos huevos; colócalos en los rescoldos de tu chimenea. Cuando el Nung-Guama haya sido mordido por los peces y las serpientes, empezarán a sangrar sus dedos, y el mejor alivio para eso es meterlos en ceniza suave y tibia. Si el Nung-Guama lo hace, los huevos de

probada antigüedad reventarán en su cara, y su inaguantable hedor hará que se aleje.

Diciendo esto, el vendedor de huevos recogió con sumo cuidado el resto de su carga, y siguió su camino.

A los cuantos minutos, pasó, finalmente, un abas­tecedor de piedras de molino, caminando con dificul­tad bajo un ejemplar perfecto de su mercancía.

Honorable señora —le dijo—, ¿por que te hallas tan abatida y exhausta que no derramas ni una lagrima?

He visto un Nung-Guama —contestó la viuda con voz ronca y cansada—, vendrá esta noche a hacerme pedazos y devorarme con la crueldad que los caracte­riza.

Tan pronto como la viuda le demostr6 que era en verdad un Nung-Guama lo que había visto, el abaste­cedor de piedras de molino le dijo:

—Indudablemente fue un Nung-Guama lo que viste, e indudablemente se alimentan de carne. No puedo socorrerte; pero acepta este regalo. Es una piedra de molino, de enorme peso y excelente calidad. Cuélgala junto a tu cama. Tan pronto como el Nung-Guama se coloque bajo la piedra, corta la cuerda que la sostiene, y caerá con fuerza sobre el despreciable cráneo de la bestia. Te dejo, además, esta barra de hierro, para que le des el golpe de gracia en caso de que haga falta.

El hombre regresó a su casa por otra piedra, y al acercarse la noche, la viuda recogió todos sus regalos.

Pero antes, rendida por tantas emociones, se comió los pastelillos, olvidándose por completo de sus deberes para con sus venerables padres. Consiguió después va­rios cargadores para que la ayudaran a llevarse todo, y se dirigió a su hogar.

Estaba segura que sería cruelmente devorada por el Nung-Guama; sin embargo, colocó los regalos exacta­mente como le habían dicho que lo hiciera.

Era ya completamente de noche cuando terminó de hacerlo; y quitándose sus ropas se metió en la cama.

De pronto, en la mitad de la noche, se despertó asustada al oír un flap-flap, flap-flap, que se acercaba ¡mas y mas!...

Escuchó después un horrible "ilieuch, heuch!", y la voz del Nung-Guama que aullaba:

¡Abre la puerta, apetitosa viuda! ¡Quiero despeda­zarte...! ¡Quiero comerte...! ¡Quiero devorarte...!

—Abre la puerta tu mismo, y entra, honorable Nung­Guama —respondió la viuda fingiendo serenidad—, pues ya estoy acostada.

Rabioso, empujó la puerta el Nung-Guama, y al ins­tante se oyeron sus horribles rugidos, pues las agujas se le habían clavado en las garras, y el estiércol lo había llenado de mugre.

¡Ah, cuanta espina y cuanta suciedad...! Me las pagarás. .. ! ¡Ah, qué bien, aquí hay agua para lavarme las manos...! ¡Ay, ay...! ¡Me han picado unas ser­pientes. .. ! ¿En qué antro me he metido. . . ? ¡Ay, ay! ¡Me han mordido unos tiburones...! ¡Estoy desangrándome... ! ¡Vaya! ¡Cenizas tibias para detener la sangre! ¡Heuch, heuch ... ! ¡Me han echado bombas en los ojos. . . ! ¡Oh. . . ! ¡Destrozaré a esta viuda, la cor­taré en pedazos y los masticaré uno a uno! ¿Dónde te has metido, criatura abominable?

Y volvió a escucharse el flap-flap, flap-flap.

Al llegar el animal cerca de la cama, cortó la viuda la cuerda que sostenía la piedra de molino, la cual cayó, aplastando la cabeza del Nung-Guama como si fuera un huevo de probada antigüedad. Saltó la mujer in­mediatamente de la cama, y lo remató golpeándolo con la barra de hierro, por si acaso

 Tranquila, por fin, se metió en la cama, y se dur­mió profundamente.

Al día siguiente, la casa estaba hecha un verdadero desbarajuste. Quitó la viuda la piel al Nung-Guama y vendió su esqueleto por tan buen precio, que pudo pagar todas sus deudas; y todavía le quedó una peque­ña cantidad. Y le quedó también la piel del Nung-Gua­ma que, después de haber sido lavada y arreglada, le sirvió para mantenerla calentita en su cama, por el resto de sus días.

 

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964