Juanito y Mariquita

07.07.2012 02:13

(Cuento Griego Moderno)

Había una vez un matrimonio ya viejo, tan pobre, pero tan pobre, que casi no tenía qué comer. Tenían, en cambio, dos hijos, Juanito y Mariquita, que, al crecer, sentían cada día más hambre.
Una tarde, dieron los viejos a los muchachos, la última rebanada de pan que había en la choza, y se alejaron a la montaña para sacar agua del arroyo. Mien¬tras llenaban sus jarras, empezaron a hablar, y se di¬jeron:
—No podemos mantener a los muchachos; ellos se¬guirán viviendo y creciendo, y, ¿cómo sabemos que el día de mañana van a hacer algo por nosotros? Matémoslos cuanto antes, y no tendremos que trabajar más, ni que preocuparnos por nada.
Y antes de regresar, siguieron discutiendo durante un rato, cuál sería la mejor forma de llevar a cabo sus planes.
Un cuervo había escuchado la conversación, y fue a posarse sobre un árbol cercano a la choza en donde los muchachos comían su pan.
— ¡Cau! ¡Cau! ¡Yo sé una cosa! ¡Yo sé una cosa:
—graznó, llamando la atención de los niños.
— ¿Qué es lo que sabes? —preguntó Juanito.
—Dame un poco de tu pan, y te lo diré —contestó el cuervo.
Juanito le dio el pan que le quedaba, y el cuervo le dijo:
—Vuestros padres os van a matar si os encuentra aquí cuando regresen del arroyo. Marchaos inmediata¬mente; llevad vuestros peines de cardar, agujas, jabón, aceite, madejas de hilo, una olla con requesón y un costal con cenizas, y huid hacia el bosque y las montañas. Yo os guiaré.
Los muchachos, asustados, obedecieron al cuervo cogieron lo que les había ordenado, y se alejaron entre el bosque y los olivares, hacia la montaña.
Cuando regresaron los viejos, y vieron que habían huido, corrieron tras de ellos, con un hacha y un azadón cruzaron el bosque y al salir de los olivares, los tenían ya al alcance de su vista.
¡Tirad las agujas y los peines! —les gritó el cuervo. Obedecieron, e inmediatamente los peines se convirtieron en zarzas y las agujas en espinosos matorrales. El viejo tuvo que abrirse paso a través de ellos, con su hacha lo lo cual retrasó la persecución.
Pero pronto volvieron a estar muy cerca de los muchachos¬, el cuervo les gritó de nuevo:
¡Arrojad las madejas!
Volvieron a obedecer, y las madejas abrieron grandes agujeros y zanjas en la montaña, en los que caían los viejos  lastimándose e hiriéndose.
Sin embargo, lograron salir y siguieron en pos de los muchachos y al bajar por la ladera opuesta, casi les die¬ron alcance.
¡Tirad las cenizas! —ordenó el cuervo.
Las tiraron, y se formó una nube tan densa, que casi cegó a los viejos. Lograron salir de ella, sólo para encontrarse con que los muchachos habían echado jabón en la montaña, haciéndola tan resbaladiza como si fuera una pista de hielo.
Pero no fue sino hasta que arrojaron el aceite, que formó un río, el cual separó a los perseguidos de los perseguidores, y que el requesón se hubo convertido en un gran lago, que los viejos se dieron por vencidos, y regresaron a su choza.
Cuando Juanito y Mariquita se vieron a salvo, se sentaron un rato a descansar. Tenían una sed terrible, provocada por tanto correr, pero no se veía ni un pe¬queño arroyuelo, ni siquiera el cauce seco de algún río que corriera hacia el mar.
Empezaron a caminar, y llegaron a donde se veían huellas de animales salvajes, tan profundas, que se ha¬bían formado en ellas pequeños charcos de agua.
—Tengo tanta sed, que beberé de estos charcos —dijo Juanito.
Pero Mariquita le advirtió, asustada:
— ¡Oh, no! Estas huellas son de reno, y, si bebes, te convertirás en un reno, correrás hacia el bosque, y yo te perderé.
Pero Juanito insistió.
—Entonces beberé de este otro charco.
— ¡No, no! —Exclamó su hermana—. Es la pisada de un lobo, y si bebes, te transformarás en un lobo y me devorarás.
— ¡No puedo más! —Exclamó Juanito, ya desespera¬do—, beberé de este último charco.
— ¡No! —sollozó la jovencita—. Es la huella de un oso, y si bebes, te volverás oso y me destrozarás con tus garras.
— ¡No lo haré! —Contestó Juanito—, si me convierto en un oso, podré protegerte mejor.
Y sin esperar más, bebió del agua que se había jun¬tado en la huella, y se transformó inmediatamente en un oso.
Mariquita se asustó muchísimo, pero el oso no le hizo daño alguno. Por el contrario, la subió con toda gentileza a su espalda, y la dejó en una rama de un pino tan enorme, que los brazos de cinco hombres no hu¬bieran podido rodear su tronco; pero el oso sí pudo subir fácilmente, y allí la dejó. Todos los días, sin em¬bargo, volvía con comida y agua, y cualquier cosa que la joven le pidiera.
Ahora bien, cerca del pino había un hermoso lago, donde diariamente llevaban los caballos del rey, para que bebieran; pero al ver los corceles el reflejo de Ma¬riquita en el agua, retrocedieron asustados, y desde ese día se negaron a beber. Los caballerangos, asombrados, le contaron al rey lo que sucedía.
—¡Cada vez que llevamos los caballos al lago, retroce¬den asustados y se niegan a beber! —le dijeron.
El monarca, que era un hombre inteligente, recomendó a los hombres que revisaran cuidadosamente alrededores del lago, pues podría haber alguna cosa entre los árboles, que asustara a los caballos.
Y fue de esa manera como descubrieron a Mariquita pero por más que intentaron llegar hasta ella, no lograron.
Llevaron hachas y sierras para cortar el árbol; mas el  tronco era tan grueso, que después de un día entero trabajo, no habían llegado ni al centro.
—Regresaremos mañana —dijeron—, y terminares de cortar el árbol.
Pero el oso, al ver lo que trataban de hacer, pego tronco y Io hizo más grueso aún.
Cuando los caballerangos informaron al rey de lo que había sucedido, llamó éste a una bruja que vivía cerca y le pidió consejo.
—Yo puedo bajar a la joven del árbol —dijo la bruja
Llevó un cajón de madera, un tamiz, y un puñado cenizas, y colocándose al pie del árbol, se sentó en la orilla del cajón, apoyó el tamiz en la otra, y echó cenizas, dejando que cayeran fuera del cajón.
Mariquita, que había estado observando a la bruja le gritó:
--Buena mujer, deberías colocarte del otro lado y sostener el tamiz sobre el cajón, para que las cenizas caigan dentro y no fuera. Así tal vez logres amasar una torta de cenizas.
— ¿Qué dices? —Gritó la bruja, mirando hacia arriba. Soy muy sorda y no pude oír lo que dijiste. Baja un poco, y repítelo, por favor.
La joven empezó a bajar, pero la vieja seguía sin oír, continuaba echando las cenizas fuera del cajón. Cuando Mariquita bajó lo suficiente, la bruja saltó bruscamente y la sujetó de los cabellos.
La bajó del árbol, se la echó sobre los hombros, y triunfalmente, se presentó ante el rey.
—Aquí tiene Vuestra Majestad a la joven que ha estado hechizando vuestros caballos. Ahora podréis amarrarle una piedra al cuello, y arrojarla al lago. Pero el rey no hizo tal cosa, pues se había enamorado la joven en cuanto la vio. Poco tiempo después se casaron, con gran regocijo de todo el reino.
La bruja, sin embargo, estaba furiosa y tenía mucha envidia. Un día, pidió a la joven reina que fuera con ella hasta el lago y le dijera cómo había podido subir al árbol Pero encuando llegaron a la orilla, la empujó, y  la joven se hundió hasta el fondo.
El rey buscó a Mariquita por todo el reino, pero no logró descubrir ni la más ligera huella de la joven. Su¬plicó después a la bruja que lo ayudara a encontrar a su amada reina, pero la bruja le dijo que su esposa no era sino una hada perversa, y que lo había abandonado para siempre.
Una profunda tristeza se apoderó del monarca, pero seguía paseando por el lago, llamando, en vano, a su esposa.
Y un día, vio que un oso de gran tamaño salía del bosque y arrojaba una rebanada de pan en el lago, ale¬jándose inmediatamente. Vigiló día tras día al animal, que diariamente regresaba, arrojaba el pan al agua, y volvía a alejarse.
Sumamente extrañado ante las visitas del oso, ordenó el rey que secaran el lago, y al llegar al fondo, encontra¬ron a Mariquita, viviendo en una cueva, bajo la ribera del lago.
Cuando la joven refirió al rey lo que había sucedido, ordenó aquél la muerte de la bruja.
Juanito recobró inmediatamente su forma humana, y todos vivieron felices, desde entonces, en el próspero reino del esposo de Mariquita.
* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964