Kosh­chei, el inmortal

20.10.2010 20:30

 

 (Cuento Ruso) En cierto reino lejano, vivía el príncipe Iván con sus tres bellas hermanas, las princesas María, Olga y Ana. Paseaban un día los cuatro hermanos por el jar­dín, cuando repentinamente se cubrió el cielo de negras nubes y estalló una tormenta. Corrieron los jóvenes a refugiarse al palacio; al entrar, retumbó un trueno, se abrió el techo del enorme vestíbulo, y cayó por él un brillante halcón, que al golpear contra el piso, se con­virtió en un gallardo y apuesto doncel.

— ¡Salud, príncipe Iván! —Exclamó el caballero—. Si he venido antes como invitado, ahora vengo como pre­tendiente; desearía casarme con tu hermana, la prin­cesa María.

—Si consigues enamorarla, será tu esposa —contestó el príncipe Iván.

Consiguió el joven enamorar a la princesa María, se casaron, y el halcón se la llevó a su reino.

Transcurrió el tiempo y pronto pasó un año entero.

El príncipe Iván paseaba al atardecer con sus dos hermanas por los jardines; y un día, el cielo se cubrió de pronto de espesas nubes y estalló la tormenta. Corrie­ron al palacio y, como la vez anterior, al entrar, retum­bó un trueno, se abrió el techo y cayó sobre el piso una poderosa águila, que, convirtiéndose en un gentil ca­ballero, exclamó:

— ¡Salud, príncipe Iván! He venido antes a este palacio como huésped, pero ahora soy un enamorado, y desearía casarme con tu hermana, la princesa Olga.

Si logras enamorarla, será tu esposa —contestó el príncipe Iván.

La princesa Olga se enamoró, consintió en casarse, y el águila se la llevó a su reino.

Paso otro año más. El príncipe Iván paseaba una tarde con su hermana más joven, cuando, de repente, se obscureció el cielo, estalló la tormenta y brillaron los relámpagos. Al entrar en el palacio, se abrió el techo y entró un cuervo. Al  chocar contra el piso, se convirtió en el mancebo más gallardo y gentil de todos.

-       Salud, príncipe Iván! —exclamó—. Solía venir como invitado y ahora vengo como pretendiente. Desearía casarme con tu hermana, la princesa Ana.

—Si te ama, puedes casarte con ella —contestó el príncipe Iván.

El cuervo enamoró a la princesa Ana, se casó con ella y se la llevó a su reino.

Paso otro año más. El príncipe Iván se sentía muy solo sin sus hermanas, y decidió salir en su busca.

Viajó durante muchos días, hasta que llegó a una llanura en donde yacía, destrozado, un ejército entero.

Si alguno vive —gritó el príncipe—, que me diga quien destruyó estas poderosas huestes.

Se escuchó entonces una voz, que contestó:

—Este poderoso ejército fue destruido por la hermo­sa princesa María Morevna.

Siguió su camino el príncipe Iván y llegó frente a una blanca tienda, de la que salió la princesa María Morevna, a darle la bienvenida.

—; Salud, príncipe! Si recorres estas tierras por tu propia voluntad, como un joven guerrero en busca de aventuras, quédate un tiempo conmigo.

 

El príncipe aceptó, pues se había enamorado de la princesa en el momento de verla; y después de pasar con ella unos días, logró enamorarla, y se casaron.

Se dirigieron al reino de María Morevna y durante un tiempo fueron muy felices. Pero como ella era de estirpe guerrera, decidió, poco después, que tenía que salir a pelear una vez más. Se puso al frente de su ejército y dejó al príncipe Iván a cargo de sus tierras, su castillo y todo lo que éste encerraba.

—Recorre las tierras y el castillo —advirtió la prince­sa antes de salir—; pero nunca te atrevas a abrir la pe­queña puerta de hierro del último calabozo.

Encontrábase la princesa ya lejos del castillo, cuando el príncipe Iván, no pudiendo resistir la curiosidad, abrió la pequeña puerta de hierro y encontró a Kosh­chei, el inmortal, colgado, contra el muro, de doce enormes cadenas. Al ver que entraba alguien, exclamó:

Ten piedad de mi y dame de beber! Durante diez años, he estado colgado, como me ves, sin comer ni beber nada, y mi garganta esta tan seca como el polvo.

El príncipe le dio un cubo entero de agua, y al ter­minar la última gota, dijo el viejo:

—Un solo cubo no apagara sed como la mía; dame otro.

El príncipe volvió a llenar el cubo, y lo hizo aún una tercera vez; cuando Koshchei bebió la última gota, re­cuperó su fuerza, y sacudiendo las doce cadenas, las hizo caer como si hubieran sido de seda.

¡Gracias, príncipe Iván! —exclamó Koshchei, el inmortal—. Pasará mucho tiempo antes que vuelvas a poner tus ojos sobre María Morevna.

Y diciendo estas palabras, salió por la ventana con­vertido en remolino, llegó hasta donde se encontraba María Morevna, y en las mismas narices de sus ejércitos, se la llevó a su propio castillo.

El príncipe Iván, triste por lo que había sucedido, decidió salir en busca de su amada princesa.

—Pase lo que pase —dijo—, mientras tenga vida, seguiré a María Morevna.

Caminó dos días sin encontrar rastro de su esposa; pero, al amanecer el tercero, vio un hermoso palacio, cerca del cual crecía un roble en el que descansaba un brillante halcón. El halcón bajó del árbol y se convirtió en un apuesto caballero, que exclamó:

— ¡Bien venido, querido cuñado!

Al escuchar las voces, se presentó la princesa María, hermana de Iván, feliz de ver nuevamente a su herma­no, y  durante tres días, todo fueron fiestas y agasajos. El joven les refirió sus aventuras y terminó diciendo:

—No puedo quedarme más tiempo, pues debo en­contrar a mi amada esposa, la princesa María Morevna.

—Va a ser muy difícil que la encuentres —observó el halcón—. Así que deja tu cucharilla de plata, para que, al contemplarla, te recordemos.

El príncipe Iván dejó su cucharilla de plata y se alejó. Caminó durante dos días, y al tercero llegó frente a un palacio más hermoso aún que el anterior. Había tam­bién un roble, en el que descansaba un águila que, al verlo, voló hacia él, y al pararse sobre la tierra se con­virtió en un gallardo mozo, que exclamó:

— ¡Ven, princesa Olga, aquí está nuestro hermano! Durante tres días se quedó con ellos; les refirió sus aventuras y, por fin, dijo:

—No puedo quedarme más tiempo, pues debo en­contrar a mi esposa, la princesa María Morevna.

—Te va a costar mucho trabajo encontrarla —dijo el águila—, así es que deja aquí tu tenedor de plata para que, al contemplarlo, nos acordemos de ti.

Lo dejó el príncipe Iván; y al cabo de otros tres días de viaje llegó frente a un palacio más hermoso aún que los dos anteriores. Crecía frente a él un roble, en el que descansaba un cuervo que, al ver al príncipe Iván, bajó, y convirtiéndose en un gentil mancebo, exclamó

¡corre, princesa Ana, aquí está nuestro amado hermano!

Tres días permaneció con ellos, contándoles sus aventuras, pero al termino de ellos, les dijo:

—Debo ir en busca de mi esposa, la princesa María Morevna.

—Será muy difícil encontrarla —comentó el cuervo —, así que deja con nosotros tu tabaquera de plata, para que, al verla, te recordemos.

El príncipe Iván entregó su tabaquera al cuervo; y al tercer día de caminar, llegó, por fin, al lugar en donde se encontraba María Morevna, quien, al verlo, se abrazó de su cuello, y llorando, preguntó:

Príncipe Iván, ¿por qué me desobedeciste y dejaste salir a Koshchei, el inmortal?

Perdóname, María Morevna —contestó el donc­el —. Olvida todo lo pasado y huyamos ahora que Koshchei no está cerca. Tal vez logremos escapar.

E inmediatamente se  alejaron.

Koshchei estaba cazando en el bosque, y al regresar a su palacio, su corcel empezó a tropezar y a detenerse:

¿ Por qué vacilas, amigo? Presientes acaso alguna desgracia?

—El príncipe Iván se ha llevado a María Morevna —contestó el caballo.

— ¿Podremos alcanzarlos?

—Puedes sembrar trigo, esperar que madure, reco­gerlo, trillarlo, molerlo, hornear cinco hogazas de pan, comerlas y salir después en su persecución, y aún los alcanzarás.

Salió Koshchei, recobró a María Morevna y dijo al príncipe Iván:

—Te perdono esta vez, pues me diste de beber; y te perdonaré una segunda vez; pero si intentas llevarte a la princesa por tercera vez, te cortaré en pedazos.

Y tomando a María Morevna de una mano, se alejó con ella.

Iván se sentó sobre una piedra y lloró amargamente. Pero nuevamente salió en busca de su esposa y cuando llegó al palacio la encontró, afortunadamente, sola.

— ¡Huyamos, María Morevna! —le dijo.

—Nos alcanzará, desgraciadamente —contestó ella. —Aun así, habremos pasado juntos unas horas. Así lo hicieron, pero cuando Koshchei regresaba, su

corcel mágico empezó a tropezar.

— ¿Qué pasa, amigo? ¿Temes alguna desgracia?

—El príncipe Iván se ha llevado a María Morevna. — ¿Podremos alcanzarlos?

—Puedes sembrar cebada, esperar a que crezca, de­jarla madurar, convertirla en cerveza, beberla, dormir, salir después en su persecución, y aún los alcanzarás.

Recobró a María Morevna una vez más, y juntos re­gresaron al castillo de Koshchei.

El príncipe Iván lloró de nuevo amargamente, pero decidió volver por su amada, y se encontró con que Koshchei, el inmortal, no estaba en el castillo.

¡Huyamos, Maria Morevna!

Desgraciadamente, príncipe Iván, nos alcanzara, y esta vez te cortara en pedazos, como lo prometió.

¡Que lo haga! ¡No puedo vivir sin ti!

Y volvieron a huir.

Una vez más el corcel mágico de Koshchei empezó a tropezar y al preguntarle su dueño:

¿Por qué titubeas, amigo? Presientes alguna des­gracia?

Contestó el caballo:

—El príncipe Iván ha huido con María Morevna.

Koshchei galopó tras ellos; al encontrarlos, cortó al príncipe en trozos y los arrojó en un barril que unto con brea; sujetó el barril con tiras de hierro y lo echo al mar. Y se Ilevó a su castillo a María Morevna.

Mientras todo esto sucedía, la cucharilla, el tenedor y la tabaquera de plata del príncipe, se habían tornado completamente negros, y sus cuñados exclamaron:

¡Ah! Le ha ocurrido una desgracia, como lo suponíamos!

Voló entonces el águila sobre el mar, encontró el barril, y lo puso sobre la playa; el halcón se alejó para traer el agua de la vida, y el cuervo, por el agua de la muerte. Abrieron el barril, sacaron los trozos del príncipe Iván y los colocaron formando el cuerpo del jo­ven; el cuervo los roció con el agua de la muerte, y los pedazos se juntaron; roció entonces el halcón el cuer­po con el agua de Ia vida, y el príncipe Iván, sentándose, exclamó:

 ¡Cuánto tiempo he dormido!

Hubieras dormido más aún, a no ser por nosotros —contestaron sus cuñados—. Ven ahora y quédate con nosotros.

¡No puedo! —contestó el príncipe Iván—. Debo ir en busca de María Morevna.

Llegó al castillo de Koshchei cuando este andaba por el bosque y dijo a la joven:

María Morevna, debes preguntar a Koshchei en dónde encontró su corcel mágico.

Logró Ia joven que el viejo le dijera:

—Encontré mi corcel mágico) mas allá de las nueve tierras, en el reino más lejano, al otro lado del rio de fuego; vive allá una bruja que tiene un corcel tan rápido, que puede dar la vuelta al mundo en un solo día. Tiene, además, otros espléndidos caballos, y como yo los cuide durante tres días sin que se perdiera uno solo, me regaló un potro.

—Pero, cómo pudiste cruzar el río de fuego? —insistió la joven.

—Agitando este pañuelo mágico; cuando lo agito tres veces con la mano derecha, aparece un puente tan alto que las llamas no pueden alcanzarlo; y si lo agito tres veces con la mano izquierda, el puente desaparece.

María Morevna robó el pañuelo y lo entregó al príncipe Iván, que pudo cruzar el rio de fuego y seguir en busca de la bruja. Durante varios días caminó sin comer ni beber nada, hasta que encontró un extraño pajarraco descansando sobre su nido.

¡Por fin! —exclamó el joven—, comeré uno de esos pajarillos.

¡No lo hagas, príncipe Iván! —suplicó el extraño animal—, y te prometo ir en tu ayuda cuando se pre­sente la ocasión.

Siguió caminando el príncipe Iván, sin tocar los pa­jarillos, pero cada vez más hambriento; encontró, por fin, una colmena en un bosquecillo.

—Cuando menos, podre comer miel —dijo el mancebo.

—No la comas, príncipe Iván —suplicó la abeja rei­na—, y te ayudare cuando lo necesites.

El príncipe estaba próximo a desmayarse, tan débil se sentía, pero no tocó la colmena. Poco después, en­contró a  una Leona con sus cachorros.

Comeré uno de estos cachorrillos o moriré de hambre! —exclamó el doncel.

—Por favor, no los mates —rugió la leona—, y algún día recompensaremos tu bondad.

Casi exánime llegó  por fin, el príncipe a la casa de la bruja, y lo primero que vio, fueron doce postes, once de los cuales remataban con una cabeza humana. El Ultimo no tenia ningún remate.

¡salud, abuela! —gritó el príncipe.

¡Salud, príncipe Iván! —Contestó la mujer—. ¿Qué has venido a hacer aquí?

—He venido a trabajar contigo para ganar un corcel mágico —contestó el mozo.

¡Que se cumplan tus deseos, príncipe! Solamente tendrás que trabajar durante tres días, cuidando mis ye­guas. Pero si una sola de ellas falta en el establo, al ponerse el sol, encontraras tu cabeza en el Ultimo poste.

Al día siguiente, y después de un buen desayuno, el príncipe Iván sacó las yeguas a la pradera. Pero tan pronto como llegaron, corrieron en todas direcciones, hasta perderse por completo de vista.

Sentóse el príncipe Iván sobre una piedra y empezó a llorar por su mala fortuna; poco después resbalaba hasta el suelo y se quedaba profundamente dormido. Pero cuando el sol estaba cerca de su ocaso, el extraño pajarraco que había encontrado en su camino, Llegó vo­lando hasta él y, sacudiéndolo, le dijo:

despierta, príncipe Iván! Las yeguas están ya en el establo.

Dirigióse el mozo a toda prisa a los establos y encon­tró a la bruja, furiosa, regañando a los animales: — ¿Por qué regresasteis?

—Que otra cosa podíamos hacer? —le contestaron—. Cientos de pájaros se nos echaron encima, y si no corre­mos, nos sacan los ojos.

—Bien, mañana no iréis a la pradera, sino que os perderéis en las partes más espesas del bosque.

El príncipe Iván durmió toda la noche, y a la maña­na siguiente, escuchó que la bruja le decía:. —¡Cuida bien mis yeguas, pues si falta una sola, cla­vare tu cabeza en el poste!

Llevó el príncipe los animales hasta la pradera; pero tan pronto como llegaron, desaparecieron en todas di­recciones.

El príncipe durmió tranquilamente durante todo el día; al acercarse el sol a su ocaso,llegó corriendo la leona y le dijo:

—¡Despierta, príncipe Iván! ¡Las yeguas están ya en los establos!

Corrió el príncipe y se encontró a la bruja, más fu­riosa aún que la noche anterior.

¿Por qué rayos volvisteis? —preguntó a las yeguas. — ¿Qué otra cosa podíamos hacer? —contestaron—.

Salieron animales salvajes de todos los rincones y nos hubieran destrozado.

—Mañana no iréis ni a la pradera, ni a los bosques; os sumergiréis en el mar, dejando fuera sólo vuestras cabezas.

El príncipe durmió toda la noche, y a la mañana si­guiente, le dijo la bruja:

—Cuida bien de mis animales, pues si falta uno de ellos, clavaré tu cabeza en ese poste.

Dirigióse el joven a la pradera, conduciendo las ye­guas, pero tan pronto como llegaron, los animales vol­vieron a desaparecer. Se recostó el joven contra un árbol y se durmió, hasta que al llegar el sol cerca de la línea del horizonte, apareció la abeja, y le dijo:

¡Arriba, príncipe Iván! Las yeguas ya están en el establo; cuando llegues, no permitas que te vea la bru­ja; escóndete entre los pesebres. Encontrarás un pequeño potro, revolcándose en el estiércol. Róbatelo, y cuando estés solo, a medianoche, huye.

Estaba el mancebo bien escondido, y escuchó a la bruja regañando, furiosa, a las yeguas.

—Por qué volvisteis?

—Que podíamos hacer? —preguntaron—. Miles de abejas llegaron de todas direcciones, y se nos echaron encima, picándonos.

La bruja se fue a dormir, pensando siempre cómo podría conseguir la cabeza del príncipe. El doncel robó el potro a medianoche, lo ensilló, montó sobre él y se alejó hacia el rio de fuego. Al Ilegar a su orilla, agitó el pañuelo tres veces, con la mano derecha, y apareció un alto puente, por el que cruzó sano y salvo; al lle­gar a la orilla opuesta, agitó el pañuelo tres veces, con la mano izquierda, y aunque el puente no desapareció, quedó sumamente débil y estrecho.

A la mañana siguiente se levantó la bruja y encontró que su potro había desaparecido y también el príncipe Iván. Se lanzó en su persecución, montada en su mor­tero, usando la mano del mismo como látigo y barrien­do con su escoba las huellas que dejaba. Llegó, hasta el rio de fuego y al mirarlo, exclamó:

¡Estúpido! Dejó el puente y no sabe que útil me será.

Subió al puente, pero cuando iba hacia la mitad, este empezó a crujir, hasta que se vino abajo, cayendo la bruja al rio de fuego y terminando allí sus días.

El príncipe Iván llevó su pequeño potro a la pradera, hasta que creció y se convirtió en un maravilloso corcel. Se dirigió después al castillo donde se encontra­ba María Morevna, quien, al verlo, corrió hacia él, lo abrazó, y exclamó:

¡Qué alegría verte de nuevo! ¿Cómo lograste vol­ver?

—Te lo diré más tarde —contestó el joven—. Ahora, sube y huyamos.

¡Tengo miedo, príncipe Iván! Si Koshchei nos al­canza, te destrozará de nuevo.

—Esta vez no nos alcanzará, pues tengo un corcel mágico.

Se alejaron, y cuando Koshchei se dirigía a su cas­tillo, sintió que su corcel trastabillaba.

¿Qué te sucede, amigo? ¿Presientes otra desgracia? —El príncipe Iván se ha llevado a María Morevna. — ¿Podremos alcanzarlos?

—No lo sé. El príncipe Iván tiene ahora un corcel mágico que corre más que yo.

—Sin embargo, ¡debemos intentarlo! —Exclamó Koshchei—, pues no puedo permitir que el príncipe me quite a María Morevna.

Logró alcanzar al príncipe, pues el caballo de éste llevaba una carga doble; pero el doncel saltó a tierra y sacó su espada; Koshchei lo imitó; en aquel momento, el caballo del príncipe, levantándose sobre sus patas tra­seras, golpeó a Koshchei, el inmortal, con sus cascos y destrozó la cabeza del viejo.

El príncipe inmediatamente lo cortó en pequeños trozos, los quemó luego hasta que quedaron reducidos a cenizas, y esparció estas a los cuatro vientos.

El príncipe montó entonces su corcel y la joven montó el de Koshchei; y se dirigieron a visitar prime­ramente al águila, después al cuervo y finalmente al halcón. Y en los tres palacios fueron recibidos con gran alegría.

-        ;Ah, príncipe Iván! No esperábamos volverte a ver con vida —le decían—. Pero comprendemos que hayas sobrellevado tantos disgustos, por el premio que espe­rabas. Una princesa tan bella como María Morevna, no tiene igual en el mundo y bien se puede recorrer la tierra entera, para encontrarla.

Después de visitar a sus hermanos y de celebrar el buen fin de todas sus aventuras, el príncipe Iván y María Morevna regresaron a su reino y fueron muy felices.

  * Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.