La rana princesa

30.04.2012 22:00

(Cuento Italiano)Había  una vez una aldeana que tenía tres hijos. No carecían de nada, pues sus tierras eran fértiles y ricas, y lo único que faltaba a los jóvenes eran unas buenas esposas.

Un día, por fin, dijo la madre:

— ¡Ya es tiempo de que os caséis!

El hijo mayor contestó inmediatamente:

—Eso mismo pensamos mi hermano y yo; ya tenemos novia.

El hermano pequeño no contestó nada, pues era sumamente tímido, y casi podríamos asegurar que nunca había cruzado palabra con una doncella.

—Podéis casaros con quien queráis —continuó la madre—, sólo espero que habréis escogido bien y que vuestras novias sepan todo lo que debe saber una buena esposa. Para estar segura de que así es, tomad estas madejas de lino y entregádselas. La que hile mejor, será mi nuera favorita.

Se alejaron los tres jóvenes, los dos mayores en dirección bien conocida; pero el tercero, caminó tristemente sin rumbo. Cuando se dio cuenta, se hallaba a la orilla de un estanque, en el cercano bosque. Desconsolado, sentóse allí, y se echó a llorar.

De pronto, saltó una rana del estanque y le preguntó: —Buen mozo, ¿por qué lloras?

Contó el joven lo que le sucedía, y la rana le dijo: —No llores. Dame el lino y yo lo hilaré.

Al decirlo, cogió el lino, y sin más, se sumergió en el estanque.

Llegó el día en que tenían que entregar a su madre el lino ya tejido; los hermanos mayores se presentaron con dos preciosas piezas de tela. El menor, se dirigió al estanque; apareció la rana y le entregó un lino tan delicadamente tejido, que la madre se sorprendió agradablemente, y exclamó:

— ¡Este es el tejido más fino y más limpio que he visto en mi vida! Creo que mi nuera menor será la favorita. Pero, una prueba no es suficiente. Tomad ahora estos tres perritos y llevadlos a vuestras prometidas. La que eduque mejor a su perro, será mi favorita.

Se alejaron nuevamente los tres donceles; el menor, a llorar cerca del estanque, pues estaba seguro de que esta vez la rana no podría ayudarlo.

Pero volvió a aparecer la rana y le preguntó: —Buen mozo, ¿por qué lloras?

Y cuando él le explicó el motivo de su llanto, le dijo: —No llores. Dame el perrito y yo lo educaré.

Sin decir más, cogió el cachorrito y desapareció en el estanque.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llegó el día de mostrar a los perros. Los muchachos mayores regresaron con enormes y fieros mastines, que gruñían con tal furor, que la madre se echó a temblar. El hermano pequeño se dirigió al estanque; salió la rana conduciendo un hermoso perrito que sabía sentarse y dar la mano, y hacer otras mil gracias; entendía, además, prácticamente todo lo que se le decía.

El muchacho entregó el perrito a su madre, que exclamó, sorprendida y alegre:

— ¡Es el perro más hermoso que he visto en mi vida: Eres afortunado, hijo mío, pues has escogido una mujer perfecta. Pero, queda una última prueba. Aquí tenéis tres camisas, ya cortadas; llevadlas a vuestras prometidas la que la termine mejor, será mi nuera favorita.

Llevaron los mancebos sus camisas, y una vez más, el trabajo de la rana fue el mejor y más pulcro.

—Ahora ya estoy segura de que habéis escogido bien —dijo la madre—. Pero creo, de todas maneras, que mi favorita será la nuera menor. Marchaos ahora y traed a vuestras prometidas, mientras yo preparo todo para la boda.

Los dos mayores se alejaron felices y emocionados. Pero el pequeño se sentía más infeliz que nunca. ¿Dónde encontraría una esposa? ¿Podría la rana ayudarlo una vez más? Se fue al estanque y tristemente se sentó a su orilla.

Presentóse la rana y se acomodó junto a él. — ¡Pero, amigo querido! ¿Por qué lloras? —preguntó. Contó el joven su tragedia y la rana le dijo: — ¿Quieres que sea tu esposa?

— ¿De qué me servirías como esposa? —preguntó el mozo, afligido y desalentado por su enorme problema.

—Entre las ranas, soy una princesa —añadió dignamente la rana—. Dime, ¿te casarías conmigo, si o no?

—Después de todo lo que has hecho por mí, no puedo decir que no.

Sumergióse en el estanque la rana princesa y un momento después aparecía con un gracioso carrito, tirado por dos caballitos enanos.

—Ven y siéntate a mi lado —dijo la rana.

Obedeció nuestro amigo, y animando a los caballitos con su látigo, condujo la rana el carrito fuera del bosque, hacia el camino principal, que desembocaba en el pueblo.

Al atravesar los linderos del bosque, se cruzaron con tres viejas muy feas, que tenían toda la traza de ser brujas. Una era ciega, la otra jorobada, y la tercera tenía atascada en la garganta una gran espina, por lo que respiraba con gran dificultad.

Cuando las viejas vieron el carrito y la rana pomposamente recostada sobre los cojines, manejando el látigo, empezaron a reír de tan buena gana, que la ciega acabó llorando y las lágrimas abrieron sus párpados y recobró la vista; la jorobada se tiró al suelo, revocándose de risa y tanto se revolcó, que su espalda quedó completamente derecha; y la espina que estaba atascada en la garganta de la tercera, salió volando entre dos carcajadas.

Fue tal el acceso de risa que las acometió, que logró romper el sortilegio que las había convertido en horribles brujas, pues eran tres hermosas hadas.

Su primer pensamiento, al ver que habían recobrado sus bellas formas, fue recompensar a la rana que había sido el instrumento que las librara del hechizo.

La primera, movió su varita mágica y la rana se convirtió en la doncella más hermosa de los contornos.

La segunda, movió también su varita mágica y el carrito se transformó en una bella carroza de oro, con cocheros, lacayos y briosos caballos.

La tercera, por fin, inclinó su varita y la rana princesa encontró sobre su regazo una bolsa llena de oro, que estaba siempre llena, a pesar de que continuamente la vaciaban.

Después de conceder tan magníficos regalos, las hadas movieron una vez más sus varitas mágicas y desaparecieron.

El joven, orgulloso de su bella novia, se dirigió entonces a la casa de su madre, que no cabía en sí de satisfacción al considerar la buena suerte que había tenido su benjamín.

Cuando se casaron, construyeron una hermosa casa y compraron todas las tierras que quisieron y fueron siempre muy felices.

La aldeana, por su parte, nunca tuvo la menor duda. Su nuera favorita fue siempre la menor.

* Tomado del libro: “HABÍA UNA VEZ” (título original en inglés: Once Long Ago), los mejores cuentos infantiles de todo el mundo, relatados por Roger Lancelyn Green,ilustrado por Vojtech Kubasta .versión castellana de Mercedes Quijano de Mutiozábal . Publicado por Editorial Novaro-México . Primera Edición 1964.